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lunes, 14 de abril de 2014

Proyecto Anillos en Violencia Urbana

Proyecto Anillos en Violencia Urbana 
Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana Crimen y Violencia Urbana.
 Aportes de la ecología del delito al diseño de políticas públicas.



El proyecto "Crimen y Violencia Urbana. Aportes de la ecología del delito al diseño de políticas públicas", se propone estudiar, en una investigación empírica y con perspectiva multidisciplinaria, el fenómeno de la criminalidad y la violencia que progresivamente se ha instalado en determinados barrios urbanos de las grandes ciudades de Chile. Se busca comprender qué características o procesos sociales de las comunidades facilitan y promueven su instalación, dificultando el impacto de las políticas públicas de prevención y control del delito. De este modo se pretende contribuir al diseño de políticas públicas.

Si bien Chile presenta uno de los menores niveles de victimización delictiva de América Latina, éstos son mayores que en países desarrollados. Los delitos más comunes en Chile son los efectuados contra la propiedad, pero son los que están acompañados por el uso o amenaza de uso de la fuerza los que más generan impacto y que en mayor medida afectan a sectores medios y populares.

Un estudio sobre barrios vulnerables constató que en el transcurso de los últimos 15 años el tráfico de drogas se ha consolidado en esos lugares y entre éstos se pueden distinguir barrios controlados por narcotraficantes, de aquellos que se encuentran en proceso de transición y otros simplemente desorganizados.

El diagnóstico anterior, sumado a los deficientes resultados mostrados por las políticas de seguridad pública implementadas en estos territorios, sugiere que estamos en presencia de un fenómeno evolutivo, multidimensional y que los marcos conceptuales en que se inscriben las intervenciones públicas no logran capturar en su complejidad. Emergen entonces las preguntas: ¿Por qué en algunos barrios se mantienen en el tiempo altos niveles de criminalidad y violencia?, y ¿Por qué en estos territorios las políticas públicas son poco efectivas y resulta extremadamente difícil y costoso revertir la situación que allí se vive?

Marco Conceptual e Hipótesis de Estudio

Las intervenciones de política pública, en general, se han guiado por teorías o enfoques que describen el fenómeno del delito como un hecho aislado centrando su foco sobre el delincuente. El gran déficit es que no analizan el contexto comunitario (barrio) como una entidad que, en sí misma, puede contribuir a desarrollar ciertas conductas de riesgo y prevenir otras. La teoría ecológica del crimen, en su vertiente de desorganización social, suple algunas de estas falencias al intentar explicar porque algunas comunidades concentran delitos a lo largo del tiempo, aunque sus habitantes y ciertas condiciones sociales cambien.

Una de las tesis de este enfoque teórico es la de la Eficacia Colectiva. En ésta se plantea que la presencia de recursos comunitarios como confianza, cohesión social, control social informal, entre otros, contribuyen a disminuir delitos y violencia en barrios urbanos. Además, afirman que la existencia de lazos sociales no es suficiente para enfrentar el problema delictual sino existe en la comunidad expectativas compartidas y voluntad para ejercer control social sobre los procesos locales, especialmente sobre las conductas de niños y adolescentes. A ello hay que añadir, que los mecanismos comunitarios suelen desarrollarse en contextos con suficiente dotación de recursos económicos. En otras palabras, la concentración de desventajas sociales sigue siendo un predictor directo del delito y de otros problemas sociales.

Por otro lado, aunque las tesis de la teoría ecológica del delito cobran sentido en la interpretación del aumento de la violencia en contextos territoriales específicos, tienen la deficiencia de no considerar el papel que juegan las políticas públicas. En esta línea, O'Donnell (1993) sostiene que la desigual vigencia del sistema legal a nivel territorial y social permite que se generen zonas donde la violencia pasa a ocupar un lugar preponderante. Contraponiéndose a esta tesis, Arias (2006) afirma que más que crearse "estados paralelos" (fuera del control político), lo que ocurre en estas zonas es que surgen redes y alianzas que vinculan al traficante con el sistema social y político externo, lo que les permite funcionar con normalidad. Por ello, si bien hay zonas en las ciudades latinoamericanas donde las leyes funcionan parcialmente, políticas sociales y de seguridad efectiva podrían jugar un rol importante para resolver el problema. Este último punto el que se evaluará en el estudio.

De lo anterior se deriva como hipótesis general que: "Bajos niveles de eficacia colectiva y de presencia y efectividad del Estado, controlando las variables de desventajas sociales, se asocian a un alto nivel de criminalidad y violencia permitiendo que se transformen en fenómenos permanentes y de alto impacto".

Líneas de trabajo

Para probar estas hipótesis, el proyecto abordará dos líneas de trabajo: la primera vinculada a la investigación empírica, propiamente tal, y la segunda, vinculada a traducir los conocimientos generados en impactos para las políticas públicas.

Línea de investigación. Para cumplir con el objetivo de "Determinar la relación entre mecanismos barriales y criminalidad y violencia, controlando las variables de concentración de desventajas sociales, presencia y efectividad del Estado, en barrios urbanos de Santiago, Valparaíso y Concepción", se realizará un estudio empírico que integrará datos de fuentes primarias (encuestas, observación sistemática, entrevistas y focus group) y secundarias (estadísticas policiales y sociales), bajo una metodología de análisis cuantitativo (estadística inferencial) y cualitativo (análisis de discurso).

Línea de impacto de política pública. En esta se espera "Generar recomendaciones de políticas públicas para los programas de seguridad ciudadana que actualmente se implementan a nivel local y proponer modelo(s) de intervención barrial." Para ello se realizará una revisión comparada de políticas de seguridad a nivel local, y se creará una red de discusión sobre políticas públicas. Además, se elaborará un modelo de política a nivel barrial, el cual se validará con la opinión de la comunidad y de expertos.

Línea de formación de investigadores jóvenes y redes. El proyecto contribuirá en la formación de una masa académica crítica (tesistas, prácticas e investigadores jóvenes), en la creación de redes de intercambio y colaboración entre centros académicos e instituciones públicas (nacional e internacional), y buscará incidir en las políticas públicas a través de la difusión de sus resultados.

Se espera generar conocimientos en cuanto a:

i) Generación y validación de explicaciones teórico-prácticas sobre las particularidades del delito y la violencia en barrios urbanos;

ii) Construcción de instrumentos para medir mecanismos barriales y recursos institucionales presentes en barrios urbanos;

iii) Producción de datos e indicadores inexistentes a escala barrial, utilizables en estudios posteriores.

FICHA TÉCNICA

Nombre del Proyecto: "Crimen y Violencia Urbana. Aportes de la ecología del delito al diseño de políticas públicas"

Financiamiento: CONICYT, en el marco del "II Concurso Anillos de Investigación en Ciencias Sociales"

Duración: 3 años

Participantes: Investigadores de CESC y de los Departamentos de Gobierno y Gestión Pública, de Economía y de Arquitectura de la Universidad de Chile.

Instituciones Chilenas Asociadas: - Carabineros de Chile - Asociación Chilena de Municipalidades

Instituciones Académicas Internacionales Asociadas: - John Jay School of Criminal Justice, The City University of Ney York, Estados Unidos, a través del profesor Desmond Arias, especialista en estudios sobre violencia en favelas en el Brasil.

- International Center for Crime Prevention, Canadá

- Development Studies, Faculty of Social Sciences, Universidad de Utrech, Holanda, a través del profesor Kees Koonings

- Centro de Estudios Centro de Estudios de Criminalidad y Violencia de la Universidad Federal de Minas Gerais, Brasil.

Productos esperados y difusión: - Formación de investigadores jóvenes 2 o 3 por año - Realización de 1 tesis de pregrado y 1 de postgrado por año - 1 seminario nacional, al término del segundo año - 1 seminario internacional, al término del proyecto - Seminarios semestrales por videoconferencia - 4 publicaciones: 2 a nivel internacional indexadas y 2 a nivel nacional - 1 Publicación compilatoria al término del proyecto

jueves, 10 de abril de 2014

Un laboratorio de paz en Colombia.
EL PAÍS, 09/04/14
La masacre de El Salado fue una de las más violentas de la historia reciente del país
Hoy muchos de sus ciudadanos han vuelto y están reconstruyendo su vida
Una gran movilización social transforma la zona, con apoyo de organismos públicos y privadosUn campesino trabaja con hojas de tabaco, uno de los motores de la economía en El Salado. / OSWALDO PÁEZ

Si pretendían sembrar el terror, quienes jugaron al fútbol con las cabezas de los decapitados en El Salado, un pequeño pueblo colombiano de la región de Montes de María, lo consiguieron. Si buscaban destruir la aldea, a priori, también. Pero si lo que querían era acabar con la convivencia de por vida, fracasaron. La localidad, que antes de la masacre ejecutada por grupos paramilitares en el año 2000 contaba con 7.000 habitantes, es un ejemplo de muchas cosas: de la crudeza de un conflicto que dura más de 50 años, de la indefensión de las víctimas y del abandono que han sufrido durante muchos años, ignorados por el Estado y por una parte del propio pueblo colombiano… Pero también de que la reconstrucción es posible incluso en las zonas donde parece más difícil. Hoy El Salado es un laboratorio de paz que quiere ser el modelo para su región y el resto de zonas rurales asoladas por los enfrentamientos armados.

La masacre de El Salado es una de las más crueles de la historia moderna de Colombia. Entre el 16 y 21 de febrero de 2000, los paramilitares del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia, con la complicidad de las Fuerzas Armadas, torturaron y mataron a decenas de campesinos en una barbarie que incluyó la violación de mujeres, el desmembramiento de personas con motosierras, el apaleamiento de ancianos y mujeres embarazadas y las mencionadas decapitaciones, al son de gaitas y tambores de júbilo. Se trataba de dar un escarmiento en una zona que supuestamente simpatizaba con la guerrilla de las FARC. Durante años, los paramilitares lograron hacer saltar por los aires la convivencia en El Salado. Pero en el año 2009, una iniciativa encabezada por la Fundación Semana (una revista colombiana), con la colaboración de numerosos agentes públicos y privados y, sobre todo, con la implicación de la sociedad de El Salado, ha conseguido devolver la esperanza a la zona. El caso fue analizado como ejemplo de reconstrucción postconflicto en la Casa de América de Madrid durante un encuentro celebrado el pasado lunes.

“Tras la tragedia nadie confiaba en nadie. Todos nos fuimos a las ciudades cercanas; el pueblo desierto”

“Tras la tragedia nadie confiaba en nadie. Todos nos fuimos a las ciudades cercanas y dejamos el pueblo desierto”, recuerda Leiner Ramos, de 30 años, testigo de la decapitación de su hermano cuando solo era un adolescente. Lo cuenta por teléfono desde El Salado, algo que habría sido impensable cuando ocurrió la tragedia, ya que se trataba de un lugar totalmente aislado. Por telecomunicaciones y también por medios tradicionales. “Se demoraba tres días en llegar a la ciudad más cercana. Ahora han hecho una carretera y son 45 minutos”, explica Ramos gracias a la antena que se instaló durante la reconstrucción. Es un ejemplo de colaboración privada: la aportó Telefónica.

Ramos es uno de los alrededor de 1.300 habitantes que han ido regresando a El Salado en estos últimos años. Tras la masacre, sus vecinos fueron desplazados a ciudades cercanas, donde su condición de víctimas no hacía sino estigmatizarlas aún más. Fueron regresando con cuentagotas por unas razones que explicó bien Edwin Navarro, uno de los campesinos que huyeron, en una charla en Colombia: “Los saladeños, los saladeros, los habitantes de El Salado y de sus veredas, cuando nos vimos forzados a dejar las tierras donde crecimos, donde soñamos vivir siempre, nos fuimos de pronto a ciudades donde sí teníamos luz, agua, mejores condiciones… pero no era nuestra tierra, allí nunca soñamos vivir. Allí llegamos por la acción de personas que se creyeron que tenían el derecho de destruir a un pueblo, que creyeron que tenían el derecho a callar con el sonido de las ba
las la acción y representación de toda una comunidad de aproximadamente 7.000 habitantes. Pero regresamos, porque esas son nuestras tierras, allí nacimos, allí vivimos aun con todas esas necesidades”.

Los agentes que han trabajado en el pueblo quieren que sea modelo del posconflicto para todo el país
En un principio, recibieron ayuda desde un punto de vista “muy asistencialista”, según explica María Isabel Cerón, directora de Ayuda en Acción en Colombia. Después, gracias al empuje de la Fundación Semana, cambiaron la manera de hacer las cosas. “Lo valioso de este proceso no solo fue la reconstrucción de la infraestructura, sino establecer confianza. Me impactó mucho porque cuando fui hace cuatro años contaban de una forma muy gráfica todo lo que les había pasado, como para generar lástima. Ahora nadie te pide nada, hablan del futuro de una forma diferente, pero teniendo muy en cuenta el pasado. Para que los hechos no se vuelvan a repetir, los pueblos deben de tener muy clara su historia. Es realmente increíble ver lo que se ha logrado con este proceso”, explica Cerón.

La clave de la reconstrucción está en la propia sociedad, insistieron una y otra vez quienes participaron en el debate. La directora de la fundación Semana, Claudia García Jaramillo, explicó que siempre tuvieron muy claro que el pueblo tenía que ser protagonista del proceso. “Nosotros nos limitamos a acompañarles, a facilitar el acceso de instituciones públicas y privadas que, más que poner dinero, han aportado un trabajo, cada una en su ámbito, que ha propiciado el cambio”, explica. La reconstrucción de las infraestructuras es lo que se nota a simple vista, pero la revitalización de la cultura, la recuperación de liderazgos sociales, la implicación de la juventud ha sido lo que ha promovido que los habitantes de El Salado vuelvan a vivir en paz en su tierra.

Quizás por eso, cuando se le pregunta a Leiner Ramos cuál es la clave de la reconstrucción, responde: “La casa de la cultura. Es lo que más nos une acá”. Es uno
de los núcleos de convivencia de un pueblo agricultor, que tradicionalmente ha tenido el tabaco como una de sus grandes fuentes de ingresos. Han recuperado una escuela primaria, una estación de policía, un centro de salud… Todo había desaparecido tras la masacre.

Los actores implicados en la reconstrucción inciden una y otra vez en la importancia de lo social. “Es una comunidad que oye a sus mayores. Es algo que no sucede en casi ningún lado. No sé por qué, pero lo han conseguido, no sabría explicarlo; tal vez por esa brecha de diez años en la que nadie estuvo en el pueblo. Ahora son los mayores quienes rescatan su cultura y costumbres”, reflexiona María Isabel Cerón.

Queda mucho por hacer para que El Salado sea el pueblo próspero que fue
Para lograr que El Salado vuelva a ser el pueblo próspero que fue queda todavía una larga labor por delante. Todavía existen problemas de abastecimiento de agua, de malnutrición infantil y de calidad de vida que ensombrecen algo algunos notables avances como el haber alcanzado una escolarización del 100% en niños de cero a cinco años, el parque agroecológico que sirve de campo de aprendizaje para los futuros empresarios de la tierra o los proyectos de microemprendimiento. Son las siembras de las que se esperan frutos, pero que ya han conseguido servir de amalgama para la convivencia.

Este ejemplo, con la movilización de entidades públicas y privadas, con este resurgir social, es el modelo que quieren llevar a otros lugares de Colombia los actores que han hecho posible este renacer de El Salado, desde las ONG hasta el propio Gobierno. Según el embajador de Colombia en España, Fernando Carrillo, se trata de una “semilla de transformación colectiva”. Una semilla que podría germinar en muchos otros rincones del país arrasados por la violencia

sábado, 1 de febrero de 2014

El Espacio Público. Ciudad y Ciudadanía






JORDI BORJA y ZAIDA MUXÍ.

El Espacio Público. Ciudad y Ciudadanía.
Ed. Electa. Año 2000. Barcelona
 
JORDI BORJA junto a la arquitecta ZAIDA MUXÍ han publicado recientemente un libro titulado El Espacio Público. Ciudad y Ciudadanía. Ed. Electa. 2000. Barcelona. Como profesor de geografía de la UOC ha enfocado sus investigaciones hacia el urbanismo. La publicación de este libro entronca, por así decirlo, con los postulados sociológicos de autores como Zygmunt BAUMAN ya que contextualiza su discurso sobre la naturaleza de lo urbano desde la perspectiva humana, pero entendiendo al hombre no solo como sujeto individual si no como sujeto social, como grupo, como civitas, o si se quiere utilizar un concepto que emplea con mucha frecuencia a lo largo del libro: COMUNIDAD. Es ahí donde, a mi juicio, sitúa el centro de su discurso urbano y es también el foco de sus diagnósticos de la crisis del fenómeno urbano y también de sus soluciones.. Y es precisamente en ese contexto  en el que se incardina un análisis plagado de conceptos que por sí solos tienen el suficiente carácter evocador: conceptos como espacio público ciudadano, productores de ciudad, urbanismo de productos o de valores,  degradación del espacio público, segregación urbana, privatización del espacio público, espacio cotidiano, sentimiento de pertenencia al lugar, participación de la comunidad, violencia urbana, etc… Incluso llega a dedicar un capítulo a la seguridad ciudadana y el espacio público, que como se ve, van de la mano para el autor.
 
Por ello su definición de la ciudad como espacio público abierto y protegido lo es desde el punto de vista social, es para él un lugar concentrador de encuentros. Por ello, sitúa como peligros precisamente  que los espacios públicos se privaticen , que se segreguen a veces mediante el uso, a veces mediante una falta de planificación  de la ciudad desde esta perspectiva humana que él alienta, con procesos sobre los que es necesario pensar como el urbanismo de productos, las promociones inmobiliarias masivas, por ejemplo.
De ahí, según Borja, que el espacio público no genere por se peligros, es el lugar en que se evidencian los problemas de la injusticia social, económica o política, su debilidad aumenta el miedo de unos y la marginación de los otros. Los problemas de segregación urbana, la existencia de espacios monovalentes o monofuncionales, el propio diseño urbano y de las infraestructuras que aíslan  o segregan a los ciudadanos  confinándolos en áreas concretas nos sitúan ante otro asunto no menor abordado en el libro y que en anteriores entradas de este blog han sido tratadas: el diseño urbano seguro  o en sus siglas en ingles CPTED, planteado como otro más de los pilares que pueden hacer de la ciudadano espacio más humano.
Pero es cuando se detiene en la privatización del espacio público cuando trata de conceptos como COMUNIDAD, BARRIO, SENTIMIENTO DE PERTENENCIA A UN LUGAR… Mantiene que considerar la ciudad como algo de carácter patológico hace que la solución a los problemas consista en la higienización, en limpiar la ciudad de los otros, sustituyendo los espacios públicos por áreas privatizadas consideradas como zonas protegidas para unos y excluyentes para otros. Más allá, existe una búsqueda de seguridad que lleva a cerrar el espacio público como si esta fuera la causa de la inseguridad y del miedo urbano. Por el contrario, el ESPACIO COTIDIANO es el espacio de las relaciones con los otros, del juego, del recorrido diario entre las diferentes actividades y del encuentro. Por ello es necesario favorecer el espacio público dotándole de cualidades estéticas, espaciales y formales que favorezcan y faciliten las relaciones y el sentimiento de pertenencia al lugar. Y vuelve aquí al concepto del CPTED cuando menciona cuestiones como la iluminación, la visibilidad que redundan en un aumento de la vigilancia natural.
En contraposición a esa idea del sentimiento de pertenencia al lugar considera que ciertos sectores de la población se les aisla a veces con algo tan etéreo como en TERRITORIOS SIN LUGARES (1), es decir, espacios carentes de significados y atributos como podrán ser en cualquier ciudad esas barriadas marginales o los barrios populares carentes apenas de espacios públicos y con escasa dotación de servicios e infraestructuras.
Pero el concepto de ciudad se apoya también en el de la CIUDADANÍA, en la civitas. Porque lo urbano es para el autor el escenario de la política, de la política de proximidad, del autogobierno, etc… Es el lugar de la concertación entre actores sociales para llevar a cabo proyectos colectivos. Y es elemento fundamental para construir ciudad de un modo más inclusivo es el de fomentar la PARTICIPACIÓN CIUDADANA ya que cree el autor que producen y son producto del desarrollo de la ciudadanía y en ese sentido propone diferentes formas de participación ciudadana: la creación de consejos, comités, la cooperación, la información, la negociación, el debate y la gestión de ciertos aspectos por parte de actores sociales (asociaciones, empresarios…).Pág. 72.
Sin embargo, es cuando entra a considerar los derechos de la ciudadanía cuando hace una serie de afirmaciones con las que no estoy de acuerdo  totalmente. Cuando afirma que la inseguridad ciudadana la padecen las clases medio-altas (2). Es en este punto en el que no coincido con el autor ya que como el mismo ha ido desgranando en el libro la seguridad o la inseguridad afecta a todos los actores sociales, a todos los ciudadanos, seguramente de formas diferentes o con una percepción subjetiva de la seguridad desigual, pero afectando en definitiva a todos los estratos de la población.
De otra parte, hace mención a la inexistencia de políticas securitarias preventivas. En ese punto también  discrepo del autor. Cada vez más existen más planes de carácter preventivo  como son los que se impulsan desde la Secretaría de Estado de Seguridad elaborando planes que afectan a diferentes temáticas: drogas, seguridad vial, materiales conductores, productos del campo, etc…, y otros que se enfocan a determinados colectivos: el Plan director de seguridad escolar, grupos violentos, violencia juvenil, victimización de determinados colectivos, sin olvidar las cuestiones de género, etc… En ellos, la estrategia securitaria abarca la prevención y también la represión de actividades ilícitas.
No obstante, la lectura del libro de Jordi BORJA  tiene la virtud de reflexionar sobre lo urbano desde una perspectiva en la que el hombre como sujeto social es su centro y cómo fortaleciendo la comunidad se pueden encontrar soluciones a la crisis del fenómeno urbano.
NOTAS:

(1).Véase la consideración de los NO LUGARES del libro recientemente traducido al castellano del sociólogo francés Henri LEFEBVRE titulado La Producción del Espacio, editado por Capitán Swing. En él Lefebvre caracteriza el espacio urbano como “la obra de la gente en lugar de imposición como sistema a la gente”. Es un lugar de encuentro, de simultaneidad y donde su uso constituye su principal esencia. Habla en ese libro también de espacios maquetados y monitorizados por la ideología, produciendo espacios  claros, obedientes, legibles, etiquetados, homogéneos, seguros, etc… producidos por el mercado para las clases medias que sueñan con un universo social tranquilo, previsible, no conflictivizado y sin sobresaltos que se diseñan para ellos como mera ilusión, según Manuel DELGADO señala en la reseña del libro de Lefebvre publicada en el El País, suplemento Babelia del 18!01/14.
(2). En este sentido traigo a colación una entrevista a Jordi Borja publicada en Urbanista Jordi Borja: la ciudad ideal debe ser un lugar de "diversidad" tanto como de "libertad y de igualdad". www.el mercurio.com. Allí hablaba de esas urbanizaciones cerradas sobre sí mismas y con vigilantes privados que se enclaustran frente al temor del otro y que son precisamente la negación de la ciudad ya que cercenan su sentido mismo de lugar contacto, de encuentro entre distintos. En este sentido habla Zygmunt BAUMAN en La Modernidad Líquida del proyecto ###########3.

La Producción del Espacio. Henri LEFEBVRE



La producción del espacio. Henri Lefebvre.


Introducción y traducción de Emilio Martínez. Prólogo de Ion M. Lorea.


Capitán Swing. Madrid. 2013. 451 páginas. 22 euros.


 

  Recientemente se ha publicado un artículo para dar reseña de un libro que se vuelve a imprimir después de años. Se trata de la traducción al castellano de un libro del sociólogo HENRI LEFEBVRE titulado La Producción del Espacio, editado en   por Capitán Swing en Madrid.
De nuevo resurge la postura marxista para explicar  el presente y sus causas. Destaca Manuel DELGADO el autor del  artículo publicado en EL PAÍS Babelia reseñando el libro la contribución a la lucha actual contra la apropiación capitalista de las ciudades que se antoja ahora más atroz que cuando él la describiera. 


Se habla de espacios falsos y falseadores disfrazados tras el lenguaje técnico, es el espacio de los planificadores, de los tecnócratas, de los urbanistas y arquitectos  y de los administradores.

Menciona cómo Lefebvre hablaba en aquel libro publicado hace más de cuarenta años de otros  conceptos: espacio maquetado y monitorizado por la ideología. Se producen espacios claros, obedientes, legibles, etiquetados, homogéneos, seguros…, colocados  en el mercado a disposición de una clases medias que sueñan con un universo  social tranquilo, previsible,  desconflictivizado y sin sobresaltos que se diseña para ellos como mera ilusión y que no va a dejar de estar sometido a los embates de la realidad social.

Lefebvre define lo urbano como una forma específica de organizar y pensar el tiempo y el espacio en general (…) lo urbano  es la obra de la gente en lugar  de imposición como sistema a la gente. La naturaleza de lo urbano es el encuentro, su simultaneidad, constituyendo y reconstituyendo centros. El valor de la ciudad reside su uso.

Pero es esta definición de lo urbano  mucho más amplia la que retrata mejor la perspectiva que desde este blog defiendo: Es el espacio diferencial  en que se despliega  o podría desplegarse la radicalidad misma de lo social (…) puesto que es teatro espontáneo de y para el deseo, sede de la deserción de las nacionalidades y del desaliento ante las presiones, marco y momento de lo lúdico y de lo imprevisible. Todo aquello que en otro momento nos atrevimos a llamar la vida.


A propósito del artículo de Manuel DELGADO publicado en EL PAÍS Babelia el  18/01/14.

martes, 7 de enero de 2014

Medellín, otra forma de luchar contra violencia



El País Semanal
REPORTAJE

Medellín: ciudad en metamorfosis

El narcotráfico convirtió a la capital de Antioquia en la ciudad más violenta del mundo. Conscientes de esa lacra, el equipo de políticos ‘outsiders’, con el matemático Sergio Fajardo al frente, inyectaron una cura radical de cultura y educación.




En mitad del valle, Medellín resulta un atribulado cauce donde apenas se distingue el agua debatiéndose entre dos laderas. De día lo encierran unas paredes de montañas verdes teñidas por el rojo de los ladrillos y las venas de asfalto que lo atraviesan hacia arriba sin respetar ni hacerse cargo de los serpenteos que suelen hacer más llevaderos los ascensos a las cumbres. De noche, parece que en cualquier momento va a ser deglutida por una lava de neón empeñada en guiñar intermitentemente sus diminutos resplandores de luciérnaga electrizante.
Esa colmena que acoge más de 3,5 millones de habitantes –la segunda de toda Colombia comprendiendo el área metropolitana– encierra sueños de supervivencia, un orgullo paisa que todo lo puede, pasados recientes casi única y exclusivamente teñidos de sangre, presentes de violencia latente y patente en pulso firme y activo con la civilización, inversiones tremendas en infraestructuras caídas del cielo para darle la vuelta al infierno comandado por el fantasma de Pablo Escobar, coches que desgastan a toda mecha sus embragues y sus pastillas de frenos por lo enconado de las cuestas, industria emergente, narcos dispersos, a expensas de alianzas cambiantes con los –por el momento– preponderantes paramilitares, gentes de bien, estudiantes con futuro, políticos de viejo y también de novísimo cuño, decididas y audaces apuestas culturales, activas ONG jamás dispuestas a comprar los discursos oficiales, sedes de grandes empresas nacionales e internacionales, pujanza y miedo en dosis similares, esperanza y resignación a partes milimétricamente parejas, lo emergente y el detritus, la vida en pugna, una batalla de décadas ya entre el bien y el mal… Quizá una metáfora de la presente América Latina.
“Bienvenidos a Medellín, la mejor ciudad del mundo!”… Resulta habitual esta actitud de hinchada entre sus vecinos. En un primer recorrido, desde el Poblado, zona rimbombante y acomodada con vecinos en su mayoría pertenecientes a los estratos 5 y 6 del país –clase alta y media alta–, a la Fiesta del Libro, que toma cada año el jardín botánico al aire libre, a primera vista el paisaje acompaña cualquier tono triunfalista por parte de sus habitantes: con buenos restaurantes, centros comerciales, edificios inteligentes y puentes colgantes. Pero, a medida que se va acercando a la ladera del río, donde deambulan los espectros de desheredados esparcidos en montículos al calor de una hoguera o a resguardo de los puentes, buscándose la vida y quizá la muerte al compás del caudal más o menos normalizado del Medellín, las visiones escamotean con su sombra bastante fuerza a los discursos más optimistas.
La ciudad ha cambiado. La región, también. Es un hecho. Aunque quizá haya que emplear para ser más rigurosos el gerundio. Está cambiando. No es fácil. Instaurar valores cívicos se impone como tarea de generaciones. Y eso en Medellín se ha convertido en una obsesión. Programada. Inapelable. Montar en el orgullo local que supone el metro o ya el metrocable –imponente teleférico con destino a los márgenes del lumpen, hacia los barrios más alejados– es adentrarse en un espacio sujeto a permanentes mensajes constructivos. Por las paredes y por los altavoces saltan las indicaciones de solidaridad, respeto, urbanidad, limpieza…
Resultaba y resulta necesario. Cuando, a principios de la década de los noventa, Medellín era sinónimo de cartel de la droga, territorio dominado por el narcotraficante más sanguinario de la historia de Colombia –hoy recuperado en una polémica narcotelenovela–; cuando todo estaba en manos de “ese señor que no vamos a nombrar”, como avisan los asesores de cualquier político local hoy, dejando más patente su alargada e inquietante sombra, se imponía la necesidad de una acción radical.
Y, quizá, desde la ahora atribulada España, el ministro de Educación y Cultura, Wert, el dueño de las cuentas Cristóbal Montoro y el propio Mariano Rajoy no lo crean, pero hubo un tiempo en el que recién liberados de la barbarie, cuando a duras penas algunos querían sacar a la vista el pescuezo, unos activistas locales salidos de la universidad, y metidos después a políticos, inyectaron a la ciudad que tenía la tasa de homicidios más elevada del mundo una terapia salvaje de educación y cultura como medio seguro de salvación. Hasta tal punto que hoy no ellos, sino otros, como el actual alcalde Aníbal Gaviria, han continuado con esa senda en el Ayuntamiento y dedican entre el 25% y el 30% del presupuesto municipal total a esos menesteres. En cosas serias, nada de recortes.
El pionero se llama Sergio Fajardo, antiguo alcalde, hoy gobernador de Antioquia, a quien muchos ven futuro presidente de la república. “Yo no me centro en pensar eso…”, regatea él. Pero quizá Colombia sí crea y se plantee que es posible. Fajardo explica su gestión de manera muy didáctica y cercana, embutido en su polo gris, tomándose un café en la terraza de un hotel, sin querer en ningún momento acuartelarse, de forma muy natural, con su transparente contundencia de matemático enmarañado ya sin remisión en la política activa después de haber recolocado a su ciudad en el mapa internacional como un ejemplo de superación y ruptura radical con la violencia.
“Comenzamos nuestra tarea como un proyecto político de transformación con un profundo sentido de lo que había acá…”, comenta Farjardo, hoy gobernador por el Partido Verde, en alianza coyuntural también con el alcalde Gaviria, aunque vigilándose de reojo con este, perteneciente al Partido Liberal.
Lo que había acá, según lo contado, lo cantado, lo narrado, era una decrépita catadura moral, infectada por años de podredumbre en los valores instaurada por el narcotráfico en connivencia con un ambiente bélico donde, por medio, campaban la guerrilla, los paramilitares y una estructura de poder político tolerante con el panorama. El Medellín que describen, entre otros, Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, donde narra el asesinato de su padre médico por los paramilitares, o, si cabe, con más ferocidad, el maestro Fernando Vallejo, que si ya en su día se vació sobre su ciudad natal con La virgen de los sicarios, sigue haciéndolo crónicamente en libros como Peroratas: “Hoy no solo están congestionadas las calles, las carreteras, los hospitales. Está congestionada la mismísima morgue, donde ya no caben los cadáveres”.
El dirigente antioqueño, con esos retratos que han traspasado fronteras en el cogote, se ha rebelado siempre contra ese destino y rememora su asalto al poder en aquel contexto, donde él y los universitarios de su movimiento, “similar en España a lo que podrían ser los indignados”, comenta Fajardo, “recorrimos los rincones, nos pusimos la ciudad en la piel, en el corazón y en la razón. La caminamos, la olimos y, por supuesto, la estudiamos”.
De ahí brotó una urgente apuesta por la dignidad, cuenta el político. “Una apuesta que salía del convencimiento de que nuestro problema más grave era la desigualdad, que, a su vez, generaba violencia y una cultura de la ilegalidad”. De ahí parió su famoso lema: “Medellín, la más educada”. El mismo que no ha tenido ahora más remedio que trasladar a toda la región: “Antioquia, la más educada”. Un lema acompañado del 50% de su presupuesto total como región en educación y cultura.
Y, con ello, una radical apuesta por ese vínculo en los barrios más violentos y marginales, donde instalaron infraestructuras de poderosa simbología: bibliotecas, centros culturales, y rompieron su aislamiento de salvaje urbanismo congénito y desmadrado proporcionando transporte urbano que llegara a todas las esquinas, como el metrocable.
Sus iniciativas fueron bastante celebradas. Respetadas, alentadas por sus sucesores y, lo que es más importante, bienvenidas por un vecindario que, rompiendo los esquemas de los gobernantes más obtusos, cuida lo que se le ha legado como si fueran templos. “Ningún edificio público ha sufrido el menor ataque”, resalta Fajardo.
Pero no da impresión el gobernador de haber colmado una tarea, ni una gestión. Cosa que tampoco hace Gaviria, el alcalde. El político liberal esgrime el discurso de la metamorfosis. Una línea que basa su argumentación en cifras independientes de las oficiales al municipio como las del Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia. Según estas, Medellín ha pasado de ser la ciudad con la tasa de homicidios más alta del mundo por cada 100.000 habitantes (380,6) en 1991 a la número 24 en 2013 (41,7 asesinatos), y con el objetivo de bajar este año del número 30 en el ranking. De ahí su línea: la metamorfosis. “Construir lo que queremos en cuatro años es muy complejo. Pero nos damos por satisfechos si logramos hacer crecer la semilla de la educación, la cultura y el civismo en la ciudad. Es nuestro eje principal”.
“el 50% del presupuesto de antioquia está dedicado a educación”, dice el gobernador Sergio Fajardo


No caben triunfalismos, pero sí confianza. No entran cegueras, pero sí un razonable orgullo paisa recuperado que puede degenerar en nacionalismo trasnochado si no controlan cierto sentido de superioridad creciente en la región, muy tendente a la rivalidad permanente con lo bogotano. Incluso en lo más bajo compiten, como comenta un conductor cuando trata de comparar las clases políticas: “Aquí roban de a poquito, con cariño, en Bogotá se la llevan toda, los nuestros se quedarán su tajadica, pero al menos acaban la obras…”.
Aunque restan retos. La violencia no se extirpa de un día para otro. Es cuestión de generaciones ganadas a la imposición de unos principios que se pasaban por el forro el valor de la vida. La derrota de Escobar fue el comienzo. Trajo la desarticulación de un reinado, aunque produjo una descontrolada dispersión de delincuencia organizada. Los estragos ahí quedaron. Por eso, lo más urgente para las autoridades fue articular un básico discurso de civismo que iba a tardar en cuajar si no llegaba acompañado de acciones visibles.
Una de ellas son los colegios del plan 20, que llaman. Experiencias piloto en la educación pública, con los mejores equipamientos técnicos y lúdicos, con ropa y alimentación aseguradas en los barrios de estratos más bajos para salir del hoyo. El número no es caprichoso. Se trata de que, en 2020, la mayoría de los colegios públicos presenten esas condiciones. Y si algo tiene ganado Medellín es que la mayoría de los centros –el 80%– son públicos en vez de privados, mientras que en otras ciudades como Cali ocurre justo al revés, como cuenta Horacio Arango, asesor de Fajardo en la Gobernación.
Si los dirigentes esgrimen frente al forastero el discurso de la educación, una ONG como Con-vivamos, en pleno frente callejero, coloca el foco en otros aspectos. Luis Mosquera hace caer en la cuenta de que la relativa pacificación surgida tras la desaparición de Escobar ha sido producto también de un despliegue de fuerzas –7.800 efectivos policiales–, algo que supone 3 agentes por cada 100 habitantes. “Estamos altamente militarizados”, afirma. “¿Y así, cómo es posible que continúen los homicidios?”.
No en el mismo cogollo de Medellín, pero sí en los alrededores… Y aumentando… Sobre todo en municipios como Bello, Copacabana, Girardota, Barbosa, Itagüí, La Estrella, Envigado y Sabaneta, admite Mosquera. “Los muertos aparecen en caños, autopistas…”, a muchos ni se les reclama. Todo es producto de un pacto, aseguran en Convivamos, organización surgida hace 40 años bajo la inspiración de la Teología de la Liberación, que contó en sus comienzos en Medellín con impulso importante.
Tras el desperdigamiento del grupo de Escobar, la ciudad ha pasado a manos de los paramilitares. “Hoy, los Urabeños predomi­­nan. Les quitaron el control a otros como Los Rastrojos y Los Paisas, sobre todo tras el enfrentamiento que tuvo lugar en la zona de Aures –donde hoy se puede visitar uno de los colegios punteros– a principios de 2011”. No solo se hicieron con los territorios de grupos similares a los suyos, sino que también le fueron ganando la partida a don Berna, el narco con mando en plaza, cabeza de la llamada Oficina de Envigado.
Aunque no es la única organización que controla el territorio. También los Triana, con sus, aproximadamente, 3.000 hombres, se hacen cargo de la venta de cocaína y marihuana, así como de controlar los comercios locales y cobrar sus extorsiones, que van desde 50.000 pesos a cada transportista por día hasta 20.000 o 100.000 a los comerciantes semanalmente. “Las iniciativas de Fajardo es cierto que han reducido en gran parte el problema, y que se han multiplicado las becas, las ayudas y el acceso a la universidad, pero no resultan suficientes para acabar con la violencia, ni con la tentación de vida fácil para los jóvenes que llevan a cabo las bandas cuando la tasa de desempleo es del 12%”, asegura Mosquera.
Una cierta desconfianza en el futuro, un cierto desencanto, se respira a veces también en barrios como Moravia. Alejado en su aspecto y su idiosincrasia de la región checa y centroeuropea, aquel lugar creció al compás de la basura. Hoy, un monte verde, transformado gracias al césped crecido sobre el detritus, abriga sus casas y sus riachuelos. Entre una cancha de baloncesto que mandó construir Escobar y las estrechas calles se puede pasear hoy sin temor. Más, si de la mano te lleva Gladys Rojas, una destacada activista del vecindario.
Cuando ella llegó a Medellín tenía tres años. “Veníamos desplazados de Uramita. Allí se libró una guerra entre liberales y godos (conservadores), pero un patrón salvó a mi papá, no lo dejó matar, y cuando llegó mi madre se hicieron un ranchito pegado al cementerio”. Entonces empezó el negocio del reciclado, algo de lo que ha vivido durante décadas la mayoría de la gente barrio. “Agarraban lo que la gente botaba de basura al río, y ahí empezó la lucha. A mí papá luego le iban a dar una casita, pero como bebía mucho no la conseguía, y como en todas partes hay un vivo, este le cedió una manzana con huerto para que se lo cultivara, mitad papa, mitad frijol. Así fue como seguimos viviendo acá, cerca del basurero”.
Todo valía. “Se llenó el barrio de desechos. Nos vestíamos con lo que caía de ahí, y comíamos de lo que quedaba en las grúas: de la Zenú sacábamos la carne; de la Noel, galleticas; de Inestra, polvito y jabón, y la de la placita nos daba para papita, cebolla y tomates…”. Resultaba una diaria y tremenda lucha por la supervivencia. “Éramos 11 hermanos. Fueron muriendo hasta quedar 4”. Algunos días tocaba premio. “Por aquí pasaba el tren, el de carga y el de lujo, que venía por Navidad. La alegría más grande para nosotros era que llegara. Nos tiraban paqueticos y ese día contábamos con ropa nueva”.
Otros trayectos resultaban más truculentos. “A veces, mi papá nos mandaba salir cuando escuchaba el pitido. Cogíamos unas bolsitas, buscábamos la sangre, primero; luego, lo más grande, el cadáver. Por recogerlo, a mi padre le daban algo con que comprar manteca”.
Así más o menos discurría la vida por Moravia, entre despojos y muertos con que ganarse la vida. Hasta que llegó el padre Vicente Mejía y trató de aportar algo de dignidad. Se trataba, dicen, de un guerrillero del M-19. “Le gustaban los pobres”. Llegaron revueltas apoyadas por universitarios. “Nos ayudaban a tirar piedras a la ley”. El negocio de la basura continuaba y crecía a medida que la ciudad se superpoblaba. Fue creciendo el cerro. La montaña, cubierta de césped hoy, era una cordillera labrada con caliza de periódicos, desechos, mierda, rodeada de lo que Gladys recuerda como un lago hermoso, “un agua en la que nos metíamos a por unos pescaditos que llamábamos liso-liso”. Basura va, basura viene, aun así, en la época del padre Mejía todo era muy especial, según Gladys. “Recogía platica desde junio, y en Navidad compraba un novillo que repartía entre el vecindario”. Ahora no. Ahora, pese a que ya no apesta el cerro, algunas plantas adornan el paso del agua, los chavales tienen canchas de fútbol y puedes reunirte en el centro cultural a recibir clases de música o a ver una película, a esta mujer le invade una tristeza difícil de alejar. No es solo que a su hijo lo matara la guerrilla, “es que la droga se apoderó de Moravia, los pelaos crecen, y la mayoría son viciosos. La ley viene, cobra su vacuna y sigue vendiendo. A uno le da mucha tristeza, pero estos señores nos tienen apabullados y así nos dejan morir”.
Quizá se animara algo más Gladys llegándose a la última Fiesta del Libro, celebrada este otoño, observando a los colegiales adentrarse en las actividades y los puestos de las editoriales o las librerías entre la ordenada maleza del jardín botánico que queda al lado de su barrio. Allí, Juan Diego Mejía, el perseverante y lúcido director de este evento, cree que la trayectoria del mismo ha sido una batalla ganada por la cultura a la calle y que así debe seguir.


Como lo son esos visibles símbolos de la cultura que reinan en los barrios y se hacen omnipresentes en ellos. Dentro de la Biblioteca España, en pleno Santo Domingo, uno de los antaño reductos más violentos de la ciudad, algún cartel espontáneo reza: “Un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido”. En el Medellín de hoy, donde se libra tensamente esa visible batalla del bien contra el mal, la frase no resulta ninguna exageración.