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sábado, 21 de marzo de 2015

La no Ciudad. A propósito de Ciudad Juárez. JORDI BORJA.

La No Ciudad.
Publicado en www.ciudad.blog.edu.uoc. Marzo 2015

En un breve e interesante libro reciente Mike  Davis, expone que “los latinos  salvarán a la ciudad gringa” (es el título de la obra). Jane Jacobs, en su clásico sobre La vida y la muerte de las ciudades norteamericanas sentó las bases de la negación o autodestrucción de las ciudades. La ciudad es ante todo espacio público, mezcla de poblaciones y actividades, sentimiento de posesión compartida de la ciudad en sus calles y plazas. La ciudad solamente con edificios, sean  para vivir o para trabajar   y  con medios de transportes e infraestructuras, no es ciudad, es en el mejor de los casos una zona urbanizada. Un cuerpo sin alma, le falta la ciudadanía, es decir la dimensión  pública, la expresión de la vida colectiva. Los ciudadanos se expresan en el espacio público, son  “conciudadanos”, se es ciudadano en su relación los otros, iguales en derechos y deberes. La ciudad late a partir de su corazón , el centro, o sus centros en las grandes urbes. Es allí donde se concentran los flujos de las personas y de las ideas, las memorias colectivas y les puntos que transmiten sentido a la vivencia urbana.  El centro irradia sobre la ciudad, de él emergen los ejes estructurantes que ordenan la ciudad. Los ciudadanos se posesionan de la ciudad ocupando su centro, o sus centros. Entonces cuando todos, o una gran masa que los representa, se hace presente en las plazas y calles del centro principal de la ciudad, cuando manifiestan ser un poder social que planta cara al poder político-institucional y al poder económico, entonces devienen plenamente ciudadanos. Y la ciudad es ciudad de ciudadanos, no una simple escenografía.

Hace menos de un mes que estaba en Ciudad Juárez. En algún momento dije, sin afán de menospreciar ni a la ciudad ni a sus habitantes, que “Ciudad Juárez” se podía calificar de “no ciudad”. Ahora añadiría que esta negatividad tiene remedio pero no parece que las fuerzas locales o nacionales se lo planteen. No pretendo analizar el impacto de la violencia sobre la vida urbana, suficientemente conocida. Además es obvio que la existencia de una muy débil, por no decir casi nula, estructura urbana no solo favorece la violencia, además tampoco facilita la generación de contrapoderes civiles. No es la sociedad la culpable, es la incapacidad de las instituciones políticas y económicas más potentes, mexicanas y estadounidenses, que han utilizado una ciudad-puente para que entren y salgan el ejército de reserva de mano de obra, un borde que se utiliza desde el otro lado de la frontera para lo que no quieren  tenerlo en su casa, un campamento para los rechazados o para los inmigrantes mal pagados en las maquilas y marginados en los bordes del borde.

La ciudad es a penas perceptible. Una imagen impresionista se te aparece como los vestigios de una ciudad casi abandonada que se fue disolviendo a la vez que llegaban nómadas y marginales, más deshecha que hecha. Luego percibes elementos dispersos, como un campamento, en el que emergen proyectos de calle que son carreteras polvorientas rodeadas en algunos tramos con edificios de todos los tipos y edades. El centro real es el puente, la no ciudad es la sirvienta de la otra ciudad, una ciudad provinciana, El  Paso, ruralizada y ocupada en gran parte por “chicanos”, con una zona central, comercial, con edificios nuevos, en bastantes casos por iniciativa de inversores de la fantasmal Ciudad Juárez (CJ).  En ésta se adivina algo que fue centro, comercios venido a menos, algunos edificios administrativos, viviendas agazapadas, residuos de prostíbulos que tuvieron tiempos mejores. La gran mayoría del millón trescientos mil habitantes se desparraman por la no ciudad. Los “barrios cerrados” para las numerosas “clases medias”, en compartimentos-estanco, en muchos casos pegados los unos a los otros, pero sin mirarse.  Barrios-gueto propios de los sectores populares, muchos migrantes de otros estados, más o menos marginales, unos más desconectados que otros de la indefinida trama urbana, a la intemperie, sin otra vida social que compartir la supervivencia diaria, el trabajo precario, el sicariado, las bandas, las trabajadoras de las maquilas, gentes de largas horas de transporte, de viviendas frágiles como sus vidas, hombres y mujeres del borde,  de fallidas esperanzas al no conseguir pasar al otro lado de la frontera.

Y las operaciones aberrantes y surrealistas como las Riberas del Bravo y otros conjuntos de viviendas sociales. Unas 15 000 viviendas de pésima calidad, de 30 a 40m2 para familias con frecuencia numerosas. Más del 40% fueron abandonadas muy pronto. Una operación de vivienda social del Gobierno federal para trabajadores estables y con ahorros . En un páramo a más de 20 km de CJ, lejos de todo. Infonavit, el ente público promotor-financiador de estas operaciones, parece tener una vocación de pirómano, como si deseara convertir a los niños y adolescentes en un “sendero luminoso” de la periferia de la “no ciudad”. O más sencillo: ahí crecen las bandas juveniles violentas, sicarios para los narcotrafiantes o traficantes de órganos, matan a partir de los 15 años y mueren antes de los 25.

Hay otras operaciones también dignas de constar en el Guiness, pero finas, sofisticadas y cultas. Una gran Ciudad Universitaria (CU) en Ciudad Juárez. Una gran oportunidad. Perdida. Una iniciativa conjunta del Estado de Chihuahua que cede los predios a la Universidad de CJ en el año 2004. El apoyo del Gobierno federal y la implicación de las principales universidades del país convirtió una operación local en una iniciativa mucho más ambiciosa. Intervienen la UNAM, el Politécnico Nacional, el Tecnológico de Monterrey, las Universidades del Estado de Chihuahua y de CJ, centros de investigación y de enseñanza media superior, etc. Se supone que en pocos años  se concentrarán en  la CU decenas de miles de estudiantes y algunos miles de profesores, investigadores y administrativos. Un aspecto positivo: los jóvenes de sectores populares que habitan en la zona sur del territorio de CJ tendrán un acceso a estos centros de estudio más asequible que si debieran ir a la zona norte donde hay los campus actuales. Pero no se trata de una cuestión escolar, sino de un interés más general que puede benificiar a todos.  Se  trata de estructurar un territorio sobre la base una ciudad mucho más compacta, con una oferta de equipamientos y servicios potente como corresponde a su población y a su economía y con un sistema de infraestructuras y transportes que permita ejercer el derecho a la movilidad en condiciones dignas.

La oportunidad la tenían delante de los ojos. CJ no tiene un área central, ni buena ni mala, no tiene nada. Hay espacios vacíos, edificios que claman el derribo o la rehabilitación, comercios a la deriva, habitantes que huyen a barrios cerrados, oficinas dispersas. La Ciudad universitaria hubiera creado  ciudad: decenas de miles de universitarios, comercios y restaurantes, librerías y cafeterías, oficinas y despachos de profesionales, espacios de ocio y locales de espectáculos, gente en las calles y ambiente de mayor seguridad. No se trata de hacer una CU como la del DF, tangente a la ciudad. En este caso la CU de Juárez sería la ciudad real, lo que no es la actual CJ. Sobre esta base se generan ejes estructurantes de la ciudad que articulen los múltiples elementos dispersos y creen continuidades de actividad y residencia. Y gradualmente las murallas de los barrios cerrados caerán y los conjuntos sociales se rehabilitarán y se integrarán. Se demolerá Riberas del Bravo, así lo espero, y de paso  se debería juzgar a los responsables de un disparate que debe considerarse criminal.

El caso de CU de Ciudad Juárez y de su ceguera ante la oportunidad perdida me lleva a una reflexión sobre México y sus elites políticas y económicas. La fuerza del narco y de la economia delictiva en general, la proliferación de bandas y contrabandas violentas y armadas y la corrupción pública y privada, formal e informal no son los causantes de la crisis sistémica del país. Son el resultado de un vacío de Estado, de una visión irresponsable de la nación por parte de las dirigencias políticas y económicas, de una gestión catastrófica de las políticas públicas y del afán acumulador a cualquier coste de políticos y empresarios, de multinacionales leoninas y de especuladores de todo. Es en este contexto que puede entenderse la ceguera de los responsables de promover la CU. No hay conciencia ni interés ni  comprensión de la función humanizadora de la ciudad y de la necesidad de estructurar el territorio, condición fundamental para la integración social, la articulación económica y la gobernabilidad democrática. Es de lamentar que el valioso capital intelectual que se concentra en la Universidad de Ciudad Juárez no haya sabido reaccionar a tiempo.


Nota del autor: Agradezco la amistosa colaboración del profesor de la Universidad de CJ, Alfonso Luis Herrera, que me guió hace 6 años a Riberas del Bravo y nuevamente en febrero de este año. Así mismo me ha facilitado información sobre la CU. Pero las reflexiones críticas son exclusivas del autor y me temo que no coinciden del todo con mi estimado colega.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Criminalidad y precios del suelo.

ALEJANDRO REBOSSIO. EL PAÍS,  11/02/2015. La lucha por la tierra se libra en las ciudades latinoamericanas

En el suelo que hasta ahora solo interesaba a los pobres hay hoy especulación que expulsa de sus casas a quienes allí viven.

Parecía Gaza… y me puse a llorar. No entiendo nada. A esa gente, a esas mamás con chicos, los acaricio con mis lágrimas”, escribía el pasado agosto el papa Francisco a un amigo concejal de Buenos Aires después de que tres fuerzas policiales desalojaran con topadoras a unas 500 familias que se habían instalado en un terreno baldío bautizado por sus ocupantes con el nombre del pontífice argentino. “Parece que la crueldad se nos instaló en el corazón. Una crueldad vestida con tantos ropajes: qué me importa, que vayan a trabajar, es gente insociable… palabras que no justifican, sino que manifiestan tanta crueldad”, agregaba Francisco después de la represión conjunta de los uniformados que responden tanto al Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner como al alcalde porteño, Mauricio Macri, candidato presidencial conservador para las elecciones del próximo octubre.



Buenos Aires camina a paso lento hacia la urbanización de sus chabolasLa otra cara del mundialEl cine entre chabolas de la hija KirchnerLas favelas de Río se unen pacíficamente a la protesta"EN Madrid hay favelas aunque no las llamen así"Aquel desalojo no es el único que pone de manifiesto que la lucha por la tierra en Latinoamérica no se circunscribe a la de los campesinos e indígenas contra medianos o grandes terratenientes o multinacionales de las materias primas. También ocurre en las urbes. América Latina no es solo el rincón más desigual del mundo, con un tercio de la población en la pobreza, sino que además es la segunda región más urbanizada del planeta, con casi un 80% de sus habitantes residiendo en ciudades. Aunque las cifras han mejorado en este siglo, aún un tercio de los latinoamericanos mora en viviendas precarias, y una minoría en la calle. Un cuarto reside en favelas,villas de emergencia, asentamientos irregulares o como se llame en cada país a los barrios de chabolas.“Para los campesinos, es la lucha por la tierra. Para nosotros, es por el suelo urbano con servicios, con espacio urbano”, explica el arquitecto Raúl Fernández Wagner, profesor de la Universidad de General Sarmiento, en la periferia pobre de Buenos Aires. Fernández Wagner integra, además, el colectivo de organizaciones sociales y docentes universitarios Habitar Argentina que en 2013 logró una ley para regular, en la provincia de Buenos Aires, el uso de la tierra de barrios cerrados, esas urbanizaciones para las clases altas y medias altas que se han expandido desde los 90 por toda Latinoamérica, incluso en ciudades medianas, y que han encarecido tierras periféricas a las que antes accedían los pobres. La gente necesita dónde vivir y si no tiene acceso a casas, se va a asentamientos informales, donde no tiene servicios de electricidad, agua potable, cloacas, y entonces trata de sobrevivir conectándose como puede”, expone la relatora especial de ONU Hábitat Leilani Farha. “No es sorprendente que haya conflictos en este contexto. En la ciudad, los pobres no pueden comprar nada porque no hay nada disponible para sus ingresos, por la especulación inmobiliaria, por la falta de políticas de tierra y porque los gobiernos, a veces, venden las mejores tierras para desarrollos inmobiliarios. La gente no puede sobrevivir sin casa, es un derecho humano y hay que enfocar el asunto desde esa perspectiva, dar la seguridad a la tenencia. Los pobres van a las peores tierras, que son fiscales o de algún dueño, y pelean por la regularización del dominio. A veces, terminan desalojados por policías, militares o agentes privados y entonces se van a otros asentamientos informales”, describe Farha desde su oficina en Ottawa.En los últimos meses, pobladores pobres de algunos municipios del Gran Buenos Aires (periferia), como los de La Matanza, Esteban Echeverría, Moreno y Florencio Varela, se han organizado para montar piquetes en calles o carreteras para reclamar por tierras o por la regularización de su dominio, según cuenta la presidenta de la organización social Madre Tierra, Ana Pastor. El mismo día de la entrevista, ella daba cuenta de un desalojo en La Matanza. “Los hay que no son necesariamente violentos”, aclara.Un tercio de los latinoamericanos reside en viviendas precariasTambién hay tomas de tierras en Buenos Aires, como las de la villa Papa Francisco, y en los suburbios, aunque ya no son organizadas por movimientos populares como en los 80, sino que en las últimas tres décadas opera un mercado informal de tierras donde algunos listos venden o alquilan terrenos fiscales o abandonados por sus dueños, según la líder de Madre Tierra. “El Gran Buenos Aires, Moreno y Merlo son los municipios que tienen más tierras y, por tanto, más posibilidad de tomas. En Merlo solo se toma lo que el municipio autoriza, y en Moreno hay tomas organizadas por gente de la droga,policías, políticos locales, y después media el municipio. Es decir, hay piratas que no son grandes poderosos, pero son usados por otros sectores de poder, muchas veces armados”, describe Pastor.“Lo de Buenos Aires se repite en muchas partes de Latinoamérica”, comenta la presidenta de Habitat International Coalition (HIC), Lorena Zárate, desde la ciudad de México. “Hay ocupaciones de tierras en la periferia o en edificios, por ejemplo, en São Paulo. Organizadas, no por familias sino por movimientos de lucha por acceso a la vivienda. Pero también hay un mercado informal en el que la gente termina pagando dos o tres veces por la tierra, con procesos de extorsión, muchas veces contra gente migrante sin apoyo en la ciudad. Ya no hay tomas masivas como en 60 y 70, en parte porque ya no hay tanta migración del campo a la ciudad sino dentro de la ciudad o entre ciudades”, cuenta Zárate.¿Cómo responden los gobiernos ante tanta necesidad? Los expertos consideran que el déficit no se resuelve si se lo deja en manos de un mercado urbano en el que la tierra es escasísima, la especulación abunda, el crédito falta entre los más pobres y se necesitan cada vez más salarios para comprar una vivienda. Farha, de ONU Hábitat, ensaya una respuesta: “México intentó fomentar el acceso a la vivienda con crédito, pero para ello entregó tierras muy lejanas de los centros urbanos y de los trabajos, con mal transporte, sin buenos servicios. Ahora el Gobierno (de Enrique Peña Nieto) cambió el enfoque y quiere detener la extensión urbana. Hubo muchos programas en Brasil y Colombia para mejorar la calidad de los barrios, y tuvieron buenos resultados. Ecuador y Venezuela también tienen planes de vivienda. Cada país ha probado programas, muchos sin éxito”.“La gente necesita dónde vivir y si no tiene acceso a casas, se va a asentamientos informalesLeilani Farha, relatora especial de ONU HábitatZárate reconoce que en Brasil, Argentina, Chile o México se construyeron millones de viviendas, “pero con problemas de localización porque exigen de la persona mucho gasto de transporte para ir a trabajar, porque faltan centros de salud, recreativos, culturales, o hay escuelas con malos maestros, o porque las casas son de mala calidad o se hicieron en basureros o sobre acuíferos”. La líder de HIC destaca que en Uruguay siguen existiendo, como en los 70, los bancos de tierras e inmuebles ociosos y que laFederación Uruguaya de Cooperativas por Ayuda Mutua haya replicado su tarea por el acceso a la propiedad colectiva. El modelo de esta federación se procura replicar en Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Paraguay o Bolivia. Zárate elogia la planificación urbana en Brasil que lleva que muchas ciudades dispongan de tierra para viviendas sociales y equipamiento comunitario. Destaca que Colombia también cuente con una legislación en ese sentido, aunque advierte que falta más implementación, a la vez que pone sus esperanzas en la nueva ley de hábitat de la provincia de Buenos Aires.

jueves, 22 de enero de 2015

Precios del suelo y configuración de rentas urbanas.Rev. Café de las Ciudades 146/147

http://cafedelasciudades.com.ar/economia_146.html
Edgardo Contreras Nossa publica en la revista digital CAFÉ DE LAS CIUDADES n* 146/147 un artículo titulado La formación de precios de suelo y la configuración de las rentas urbanas. urbana.
www.cafedelasciudades.com.ar/economia_146

sábado, 1 de febrero de 2014

El Espacio Público. Ciudad y Ciudadanía






JORDI BORJA y ZAIDA MUXÍ.

El Espacio Público. Ciudad y Ciudadanía.
Ed. Electa. Año 2000. Barcelona
 
JORDI BORJA junto a la arquitecta ZAIDA MUXÍ han publicado recientemente un libro titulado El Espacio Público. Ciudad y Ciudadanía. Ed. Electa. 2000. Barcelona. Como profesor de geografía de la UOC ha enfocado sus investigaciones hacia el urbanismo. La publicación de este libro entronca, por así decirlo, con los postulados sociológicos de autores como Zygmunt BAUMAN ya que contextualiza su discurso sobre la naturaleza de lo urbano desde la perspectiva humana, pero entendiendo al hombre no solo como sujeto individual si no como sujeto social, como grupo, como civitas, o si se quiere utilizar un concepto que emplea con mucha frecuencia a lo largo del libro: COMUNIDAD. Es ahí donde, a mi juicio, sitúa el centro de su discurso urbano y es también el foco de sus diagnósticos de la crisis del fenómeno urbano y también de sus soluciones.. Y es precisamente en ese contexto  en el que se incardina un análisis plagado de conceptos que por sí solos tienen el suficiente carácter evocador: conceptos como espacio público ciudadano, productores de ciudad, urbanismo de productos o de valores,  degradación del espacio público, segregación urbana, privatización del espacio público, espacio cotidiano, sentimiento de pertenencia al lugar, participación de la comunidad, violencia urbana, etc… Incluso llega a dedicar un capítulo a la seguridad ciudadana y el espacio público, que como se ve, van de la mano para el autor.
 
Por ello su definición de la ciudad como espacio público abierto y protegido lo es desde el punto de vista social, es para él un lugar concentrador de encuentros. Por ello, sitúa como peligros precisamente  que los espacios públicos se privaticen , que se segreguen a veces mediante el uso, a veces mediante una falta de planificación  de la ciudad desde esta perspectiva humana que él alienta, con procesos sobre los que es necesario pensar como el urbanismo de productos, las promociones inmobiliarias masivas, por ejemplo.
De ahí, según Borja, que el espacio público no genere por se peligros, es el lugar en que se evidencian los problemas de la injusticia social, económica o política, su debilidad aumenta el miedo de unos y la marginación de los otros. Los problemas de segregación urbana, la existencia de espacios monovalentes o monofuncionales, el propio diseño urbano y de las infraestructuras que aíslan  o segregan a los ciudadanos  confinándolos en áreas concretas nos sitúan ante otro asunto no menor abordado en el libro y que en anteriores entradas de este blog han sido tratadas: el diseño urbano seguro  o en sus siglas en ingles CPTED, planteado como otro más de los pilares que pueden hacer de la ciudadano espacio más humano.
Pero es cuando se detiene en la privatización del espacio público cuando trata de conceptos como COMUNIDAD, BARRIO, SENTIMIENTO DE PERTENENCIA A UN LUGAR… Mantiene que considerar la ciudad como algo de carácter patológico hace que la solución a los problemas consista en la higienización, en limpiar la ciudad de los otros, sustituyendo los espacios públicos por áreas privatizadas consideradas como zonas protegidas para unos y excluyentes para otros. Más allá, existe una búsqueda de seguridad que lleva a cerrar el espacio público como si esta fuera la causa de la inseguridad y del miedo urbano. Por el contrario, el ESPACIO COTIDIANO es el espacio de las relaciones con los otros, del juego, del recorrido diario entre las diferentes actividades y del encuentro. Por ello es necesario favorecer el espacio público dotándole de cualidades estéticas, espaciales y formales que favorezcan y faciliten las relaciones y el sentimiento de pertenencia al lugar. Y vuelve aquí al concepto del CPTED cuando menciona cuestiones como la iluminación, la visibilidad que redundan en un aumento de la vigilancia natural.
En contraposición a esa idea del sentimiento de pertenencia al lugar considera que ciertos sectores de la población se les aisla a veces con algo tan etéreo como en TERRITORIOS SIN LUGARES (1), es decir, espacios carentes de significados y atributos como podrán ser en cualquier ciudad esas barriadas marginales o los barrios populares carentes apenas de espacios públicos y con escasa dotación de servicios e infraestructuras.
Pero el concepto de ciudad se apoya también en el de la CIUDADANÍA, en la civitas. Porque lo urbano es para el autor el escenario de la política, de la política de proximidad, del autogobierno, etc… Es el lugar de la concertación entre actores sociales para llevar a cabo proyectos colectivos. Y es elemento fundamental para construir ciudad de un modo más inclusivo es el de fomentar la PARTICIPACIÓN CIUDADANA ya que cree el autor que producen y son producto del desarrollo de la ciudadanía y en ese sentido propone diferentes formas de participación ciudadana: la creación de consejos, comités, la cooperación, la información, la negociación, el debate y la gestión de ciertos aspectos por parte de actores sociales (asociaciones, empresarios…).Pág. 72.
Sin embargo, es cuando entra a considerar los derechos de la ciudadanía cuando hace una serie de afirmaciones con las que no estoy de acuerdo  totalmente. Cuando afirma que la inseguridad ciudadana la padecen las clases medio-altas (2). Es en este punto en el que no coincido con el autor ya que como el mismo ha ido desgranando en el libro la seguridad o la inseguridad afecta a todos los actores sociales, a todos los ciudadanos, seguramente de formas diferentes o con una percepción subjetiva de la seguridad desigual, pero afectando en definitiva a todos los estratos de la población.
De otra parte, hace mención a la inexistencia de políticas securitarias preventivas. En ese punto también  discrepo del autor. Cada vez más existen más planes de carácter preventivo  como son los que se impulsan desde la Secretaría de Estado de Seguridad elaborando planes que afectan a diferentes temáticas: drogas, seguridad vial, materiales conductores, productos del campo, etc…, y otros que se enfocan a determinados colectivos: el Plan director de seguridad escolar, grupos violentos, violencia juvenil, victimización de determinados colectivos, sin olvidar las cuestiones de género, etc… En ellos, la estrategia securitaria abarca la prevención y también la represión de actividades ilícitas.
No obstante, la lectura del libro de Jordi BORJA  tiene la virtud de reflexionar sobre lo urbano desde una perspectiva en la que el hombre como sujeto social es su centro y cómo fortaleciendo la comunidad se pueden encontrar soluciones a la crisis del fenómeno urbano.
NOTAS:

(1).Véase la consideración de los NO LUGARES del libro recientemente traducido al castellano del sociólogo francés Henri LEFEBVRE titulado La Producción del Espacio, editado por Capitán Swing. En él Lefebvre caracteriza el espacio urbano como “la obra de la gente en lugar de imposición como sistema a la gente”. Es un lugar de encuentro, de simultaneidad y donde su uso constituye su principal esencia. Habla en ese libro también de espacios maquetados y monitorizados por la ideología, produciendo espacios  claros, obedientes, legibles, etiquetados, homogéneos, seguros, etc… producidos por el mercado para las clases medias que sueñan con un universo social tranquilo, previsible, no conflictivizado y sin sobresaltos que se diseñan para ellos como mera ilusión, según Manuel DELGADO señala en la reseña del libro de Lefebvre publicada en el El País, suplemento Babelia del 18!01/14.
(2). En este sentido traigo a colación una entrevista a Jordi Borja publicada en Urbanista Jordi Borja: la ciudad ideal debe ser un lugar de "diversidad" tanto como de "libertad y de igualdad". www.el mercurio.com. Allí hablaba de esas urbanizaciones cerradas sobre sí mismas y con vigilantes privados que se enclaustran frente al temor del otro y que son precisamente la negación de la ciudad ya que cercenan su sentido mismo de lugar contacto, de encuentro entre distintos. En este sentido habla Zygmunt BAUMAN en La Modernidad Líquida del proyecto ###########3.

martes, 7 de enero de 2014

Medellín, otra forma de luchar contra violencia



El País Semanal
REPORTAJE

Medellín: ciudad en metamorfosis

El narcotráfico convirtió a la capital de Antioquia en la ciudad más violenta del mundo. Conscientes de esa lacra, el equipo de políticos ‘outsiders’, con el matemático Sergio Fajardo al frente, inyectaron una cura radical de cultura y educación.




En mitad del valle, Medellín resulta un atribulado cauce donde apenas se distingue el agua debatiéndose entre dos laderas. De día lo encierran unas paredes de montañas verdes teñidas por el rojo de los ladrillos y las venas de asfalto que lo atraviesan hacia arriba sin respetar ni hacerse cargo de los serpenteos que suelen hacer más llevaderos los ascensos a las cumbres. De noche, parece que en cualquier momento va a ser deglutida por una lava de neón empeñada en guiñar intermitentemente sus diminutos resplandores de luciérnaga electrizante.
Esa colmena que acoge más de 3,5 millones de habitantes –la segunda de toda Colombia comprendiendo el área metropolitana– encierra sueños de supervivencia, un orgullo paisa que todo lo puede, pasados recientes casi única y exclusivamente teñidos de sangre, presentes de violencia latente y patente en pulso firme y activo con la civilización, inversiones tremendas en infraestructuras caídas del cielo para darle la vuelta al infierno comandado por el fantasma de Pablo Escobar, coches que desgastan a toda mecha sus embragues y sus pastillas de frenos por lo enconado de las cuestas, industria emergente, narcos dispersos, a expensas de alianzas cambiantes con los –por el momento– preponderantes paramilitares, gentes de bien, estudiantes con futuro, políticos de viejo y también de novísimo cuño, decididas y audaces apuestas culturales, activas ONG jamás dispuestas a comprar los discursos oficiales, sedes de grandes empresas nacionales e internacionales, pujanza y miedo en dosis similares, esperanza y resignación a partes milimétricamente parejas, lo emergente y el detritus, la vida en pugna, una batalla de décadas ya entre el bien y el mal… Quizá una metáfora de la presente América Latina.
“Bienvenidos a Medellín, la mejor ciudad del mundo!”… Resulta habitual esta actitud de hinchada entre sus vecinos. En un primer recorrido, desde el Poblado, zona rimbombante y acomodada con vecinos en su mayoría pertenecientes a los estratos 5 y 6 del país –clase alta y media alta–, a la Fiesta del Libro, que toma cada año el jardín botánico al aire libre, a primera vista el paisaje acompaña cualquier tono triunfalista por parte de sus habitantes: con buenos restaurantes, centros comerciales, edificios inteligentes y puentes colgantes. Pero, a medida que se va acercando a la ladera del río, donde deambulan los espectros de desheredados esparcidos en montículos al calor de una hoguera o a resguardo de los puentes, buscándose la vida y quizá la muerte al compás del caudal más o menos normalizado del Medellín, las visiones escamotean con su sombra bastante fuerza a los discursos más optimistas.
La ciudad ha cambiado. La región, también. Es un hecho. Aunque quizá haya que emplear para ser más rigurosos el gerundio. Está cambiando. No es fácil. Instaurar valores cívicos se impone como tarea de generaciones. Y eso en Medellín se ha convertido en una obsesión. Programada. Inapelable. Montar en el orgullo local que supone el metro o ya el metrocable –imponente teleférico con destino a los márgenes del lumpen, hacia los barrios más alejados– es adentrarse en un espacio sujeto a permanentes mensajes constructivos. Por las paredes y por los altavoces saltan las indicaciones de solidaridad, respeto, urbanidad, limpieza…
Resultaba y resulta necesario. Cuando, a principios de la década de los noventa, Medellín era sinónimo de cartel de la droga, territorio dominado por el narcotraficante más sanguinario de la historia de Colombia –hoy recuperado en una polémica narcotelenovela–; cuando todo estaba en manos de “ese señor que no vamos a nombrar”, como avisan los asesores de cualquier político local hoy, dejando más patente su alargada e inquietante sombra, se imponía la necesidad de una acción radical.
Y, quizá, desde la ahora atribulada España, el ministro de Educación y Cultura, Wert, el dueño de las cuentas Cristóbal Montoro y el propio Mariano Rajoy no lo crean, pero hubo un tiempo en el que recién liberados de la barbarie, cuando a duras penas algunos querían sacar a la vista el pescuezo, unos activistas locales salidos de la universidad, y metidos después a políticos, inyectaron a la ciudad que tenía la tasa de homicidios más elevada del mundo una terapia salvaje de educación y cultura como medio seguro de salvación. Hasta tal punto que hoy no ellos, sino otros, como el actual alcalde Aníbal Gaviria, han continuado con esa senda en el Ayuntamiento y dedican entre el 25% y el 30% del presupuesto municipal total a esos menesteres. En cosas serias, nada de recortes.
El pionero se llama Sergio Fajardo, antiguo alcalde, hoy gobernador de Antioquia, a quien muchos ven futuro presidente de la república. “Yo no me centro en pensar eso…”, regatea él. Pero quizá Colombia sí crea y se plantee que es posible. Fajardo explica su gestión de manera muy didáctica y cercana, embutido en su polo gris, tomándose un café en la terraza de un hotel, sin querer en ningún momento acuartelarse, de forma muy natural, con su transparente contundencia de matemático enmarañado ya sin remisión en la política activa después de haber recolocado a su ciudad en el mapa internacional como un ejemplo de superación y ruptura radical con la violencia.
“Comenzamos nuestra tarea como un proyecto político de transformación con un profundo sentido de lo que había acá…”, comenta Farjardo, hoy gobernador por el Partido Verde, en alianza coyuntural también con el alcalde Gaviria, aunque vigilándose de reojo con este, perteneciente al Partido Liberal.
Lo que había acá, según lo contado, lo cantado, lo narrado, era una decrépita catadura moral, infectada por años de podredumbre en los valores instaurada por el narcotráfico en connivencia con un ambiente bélico donde, por medio, campaban la guerrilla, los paramilitares y una estructura de poder político tolerante con el panorama. El Medellín que describen, entre otros, Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, donde narra el asesinato de su padre médico por los paramilitares, o, si cabe, con más ferocidad, el maestro Fernando Vallejo, que si ya en su día se vació sobre su ciudad natal con La virgen de los sicarios, sigue haciéndolo crónicamente en libros como Peroratas: “Hoy no solo están congestionadas las calles, las carreteras, los hospitales. Está congestionada la mismísima morgue, donde ya no caben los cadáveres”.
El dirigente antioqueño, con esos retratos que han traspasado fronteras en el cogote, se ha rebelado siempre contra ese destino y rememora su asalto al poder en aquel contexto, donde él y los universitarios de su movimiento, “similar en España a lo que podrían ser los indignados”, comenta Fajardo, “recorrimos los rincones, nos pusimos la ciudad en la piel, en el corazón y en la razón. La caminamos, la olimos y, por supuesto, la estudiamos”.
De ahí brotó una urgente apuesta por la dignidad, cuenta el político. “Una apuesta que salía del convencimiento de que nuestro problema más grave era la desigualdad, que, a su vez, generaba violencia y una cultura de la ilegalidad”. De ahí parió su famoso lema: “Medellín, la más educada”. El mismo que no ha tenido ahora más remedio que trasladar a toda la región: “Antioquia, la más educada”. Un lema acompañado del 50% de su presupuesto total como región en educación y cultura.
Y, con ello, una radical apuesta por ese vínculo en los barrios más violentos y marginales, donde instalaron infraestructuras de poderosa simbología: bibliotecas, centros culturales, y rompieron su aislamiento de salvaje urbanismo congénito y desmadrado proporcionando transporte urbano que llegara a todas las esquinas, como el metrocable.
Sus iniciativas fueron bastante celebradas. Respetadas, alentadas por sus sucesores y, lo que es más importante, bienvenidas por un vecindario que, rompiendo los esquemas de los gobernantes más obtusos, cuida lo que se le ha legado como si fueran templos. “Ningún edificio público ha sufrido el menor ataque”, resalta Fajardo.
Pero no da impresión el gobernador de haber colmado una tarea, ni una gestión. Cosa que tampoco hace Gaviria, el alcalde. El político liberal esgrime el discurso de la metamorfosis. Una línea que basa su argumentación en cifras independientes de las oficiales al municipio como las del Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia. Según estas, Medellín ha pasado de ser la ciudad con la tasa de homicidios más alta del mundo por cada 100.000 habitantes (380,6) en 1991 a la número 24 en 2013 (41,7 asesinatos), y con el objetivo de bajar este año del número 30 en el ranking. De ahí su línea: la metamorfosis. “Construir lo que queremos en cuatro años es muy complejo. Pero nos damos por satisfechos si logramos hacer crecer la semilla de la educación, la cultura y el civismo en la ciudad. Es nuestro eje principal”.
“el 50% del presupuesto de antioquia está dedicado a educación”, dice el gobernador Sergio Fajardo


No caben triunfalismos, pero sí confianza. No entran cegueras, pero sí un razonable orgullo paisa recuperado que puede degenerar en nacionalismo trasnochado si no controlan cierto sentido de superioridad creciente en la región, muy tendente a la rivalidad permanente con lo bogotano. Incluso en lo más bajo compiten, como comenta un conductor cuando trata de comparar las clases políticas: “Aquí roban de a poquito, con cariño, en Bogotá se la llevan toda, los nuestros se quedarán su tajadica, pero al menos acaban la obras…”.
Aunque restan retos. La violencia no se extirpa de un día para otro. Es cuestión de generaciones ganadas a la imposición de unos principios que se pasaban por el forro el valor de la vida. La derrota de Escobar fue el comienzo. Trajo la desarticulación de un reinado, aunque produjo una descontrolada dispersión de delincuencia organizada. Los estragos ahí quedaron. Por eso, lo más urgente para las autoridades fue articular un básico discurso de civismo que iba a tardar en cuajar si no llegaba acompañado de acciones visibles.
Una de ellas son los colegios del plan 20, que llaman. Experiencias piloto en la educación pública, con los mejores equipamientos técnicos y lúdicos, con ropa y alimentación aseguradas en los barrios de estratos más bajos para salir del hoyo. El número no es caprichoso. Se trata de que, en 2020, la mayoría de los colegios públicos presenten esas condiciones. Y si algo tiene ganado Medellín es que la mayoría de los centros –el 80%– son públicos en vez de privados, mientras que en otras ciudades como Cali ocurre justo al revés, como cuenta Horacio Arango, asesor de Fajardo en la Gobernación.
Si los dirigentes esgrimen frente al forastero el discurso de la educación, una ONG como Con-vivamos, en pleno frente callejero, coloca el foco en otros aspectos. Luis Mosquera hace caer en la cuenta de que la relativa pacificación surgida tras la desaparición de Escobar ha sido producto también de un despliegue de fuerzas –7.800 efectivos policiales–, algo que supone 3 agentes por cada 100 habitantes. “Estamos altamente militarizados”, afirma. “¿Y así, cómo es posible que continúen los homicidios?”.
No en el mismo cogollo de Medellín, pero sí en los alrededores… Y aumentando… Sobre todo en municipios como Bello, Copacabana, Girardota, Barbosa, Itagüí, La Estrella, Envigado y Sabaneta, admite Mosquera. “Los muertos aparecen en caños, autopistas…”, a muchos ni se les reclama. Todo es producto de un pacto, aseguran en Convivamos, organización surgida hace 40 años bajo la inspiración de la Teología de la Liberación, que contó en sus comienzos en Medellín con impulso importante.
Tras el desperdigamiento del grupo de Escobar, la ciudad ha pasado a manos de los paramilitares. “Hoy, los Urabeños predomi­­nan. Les quitaron el control a otros como Los Rastrojos y Los Paisas, sobre todo tras el enfrentamiento que tuvo lugar en la zona de Aures –donde hoy se puede visitar uno de los colegios punteros– a principios de 2011”. No solo se hicieron con los territorios de grupos similares a los suyos, sino que también le fueron ganando la partida a don Berna, el narco con mando en plaza, cabeza de la llamada Oficina de Envigado.
Aunque no es la única organización que controla el territorio. También los Triana, con sus, aproximadamente, 3.000 hombres, se hacen cargo de la venta de cocaína y marihuana, así como de controlar los comercios locales y cobrar sus extorsiones, que van desde 50.000 pesos a cada transportista por día hasta 20.000 o 100.000 a los comerciantes semanalmente. “Las iniciativas de Fajardo es cierto que han reducido en gran parte el problema, y que se han multiplicado las becas, las ayudas y el acceso a la universidad, pero no resultan suficientes para acabar con la violencia, ni con la tentación de vida fácil para los jóvenes que llevan a cabo las bandas cuando la tasa de desempleo es del 12%”, asegura Mosquera.
Una cierta desconfianza en el futuro, un cierto desencanto, se respira a veces también en barrios como Moravia. Alejado en su aspecto y su idiosincrasia de la región checa y centroeuropea, aquel lugar creció al compás de la basura. Hoy, un monte verde, transformado gracias al césped crecido sobre el detritus, abriga sus casas y sus riachuelos. Entre una cancha de baloncesto que mandó construir Escobar y las estrechas calles se puede pasear hoy sin temor. Más, si de la mano te lleva Gladys Rojas, una destacada activista del vecindario.
Cuando ella llegó a Medellín tenía tres años. “Veníamos desplazados de Uramita. Allí se libró una guerra entre liberales y godos (conservadores), pero un patrón salvó a mi papá, no lo dejó matar, y cuando llegó mi madre se hicieron un ranchito pegado al cementerio”. Entonces empezó el negocio del reciclado, algo de lo que ha vivido durante décadas la mayoría de la gente barrio. “Agarraban lo que la gente botaba de basura al río, y ahí empezó la lucha. A mí papá luego le iban a dar una casita, pero como bebía mucho no la conseguía, y como en todas partes hay un vivo, este le cedió una manzana con huerto para que se lo cultivara, mitad papa, mitad frijol. Así fue como seguimos viviendo acá, cerca del basurero”.
Todo valía. “Se llenó el barrio de desechos. Nos vestíamos con lo que caía de ahí, y comíamos de lo que quedaba en las grúas: de la Zenú sacábamos la carne; de la Noel, galleticas; de Inestra, polvito y jabón, y la de la placita nos daba para papita, cebolla y tomates…”. Resultaba una diaria y tremenda lucha por la supervivencia. “Éramos 11 hermanos. Fueron muriendo hasta quedar 4”. Algunos días tocaba premio. “Por aquí pasaba el tren, el de carga y el de lujo, que venía por Navidad. La alegría más grande para nosotros era que llegara. Nos tiraban paqueticos y ese día contábamos con ropa nueva”.
Otros trayectos resultaban más truculentos. “A veces, mi papá nos mandaba salir cuando escuchaba el pitido. Cogíamos unas bolsitas, buscábamos la sangre, primero; luego, lo más grande, el cadáver. Por recogerlo, a mi padre le daban algo con que comprar manteca”.
Así más o menos discurría la vida por Moravia, entre despojos y muertos con que ganarse la vida. Hasta que llegó el padre Vicente Mejía y trató de aportar algo de dignidad. Se trataba, dicen, de un guerrillero del M-19. “Le gustaban los pobres”. Llegaron revueltas apoyadas por universitarios. “Nos ayudaban a tirar piedras a la ley”. El negocio de la basura continuaba y crecía a medida que la ciudad se superpoblaba. Fue creciendo el cerro. La montaña, cubierta de césped hoy, era una cordillera labrada con caliza de periódicos, desechos, mierda, rodeada de lo que Gladys recuerda como un lago hermoso, “un agua en la que nos metíamos a por unos pescaditos que llamábamos liso-liso”. Basura va, basura viene, aun así, en la época del padre Mejía todo era muy especial, según Gladys. “Recogía platica desde junio, y en Navidad compraba un novillo que repartía entre el vecindario”. Ahora no. Ahora, pese a que ya no apesta el cerro, algunas plantas adornan el paso del agua, los chavales tienen canchas de fútbol y puedes reunirte en el centro cultural a recibir clases de música o a ver una película, a esta mujer le invade una tristeza difícil de alejar. No es solo que a su hijo lo matara la guerrilla, “es que la droga se apoderó de Moravia, los pelaos crecen, y la mayoría son viciosos. La ley viene, cobra su vacuna y sigue vendiendo. A uno le da mucha tristeza, pero estos señores nos tienen apabullados y así nos dejan morir”.
Quizá se animara algo más Gladys llegándose a la última Fiesta del Libro, celebrada este otoño, observando a los colegiales adentrarse en las actividades y los puestos de las editoriales o las librerías entre la ordenada maleza del jardín botánico que queda al lado de su barrio. Allí, Juan Diego Mejía, el perseverante y lúcido director de este evento, cree que la trayectoria del mismo ha sido una batalla ganada por la cultura a la calle y que así debe seguir.


Como lo son esos visibles símbolos de la cultura que reinan en los barrios y se hacen omnipresentes en ellos. Dentro de la Biblioteca España, en pleno Santo Domingo, uno de los antaño reductos más violentos de la ciudad, algún cartel espontáneo reza: “Un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido”. En el Medellín de hoy, donde se libra tensamente esa visible batalla del bien contra el mal, la frase no resulta ninguna exageración.

sábado, 28 de diciembre de 2013

 Los nuevos ‘vándalos’ de Brasil
El 'rolezinho', la novedad de esta Navidad, muestra que, cuando la juventud pobre y negra de las periferias de São Paulo ocupa los centros comerciales anunciando que quiere formar parte de la fiesta del consumo, la respuesta es la de siempre: criminalización. Pero ¿qué es lo que le están "robando"estos jóvenes a la clase media brasileña?
ELIANE BRUM 23 DIC 2013 - 20:05 CET14

Las Navidades de 2013 serán recordadas como aquellas en las que Brasil trató como gamberros a chicos pobres, la mayoría de ellos negros, por haber osado divertirse en los centros comerciales donde la clase media hace las compras de fin de año. A través de las redes sociales, centenares, a veces miles de jóvenes, se ponían de acuerdo para lo que llaman "rolezinho” (un paseo) en centros comerciales próximos a sus comunidades, para “hacer jaleo, dar unos besos, flirtear, divertirse, sin robos”. El sábado, 14, decenas entraron en el Shopping Internacional de Guarulhos (Estado de São Paulo), cantando estribillos de funk da ostentação (un tipo de música que exalta la ostentación). No robaron, no destruyeron, no portaban drogas, pero aún así 23 de ellos fueron llevados a comisaría sin que nada justificara la detención. Este domingo, 22, en el Shopping Interlagos, varios fueron revisados a su llegada por un fuerte despliegue policial: según la prensa, una base móvil y cuatro furgones, cuatro unidades de la Polícia Militar, una del Grupo de Operaciones Especiales y cinco coches de seguridad particular para montar guardia. Varios jóvenes fueron “invitados” a retirarse del edificio por tener apariencia de funkeiros, como dos hermanos que empujaban al padre, amputado, en una silla de ruedas. De nuevo, no se registró ningún hurto. El sábado, 21, la policía -a la que llamó la administración del Shopping Campo Limpo- no constató ningún “tumulto”, pero varios vehículos y motos de la Policía Militar permanecieron en el aparcamiento para inhibir el rolezinho. Algunos policías entraron en el centro comercial con pistolas de balas de goma y bombas lacrimógenas.

Si no hay crimen, ¿por qué la juventud pobre y negra de las periferias del área de São Paulo está siendo criminalizada?

Primero, a causa de su entrada. Los centros comerciales fueron construidos para mantenerlos del lado de fuera y, de repente, osaron traspasar el límite. Y lo hicieron reivindicando algo transgresor para jóvenes negros y pobres en el imaginario nacional: divertirse fuera de los límites del gueto. Y desear objetos de consumo. No neveras y televisores de pantalla plana, símbolos de la llamada clase C o nueva clase media -la parcela de la población que ascendió con la ampliación de renta en el Gobierno Lula-, sino marcas de lujo internacionales, aquellas que se pretenden exclusivas para una élite, en general blanca.

Antes, el 7 de diciembre, cerca de 6.000 jóvenes habían ocupado el aparcamiento del Shopping Metrô Itaquera, y también fueron reprimidos. Varios rolezinhos se organizaron a través de las redes sociales en diferentes centros comerciales de la región metropolitana de São Paulo hasta el final de enero pero, por miedo a la represión, muchos han sido cancelados. Sus organizadores, jóvenes que a menudo trabajan como chicos de los recados, temen perder el empleo al ser detenidos por estar donde supuestamente no deberían estar – en una ley no escrita, pero siempre cumplida en Brasil-. Los agentes de seguridad de los centros comerciales recibieron orientación para monitorizar a cualquier joven “sospechoso” que esté delante de un escaparate, aunque sea solo, deseando gafas de Oakley o tenis Mizuno, dos de los iconos de los funkeiros da ostentação. En vísperas de Navidad, Brasil muestra la cara deformada de su racismo. Y necesita encararla, porque el racismo sí es un crimen.

“Eita porra, que cheiro de maconha” (algo así como "Joder, qué olor a marihuana") era el estribillo que cantaban los jóvenes al entrar en el Shopping Internacional de Guarulhos. El funk es de MC Daleste, que homenajea en su nombre artístico la región donde nació y se crió, la zona este, la más pobre de São Paulo, aquella que cada verano se inunda con las lluvias por obras que los sucesivos gobiernos siempre aplazan, aplastando sueños, enterrando casas, matando adultos y niños. Daleste murió en julio de un tiro en el pecho durante un show en Campinas (a unos 100 kilómetros de São Paulo). El asesinato es la primera causa de muerte en Brasil para los jóvenes negros y pobres, como los que ocuparon el Shopping Internacional de Guarulhos.

La policía reprimió, los comercios cerraron, la clientela corrió. Una testigo dijo la frase-símbolo a la reportera Laura Capriglione, de Folha de S. Paulo: “Tiene que prohibirles a este tipo de maloqueiro [término despectivo para habitantes de zonas pobres de las favelas] entrar en un lugar como este”. Los días siguientes, en diferentes webs de periódicos, los lectores definieron así a los rolezeiros (vea entrevista abajo): “maloqueiros”, “bandidos”, “prostitutas” y “negros”. Negros emerge aquí como palabra ofensiva.

As novelas ya vendían una vida de lujo hace muy tiempo, solo que en ellas los ricos eran los que pertenecían al mundo de riqueza. En los videoclipes de funk ostentação, son los pobres que aparecen en este mundo.”
El funk da ostentação, surgido en la Baixada Santista y la región metropolitana de São Paulo en los últimos años, evoca el consumo, el lujo, el dinero y el placer que todo eso otorga. En sus videoclips, los DJs aparecen con cadenas y anillos de oro, vestidos con ropas de marca, en coches caros, rodeados de mujeres con mucho culo y poca ropa. (Para conocer el funk de la ostentação, vea el documental aquí). Distinto del núcleo duro del hip hop paulista de los ochenta y noventa, que renegaba del sistema, y también del movimiento de literatura periférica y marginal que, al inicio de 2000, defendía que para consumir, se comprasen marcas producidas por la periferia para la periferia, el funk da ostentação coloca a los jóvenes -aunque para la mayoría solo en la imaginación- en escenarios hasta ahora reservados para la juventud blanca de las clases media y alta. Esa, tal vez, sea su transgresión. En sus vídeos, los DJs tienen vidas de ricos, con todos los símbolos de los ricos. Gracias al éxito de su funk en las comunidades, muchos DJs se enriquecieron de verdad y tuvieron acceso al mundo que celebraban.

Esta exaltación del lujo y del consumo, interpretada como adhesión al sistema, hizo el funk da ostentação incómodo para un sector de los intelectuales brasileños e incluso para parte de los líderes culturales de las periferias de São Paulo. Ahora, los rolezinhos – y la represión que les siguió– le añaden a esta vertiente del funk un componente de insurgencia, celebrado estos últimos días por voces de la izquierda. Al ocupar los centros comerciales, la juventud pobre y negra de las periferias no estaba solo apropiándose de los valores simbólicos, como ya hacía con las letras del funk da ostentação, pero también de los espacios físicos, lo que marca una diferencia. Y, para algunos sectores de la sociedad, agrega un contenido peligroso a aquello que era denominado [porque no hablaba de violencia, sino de ostentación] “funk do bem”.

La respuesta violenta de la administración de los centros comerciales, de las autoridades, de la clientela y de parte de los medios demuestra que esos actores leyeron la entrada de la juventud de las periferias en estos establecimientos como un acto violento. Pero la violencia era justamente el hecho de no estar allí para robar, el único acto en que se acostumbra a ver jóvenes negros y pobres. Entonces, ¿cómo encajarlos? ¿en qué lugar colocarlos? Prefirieron concluir que existía la intención de hurtar y destruir, algo más fácil de aceptar en lugar de admitir que solo querían divertirse en los mismos lugares que la clase media, deseando los mismo objetos de consumo que ella. Llevaron a parte de los rolezeiros a la comisaría. Aunque tuvieran que soltarlos luego, porque no había motivos para mantenerlos allí, el acto ya los ha estigmatizado y señalará sus vidas, como históricamente se ha hecho con los negros y pobres en Brasil.

Jefferson Luís, 20 años, organizador del rolezinho del Shopping Internacional de Guarulhos, fue detenido, es blanco de investigación policial, su madre lloró y él acabó cancelando otro rolezinho ya programado por miedo a sufrir más. Auxiliar en una empresa, ahorró un mes de salario para comprar la cadena dorada que lleva al cuello. Jefferson dijo al periódico O Globo: “No iba a ser una protesta, iba a ser una respuesta a la opresión. Uno no se puede quedar en casa encerrado”.

Por esta subversión no será perdonado. Los jóvenes negros y pobres de las periferias de São Paulo, en vez de contentarse con trabajar en la construcción civil y en servicios subalternos de las empresas de lunes a viernes y quedarse encerrados en casas sin servicios básicos el fin de semana, también quieren divertirse. Zoar, como dicen. La clase media acepta que quieran pan, que quieran nevera, se siente más incomodada cuando llenan los aeropuertos, pero ¿divertirse, y en centros comerciales? Otra frase de Jefferson Luiz: “Si yo tuviera un cuarto solo para mí ya sería una ostentación”. Divide una habitación en la periferia de Guarulhos con ocho personas.

Estas Navidades, los funkeiros da ostentação parecen haberse convertido en los nuevos “vándalos”, como son llamados todos los manifestantes que, en las protestas, no se comportan dentro de la etiqueta establecida por las autoridades y por parte de los medios. En las primeras noticias, el rolezinho del Shopping Internacional de Guarulhos fue tachado de “arrastão” (avalanchas humanas que crean confusión para robar). Pero no había arrastão. El antropólogo Alexandre Barbosa Pereira hace una provocación precisa: “Si fuese un grupo numeroso de jóvenes blancos de clase media, como sucedió varias veces, ¿sería interpretado como un flash mob?”.

A idea de la imaginación como una fuerza creativa se presenta fuertemente en el funk ostentação.”
¿Por qué los administradores de los centros comerciales, la policía, parte de los medios y los clientes solo consiguen encuadrar a un grupo de jóvenes negros y pobres dentro de un centro comercial en un arrastão? Hay varias respuestas posibles. Pereira propone una bastante aguda: “¿Será que la clase media entiende que los jóvenes están ‘robando’ su derecho exclusivo de consumir?”. ¿Este sería el “robo” imperdonable, el que colocó a las fuerzas de la represión en la puerta de los centros comerciales para impedir la entrada de chicos desarmados que querían zoar, dar unos besos y codiciar objetos de deseo en los escaparates?

Para ayudarnos a pensar en los significados del rolezinho y del funk da ostentação entrevisto a Alexandre Barbosa Pereira en esta columna. Profesor de la Universidade Federal de São Paulo (Unifesp), se dedica a investigar las manifestaciones culturales de las periferias paulistas. En su máster, recorrió el mundo de pichação, un estilo de grafiti característico de São Paulo. En el doctorado, buceó en las escuelas públicas para comprender lo que es zoar. Desde 2012 investiga el funk da ostentação. Aunque los rolezinhos, por la fuerza de la represión, concluyan estas Navdades, hay mucho que necesitamos comprender sobre lo que dicen sus protagonistas – y sobre lo que la reacción violenta en su contra dice de la sociedad brasileña-.

El rolezinho aparece conectado al funk da ostentação. ¿En qué medida existe, de hecho, esa conexión?

Alexandre Barbosa Pereira. El funk ostentação es una relectura paulista del funk carioca, hecha a partir de la Baixada Santista y de la región metropolitana de São Paulo, en la cual las letras pasan a tener la siguiente temática: dinero, marcas, coches, bebidas y mujeres. No se habla directamente de crimen, drogas o sexo. Los funkeiros de esa vertiente comenzaron a producir videoclips inspirados en la estética de los del gangsta rap estadunidense. Pero lo más curioso de ese movimiento es el giro que los jóvenes hacen para cambiar la pauta que, hasta entonces, era principalmente la criminalidad para el consumo. Las músicas dejan de hablar de crimen para hablar de productos que ellos quieren consumir. Así, en vez de cantar: “Roba motos, roba coches, un bandido no anda a pie” (Bonde Sinistro), los funkeiros de la vertiente de la ostentación cantan: “Vida es tener un Hyundai y una [moto] Hornet, diez mil para gastar, Rolex....” (MC Danado). De este modo, los DJs empezaron a tener más espacio para cantar en locales nocturnos y pasaron a producir videoclips cada vez más elaborados, con más de 20 millones de accesos en Youtube, lo que les llevó a un éxito al margen de los medios tradicionales. Algunos llegaron a alcanzar gran repercusión entre un segmento del público joven sin haber aparecido nunca en la televisión. Vi a niñas llorando por DJs en bailes incluso antes de que el funk ostentação alcanzara el protagonismo que consiguió en los grandes medios. Surgieron empresas especializadas en la producción de clipes en el estilo de la ostentación, como Kondzilla y Funk TV, claramente inspirados en el gangsta rap, en el que los jóvenes aparecen en coches y motos, exhibiéndose con ropas, dinero y mujeres. Una reflexión interesante para hacer es cómo los medios tradicionales, que antes execraban el llamado funk proibidão, que hablaba abiertamente de crimen, drogas y sexo, ahora comienza a elogiar el funk ostentação, denominándolo incluso “funk del bien” y resaltando la trayectoria económica y social ascendente de los DJs.

Pregunta. Haciendo un paréntesis aquí, antes de llegar al rolezinho: ¿cuál es el camino para que un joven pobre tenga acceso al consumo de lujo, según la mirada del funk da ostentação? Este giro que tú mencionabas...

Respuesta. Primero, que ese bien de lujo no es tan de lujo. Al final, una botella de whisky a 60 u 80 reales (de 25 a menos de 35 dólares) no es ningún absurdo. Siempre es posible comprar una copia de aquellas gafas de sol que cuestan más de mil reales. En las discotecas de funk que observé, este era el precio. Pensemos en un grupo de por lo menos cuatro amigos dividiendo el valor de la compraventa. No sale tan caro jugar a la ostentación. Eso sí, están los coches. Eso sí que está fuera del alcance de la mayoría de esos jóvenes. Pero ahí hay una explicación interesante, que Montanha, un productor y director de videoclips de Funk TV, sabiamente me dio. Me dijo que las novelas ya vendían una vida de lujo hace mucho tiempo, solo que en ellas los ricos eran los que pertenecían a ese mundo. En los videoclips de funk ostentação, son los pobres los que aparecen en un mundo de “riqueza” o de “lujo”, con coches, mansiones, ropas de marcas más caras. Los jóvenes ahora podrían, segundo Montanha, verse como parte de un mundo de prestigio, de ahí la gran identificación. El crimen puede ser un camino para acceder a ese mundo de lujo o lo que esos jóvenes entienden por un mundo de lujo, pero no es el único. Esta es la lección que muchos DJs de funk están intentando transmitir en sus letras. De cierta forma muestran otro camino, que, de hecho, siempre estuvo presente para esos jóvenes de la periferia: hacerse famoso por la música o por el fútbol. De hecho, esos son los caminos que aparecen como los más posibles para que jóvenes negros y pobres de las periferias del país imaginen un futuro de éxito. En un mundo en que hay una fuerte división entre trabajo intelectual y manual, con la extrema valorización del primero, el uso del cuerpo en formas lúdicas como medio de ganar dinero se muestra como opción para la transformación de la vida. “Crimen, fútbol, música, cojones, yo tampoco conseguí huir de eso ahí”, ese es el Negro Drama cantado por los Racionais MCs. Los DJs de funk ostentação están intentando decir que es posible construir una vida de éxito a través de la música. Y lo que era ficción (los videoclips con coches importados, prestados o alquilados, con dinero de mentira lanzado al aire) comienza a hacerse realidad. Muchos de ellos comienzan a ganar una cantidad razonable de dinero con los shows. Creo que la idea de la imaginación como una fuerza creativa se presenta con fuerza en el funk ostentação.

Será que la clase media entiende que los jóvenes están ‘robando’ el derecho exclusivo de ellos consuman? Direito que, por su parte, venía siendo robado de esos jóvenes pobres hace muy tiempo.”
Por otro lado, es preciso destacar que masculinidades marcadas por el deseo de poseer un automóvil o una motocicleta no fueron construidas por el funk ostentação. Ya existían hace tiempo. Para los niños de la periferia, poseer un buen coche, bonito y potente, es una de las metas principales de vida. La posesión del coche es, en el imaginario de esos jóvenes, pero también de la población en general, un indicativo de éxito económico y social, garantizando, como consecuencia, el éxito con las mujeres.

En este caldo cultural, el consumo es cada vez más exaltado como espacio de afirmación y de reconocimiento para los jóvenes. Es, inclusive, bastante compleja la forma de la relación entre criminalidad y consumo en el funk. En el giro que produjeron, parece que hay el mensaje de que esas dos acciones pueden ser dos lados de una misma moneda. Ellos no dejan de hablar del crimen. Acaban citándolo indirectamente, como en las músicas de MC Rodofilho, en las cuales él celebra: “Ay dios, qué bueno es ser vida loka”. Lo importante es entender cómo el crimen y el consumo son pautas constantes en las relaciones sociales de los jóvenes de la periferia. Los más pobres también quieren que iPads, iPhones y automóviles potentes formen parte de su mundo. Aún necesito observar y reflexionar más sobre ello, pero creo que tanto en el caso del crimen como en el del consumo tenemos que estar más atentos al modo en el que se dan las relaciones entre personas y cosas. Pienso que la búsqueda de la realización solo mediante el consumo implica sentimientos y posturas extremas de un egoísmo hedonista y de un profundo desprecio por otros seres humanos. Las mercancías, o las cosas anheladas, de cierta forma han conformado las subjetividades contemporáneas. Y en esas nuevas subjetividades, marcadas por lo instantáneo y la inestabilidad, parece no haber mucho espacio para la solidaridad. Hay una nueva tendencia en la discusión antropológica que afirma que no podemos entender las cosas solo como representación o resultado de lo social. Necesitamos pensar también en cómo las cosas hacen a las personas e incluso a lasociedad. Cómo las cosas o las mercancías más deseadas hoy motivan tanto un consumismo desenfreado, irracional y egoísta, como el ingreso de jóvenes en la criminalidad. Siempre me quedo espantado cuando veo las imágenes en otros países de personas corriendo desesperadas para comprar un nuevo lanzamiento de smartphone, videojuego, tableta... Pero no solo eso, estas cosas también motivan y determinan formas de estar, pensar, relacionarse y sentir en el mundo contemporáneo.

Penso mucho en eso cuando parte de la clase media critica el consumo de esos jóvenes, diciendo que solo ellos –la clase media que, supuestamente, paga los impuestos – tienen derecho a consumir, o a relacionarse con ciertos productos. ¿Será que la clase media entiende que los jóvenes están robando el derecho exclusivo de que ellos consuman o de relacionarse con esos objetos de prestigio? ¿Un derecho que, por otra parte, había sido robado de esos jóvenes pobres hace mucho tiempo?

Esa crítica puede venir inclusive de cierta clase media más intelectualizada e incluso con ideas políticas progresistas, que cree que sabe lo que es mejor para los pobres. Hacen la crítica desde sus iPads e iPhones a lo que entienden como un consumo irracional de los más pobres, que deberían ahorrar en vez de gastar en productos que no son para su nivel económico. Hay un juego de perder y ganar y también de búsqueda de satisfacciones individuales que rodea el robo del derecho de algunos al consumo, que es preciso profundizar para entender mejor esas dinámicas contemporáneas. ¿Todos tienen el derecho a consumir lo que quieran? ¿Y sería viable, hoy, que todos consuman a altos niveles? ¿Qué implicaciones mediombientales tendríamos? Y si no es sostenible o viable que todos consuman con tamaña intensidad, ¿por qué incentivamos así el consumismo? Con eso, lo que quiero decir es que no se puede pensar la relación entre crimen y consumo solo entre los pobres. Creo que también necesitamos mirar hacia las clases medias y altas y hacia los crímenes que, históricamente, han sido cometidos contra los más pobres y el medioambiente para proteger el consumo de los ricos.

P. ¿Es en este punto en el que los rolezinhos aparecen y crean una tensión reveladora en estas Navidades?

R. Los rolezinhos en los centros comerciales están conectados directamente a ese contexto. No sé  cómo surgieron, pero me parece que despuntarion por esas nuevas relaciones que las redes sociales permiten construir, de forma que una broma pueda volcar algo serio. De repente, una convocatoria hecha en Internet puede llevar a centenares de jóvenes a encontrarse en un centro comercial, un local donde pueden tener acceso a esos bienes a los que canta la música, aunque solo sea un acceso visual. Eso sí, es importante resaltar que no fueron los rolezinhos ni el funk ostentação los que crearon esa relación de fascinación con el consumo. Esta ya existía hace mucho. Os Racionais, hace más de diez años, ya cantaban sobre eso, con afirmaciones como: “Tú dijiste que era bueno y la favela lo escuchó. Allá también tiene whisky, Red Bull, tenis Nike y fusiles” o “La abundancia alegra al sufridor”

É importante percibir que los centros comerciales donde los rolezinhos ocurrieron están en regiones más periféricas. Ellos no han ido a los templos mayores del consumo de lujo en la ciudad.”
P. Algunos análisis relacionan los rolezinhos con una acción afirmativa de la juventud negra y pobre, a una denuncia de la opresión y a una reivindicación de participación, en este caso en el mundo del consumo. ¿Como analizarías tú este fenómeno tan nuevo?

R. No me arriesgaría a decir que hay un movimiento político muy claro. Puede indirectamente constituirse como una acción afirmativa de la juventud negra y pobre. Tal vez la tensión que se creó con la criminalización de esos jóvenes durante los rolezinhos pueda llevar a algún tipo de reflexión y acción política mayor, pero es difícil de prever. En un libro intitulado Cidadania Insurgente, [el antropólogo americano] James Holston analiza el surgimiento de las periferias urbanas en Brasil, particularmente en São Paulo, destacando la discriminación contra ciertas clases de ciudadanos en el país. Ese autor muestra como, históricamente, las formulaciones de ciudadanía elaboradas por los más pobres se dieron a partir de su ocupación de barrios en las periferias de las grandes ciudades. Nociones y prácticas propias de ciudadanía que se produjeron, a la vez, por medio de las experiencias de hacerse propietario, de participar de movimientos sociales por la mejoría de los barrios y de ingresar en el mercado del consumo. Primero se ocuparon los barrios, incluso sin estructura mínima. Después llegaron las reivindicaciones por la legalización de los terrenos ocupados. Y, finalmente vinieron las luchas por la llegada de la energía eléctrica, el saneamiento básico y el asfalto. Creo siempre muy interesante, en conversaciones con antiguos líderes de los barrios periféricos de São Paulo, observar que indican la llegada del asfalto como el gran marco de transformación del barrio y la integración de este al espacio urbano.

Percibo, por lo tanto, acciones como las de los rolezinhos, desde el punto de vista de esa “ciudadanía insurgente”, en referencia a las asociaciones de ciudadanos que reivindican un espacio para sí y así se contraponen al gran discurso hegemónico o, si no se disocian del discurso hegemónico, al menos provocan ruidos en él. Se trata de una reivindicación por la ciudadanía, la participación política y derechos que, históricamente, fue hecha por los más pobres, muchas veces en la frontera entre lo legal y lo ilegal, y que comenzó con la propia ocupación de los barrios en la periferia de la ciudad de São Paulo, como forma de habitar y sobrevivir en el mundo urbano. Esa ciudadanía no necesariamente se presenta como resistencia, pero puede también querer, en muchos casos, asociarse a la hegemonía produciendo disonancias.

¿Qué son el funk ostentação y los rolezinhos si no esa reivindicación de los jóvenes más pobres de una mayor participación en la vida social más amplia a través del consumo? Estas acciones culturales parecen situarse en esa lógica, que no necesariamente se contrapone a lo hegemónico, en la medida en que intenta afirmarse por el consumo, pero provoca una incomodidad, un ruido extremadamente irritante para aquellos que se guían por un discurso y una práctica de segregación de los que consideran como los “otros”.

P. ¿Cómo definir esa incomodidad? ¿Qué son los “otros” en este contexto? ¿Y qué papel desempeñan estos “otros”?

R. La incomodidad de ver pobres ocupando un lugar en el que no deberían estar, como consumidores de ciertos productos que deberían ser más exclusivos. Es un tipo de espanto que se pregunta: “¿Cómo ellos, que no tienen dinero, quieren consumir productos que no son para su posición social y económica?”. Estos “otros” son los considerados “subalternos”. Pueden ser funkeiros, pobres y mestizos de la periferia, pero pueden ser también las empleadas domésticas, los motoboys, los grafiteros, entre otros “otros”, que muchas veces son utilizados como chivo expiatorio de las frustraciones de un sector considerable de la clase media.

Há una tendencia de percibir los jóvenes pobres a partir de tres perspectivas: a de el gamberro, a de la víctima y a de el héroe.”
Los rolezinhos no son protestas contra el centro comercial o el consumo, sino afirmaciones de: “Queremos estar en el mundo del consumo, en los templos del consumo”. Sin embargo, por ser jóvenes pobres de barrios periféricos, negros y mestizos en su mayoría, y que escuchan un género musical considerado marginal, pasan a ser vistos y clasificados por la mayoría de la sociedad como gamberros o marginales. Pensemos que, en la propia concepción del centro comercial, no está prevista la presencia de ese público, aún menos en grupo y provocando confusión. Me pregunto: si fuera en un centro comercial más noble, con jóvenes blancos de clase media alta, vestidos como se espera de un joven de este estrato social, ¿la repercusión sería la misma? ¿la criminalización sería la misma?. Tal vez fuera considerado solo un flash mob. Hay una tendencia, de una parte considerable de la clase media, de los medios y del poder público, a percibir a los jóvenes pobres a partir de tres perspectivas, casi siempre exclusivistas: la del gamberro, la de la víctima y la del héroe.

P. ¿Cómo funcionan estas tres perspectivas, gamberro, víctima y héroe?

R.  Son más formas de etiquetar a esos jóvenes por parte aquellos que quieren tutelarlos que categorías asumidas por los propios jóvenes. Por eso, son contextuales. Dependiendo de la situación y de los actores sociales con quienes dialoga, el joven puede ser entendido a partir de una de esas categorías. El pichador (grafitero de pichaçao), por ejemplo, es un agente que puede movilizar todas esas clasificaciones, dependiendo del contexto y de los interlocutores: la policía, la Secretaría de Cultura, los investigadores académicos o la ONG que quiere salvar los jóvenes de la periferia de la violencia. En el caso del funk, por ejemplo, ya hay comentarios e incluso textos de personas más politizadas viendo los rolezinhos como una acción afirmativa o extremadamente contestataria. Para estos, los protagonistas de los rolezinhos son víctimas que se hicieron héroes. Otros, como la policía, la administración de los centros comerciales y la clientela, pero también sus vecinos, que viven allá en los barrios pobres de la periferia, ven en ellos principalmente a villanos y gamberros.

Jóvenes como estos que están en los rolezinhos no necesariamente aceptan entrar en esas etiquetas pero, en algunos casos, pueden también encajar en todas a la vez. No se puede simplificar un fenómeno como este. Sin embargo, si pensáramos en ese movimiento que surge principalmente con el hip hop de valorar la periferia como espacio político y de afirmación positiva, es posible ver, aunque en menor intensidad, una cierta acción política. De decir: “Somos de la periferia y estamos orgullosos”. Un movimiento de reversión del estigma en marca positiva.

P. Pero ¿hay, de hecho, una acción consciente, organizada, con un sentido político previo? ¿O el sentido está siendo construido a partir de los acontecimientos, lo que es igualmente legítimo?

R. Mira, sinceramente, es difícil decir si hay un sentido político, directo, consciente y/o explícito. Tal vez por parte de algunos, pero por lo que he visto en las redes sociales, no de la mayoría. Si el movimiento persiste o toma otras formas, puede ser que el sentido político tome más fuerza. De momento es difícil analizar ese punto. El antropólogo Arjun Appadurai analiza hace algún tiempo los cambios que se producen en el mundo a causa del avance de las tecnologías de comunicación y del transporte. Según este autor, las personas se desplazan cada vez más en el mundo actual, y no solo físicamente, sino también y tal vez principalmente en la imaginación, a causa de medios de comunicación como la televisión y, más recientemente, por Internet. Hoy es posible imaginarse en los más diferentes lugares del mundo, pero también en diferentes clases sociales. ¿Qué son los videoclips de funk de la ostentación sino imágenes/imaginaciones que los jóvenes tienen sobre lo que sería pertenecer a otra clase o poseer mejores condiciones económicas para el consumo?

O que son los videoclipes de funk ostentação que no imágenes que los jóvenes producen sobre lo que sería pertenecer la otra clase social?”
Esa imaginación, según ese autor, puede constituirse como un proyecto político compartido, pero puede también ser solo una fantasía, algo individualista y egoísta, sin gran potencial político. Me parece que el funk da ostentação en São Paulo y movimientos como lo de los rolezinhos en los centros comerciales tienen intensamente esos dos potenciales. Difícil saber si alguna de ellas va a prevalecer o volverse hegemónica.

P. ¿La elección de la música de MC Daleste, asesinado en un show en Campinas, para el rolezinho del Shopping Internacional de Guarulhos, puede tener algún otro significado?

R. La elección de la música de MC Daleste en la entrada de los jóvenes en el centro comercial de Guarulhos me pareció bastante significativa por varios motivos. Principalmente, porque su muerte en el escenario, cantando funk, de cierta forma construyó un marco para ese funk da ostentação. Su asesinato acabó por dar aún más visibilidad a esta vertiente del funk paulista. MC Daleste cantaba proibidão antes y, así, esa relación confusa entre crimen y consumo se manifiesta de modo bastante fuerte en lo que él representa. Hay en su propio nombre artístico esa afirmación de un cierto orgullo del lugar de donde viene, de ser de la periferia, que tanto el funk como el hip hop expresan. No es  casualidad que él sea “Da Leste”. Recordemos que Guarulhos también está al este de la región metropoliitana de São Paulo.

P. Hoy, una parte significativa de la generación que se crió en las periferias con movimientos contestatarios como el hip hop y la literatura periférica o marginal ha asumido, por el funk da ostentação, los valores de consumo de las clases medias y alta. ¿Como analizas este fenómeno en el contexto histórico actual de Brasil?

R. Lo que un evento como ese parece poner de manifiesto es, por un lado, ese anhelo por consumir y por afirmarse mediante el consumo que esos jóvenes vienen demostrando ya hace algún tiempo, por las letras de los funks, pero también en el hip hop. A pesar de las críticas de ciertos segmentos del hip hop, no sé si el funk ostentação rompe con el hip hop más politizado de los ochenta y noventa o si ofrece una de las muchas posibles continuidades a ese movimiento cultural. Me parece que el funk ostentação es una relectura paulista, muy influenciada por el hip hop, del funk carioca. Muchos MCs de funk eran MCs de hip hop. Muchos de ellos, además de funk, cantan también rap, y en los shows se escuchan músicas de los Racionais. Hay trozos de letras de canciones de los Racionais en las letras del funk. Ahora, el hecho es que el funk no está tan marcado por la cuestión política como el hip hop. O Montanha me dijo algo interesante una vez: que, en la verdad, el hip hop ofrecería un espacio de expresión política que les faltaba a los jóvenes, ya el funk es un espacio de ocio y de socialización. Me parece una reflexión interesante. No que el hip hop no pueda contener ocio y socialización, ni el funk protesta política, pero las dos vertientes tienden hacia uno de los polos. El funk, de hecho, ganó ese gran espacio junto a los jóvenes de las periferias de São Paulo porque, en esa articulación de un espacio de ocio, se configuró un espacio para las mujeres que, en el hip hop, era más difícil. Las mujeres son presencia fundamental en los bailes de funk. El protagonismo del baile siempre fue suyo. Incluso que los niños también bailen y las niñas participen cada vez más como MCs. El hip hop siempre fue mucho más masculino, del baile a la vestimenta.

P. Pero ¿cuál es la diferencia, en tu opinión, entre cómo hablan de consumo, por ejemplo, los Racionais y cómo lo hacen los MCs de la ostentación?

Devemos cuestionar no la acción de los niños, pero las relaciones sociales fomentadas en la contemporaneidade que se pautam cada vez más por la búsqueda del reconocimiento por el consumo, por la posesión de bienes.”
R. Hay dos perspectivas. Cuando digo que los Racionais ya lo cantaban, quiero decir que ellos ya identificaban esa necesidad de consumir de la juventud. Y de consumir lo que ellos creían que era bueno, nada de consumo consciente. Por eso digo que los Racionais ya hacían, hace más de diez años, una lectura de ese anhelo por consumir de la juventud pobre. Por otro lado, hay esa dimensión de movimientos como el de los escritores de la periferia, promoviendo productos de la periferia, por la periferia. El funk ostentação comienza sin preocuparse con esa cuestión directamente. No le duele la conciencia por cantar al consumo y adherirse al sistema. Indirectamente, sin embargo, acaba llegando a un otro punto, en la medida en que una parcela considerable de jóvenes de la periferia pasa a poseer algún tipo de renta con la producción del funk. Ya sean los chicos que graban los videoclips, los propios MCs, pero también los empresarios, productores, técnicos e incluso algunos MCs que se hacen emprendedores y crean sus propios negocios. Como MC Nego Blue, que observando de cerca el éxito de las ropas de marca entre los jóvenes, creó Black Blue, una tienda de ropa cuyo símbolo es una carpa colorida. Hoy, además de poseer establecimientos propios, vende en tiendas multimarca, al lado de camisas de Lacoste o de otras marcas famosas que los chicos buscan, y por un precio muy parecido. Una de las empresas que programa shows de funk en Cidade Tiradentes se llama justamente “Nosotros por nosotro”.

Los rolezinhos parecen decir: no solo queremos consumir, queremos ocupar en masa y divertirnos en los centros comerciales, en los suyos o en los nuestros. Es importante percibir también que los centros comerciales donde los eventos ocurrieron están en regiones más periféricas, probablemente próximos a la residencia de los jóvenes. De momento no han ido a los templos mayores del consumo de lujo en la ciudad, en Jardins, Faria Lima, Marginal Pinheiros... Puede haber también un componente de un término que descubrí en la pesquisa que hice en escuelas de bachillerato, en mi doctorado, que es la idea de “zoar”. Ellos quieren zoar, que es llamar la atención y divertirse, flirtear, jugar y, si fuera preciso, pelear.

P. ¿Por qué, en este momento, el ocio se impone como una reivindicación de esta generación, por encima de cuestiones como salud, educación y transporte de calidad?

R. Creo que no hay una reivindicación política bien formulada como sucedía con el hip hop: queremos más salud, educación y ocio. Ellos simplemente quieren estar en los centros comerciales para zoar, y van. No existe esa reflexión más elaborada que el hip hop produce, es más espontáneo. Ese tal vez pueda ser un punto de distinción. Y el propio funk es, por sí solo, ocio y diversión, un dispositivo poderosísimo para bailar y flirtear. El zoar puede ser leído como un acto político, pero no me parece intencional. Creo que crea una tensión que es política, que es de disputa de poder por los espacios de la ciudad, pero no hay un manifiesto por la zoeira o por los rolezinhos, como hubo, por ejemplo, en el caso del manifiesto del arte periférico de los escritores.

P. ¿Hay también un movimiento para salir de los guetos y ocupar los guetos de la clase media? ¿De forma masiva, y no individualmente, como cuando un grupo de rap aparecía en la televisión (aunque fuera MTV) o un escritor del movimiento literario marginal o periférico publicaba en una gran editorial? ¿Es esta una novedad importante?

R. Creo que se abre hacia fuera del gueto, del barrio donde se vive, pero no hasta muy lejos. Al fin y al cabo, los centros comerciales a los que van están al lado de sus casas. En este sentido, creo que el hip hop, a pesar de hablar más del gueto, se abre mucho más hacia fuera en la medida en que conquista un espacio importante en las políticas públicas de cultura, por ejemplo.

É como si la sociedad dijera: ‘Vosotros, pobres, pueden consumir, pero ir al centro comercial en grandes grupos, solo para zoar y cantar funk, ahí ya es vandalismo’.”
Claro que ese espacio de ocio es problemático y conflitivo incluso dentro de los barrios de las periferias donde viven esos jóvenes. Si entrevistáramos a sus vecinos, seguramente la mayoría se posicionaría totalmente a favor de prohibir las fiestas callejeras que ellos organizan, con música alta que muchas veces dura toda la madrugada. Por eso creo importante no tomar el funk ni como un movimiento libertador, ni como el gran villano o el gran movimiento corruptor de la juventud contemporánea, como sectores más moralistas, a la izquierda y a la derecha, tienden a hacer.

La cuestión del consumo también me parece problemática. El deseo de consumir siempre ha existido. Antes del Gobierno Lula, el proceso de urbanización ya induce a ese apego mayor al consumo. Sin embargo, no se puede negar que, en los últimos años, hubo también una mejora económica para segmentos que antes estaban bastante alejados del mercado. Sin embargo, creo que reducir el éxito del funk da ostentação a eso es simplificar demasiado el movimiento y olvidar que han existido y existen movimientos juveniles parecidos en otras partes del mundo, como el propio gangsta rap, en Estados Unidos, en el que se inspiran los videoclips.

Debemos cuestionar no la acción de los chicos, sino las relaciones sociales fomentadas en la contemporaneidad. Es preciso conceder a los jóvenes, y no solo a los pobres, sino también a los de clase media y alta, otros espacios de reconocimiento y de establecimiento de relaciones sociales que no estén guiados por la afirmación por medio de la posesión y del consumo de bienes. Porque, como dicen los Racionais, otra vez: “¿Quién no quiere brillar, quién no? Muestra quién. Nadie quiere ser secundario de nadie”. Para algunos tener un tenis caro, un smartphone de última generación o ir al centro comercial para zoar puede ser una forma de intentar brillar.

P. Al ocupar los centros comerciales, los adeptos del funk da ostentação estarían promoviendo su primera actitud de insurgencia contra el sistema, en el sentido de: “Voy a ocupar el espacio que me es denegado o donde no me quieren”. ¿Es eso? ¿O las propias letras de las músicas, interpretadas, en general, como adhesión al sistema, ya serían una insurgencia, en la medida en la que se apropian simbólicamente de los valores de la élite y de la clase media y, ahora, con los rolezinhos, también de sus espacios físicos?

R. Sí, creo que esa es la mayor irritación de la clase media con esos movimientos. Basta ver los comentarios a los videoclips en el Youtube, irritados con los chicos que ostentan y se exhiben con productos más caros. Esta es la principal rebelión que provocan. La clase media, de forma general, más pobre o más rica, más o menos intelectualizada, se irrita bastante cuando los subalternos compran bienes caros, incluso antes de ellos. Ya he oído comentarios indignados, del tipo: “Mi empleada ha comprado una televisión de última generación mejor que la mía”. Eso tiene antecedentes históricos que parecen llegar hasta hoy. James Holston, en el libro sobre ciudadanía insurgente que cité anteriormente, pone como ejemplo la legislación colonial portuguesa, que prohibía a los negros el uso de joyas y artículos considerados finos...

P. Parece que los rolezeiros de los centros comerciales están ocupando el mismo lugar simbólico de los vândalos en las manifestaciones, en la narrativa hecha por parte de los medios de masas y por las autoridades. ¿Como interpretas esa reacción?

Os comentarios en webs y redes sociales revelan ese profundo racismo entrañado en parcela considerable de la población brasileña.”
R. Lo que me asustó de verdad en esta historia fueron las reacciones de medios y policía, condenando y ordenando detenciones, incluso en casos en que dijeron que no hubo robos, sino estampidas. Me pregunto quién provocó la estampida: ¿los jóvenes o la acción de los guardas jurados y de la policía? Eventos como estos revelan también una faceta complicada y extremadamente prejuiciosa de la clase media brasileña. Concedí una entrevista corta para la web de un gran grupo de comunicación y me asusté al leer los comentarios de los lectores, de un odio terrible contras los jóvenes que fueron a los centros comerciales, contra los pobres, contra mí, que resalté la forma prejuiciosa en la que se trataba el tema. Al hablar de lo sucedido, algunas palabras utilizadas como acusación contra los jóvenes fueron bastante reveladoras del prejuicio, e incluso del racismo, de este segmento social: “favelados”, “maloqueiros”, “gamberros”, “prostitutas” y “negros”. En ese último caso es evidente el racismo de muchos comentarios de esa noticia, pero también en las comunidades de rolezinhos que los jóvenes crearon en las redes sociales. Uno de los comentarios pide los jóvenes vuelvan a África. Eso es muy grave. Revela ese profundo racismo enraizado en una parte considerable de la población. Como si esta sociedad dijera, por medio de los administradores de los centros comerciales, de los medios y de la policía, jugando un poco con la cuestión de las manifestaciones de junio: “Ustedes, pobres, pueden consumir, pero ir al centro comercial en grandes grupos, solo para zoar y cantar funk... eso ya es vandalismo”.

P. ¿La clase media es racista?

R. Lo que llamamos clase media no es uno todo homogéneo. Es posible segmentarla en diferentes niveles y a partir de diferentes contextos, es posible pensar en una clase media intelectualizada o no intelectualizada. Pero me parece que la división más importante para pensar la clase media en São Paulo es la que se da por criterios socioeconómicos y espaciales. Existe la clase media que está concentrada principalmente en el entorno del eje céntrico, que va del Centro a Pinheiros, pasando por la Avenida Paulista y barrios próximos. Esta, en su mayoría, vive en una burbuja y tiene poco contacto con otras clases, con la excepción de los trabajadores subalternos: conserjes, empleadas domésticas, etc. Para esta, en gran medida, el Shopping Itaquera puede estar más distante que París o Londres.

Sin embargo, hay también determinada clase media baja que vive en la periferia. Citando nuevamente a Holston, él habla de una diferenciación que se produjo en las periferias de São Paulo entre aquellos que compraron sus terrenos, incluso que por medio de contratos opacos, y aquellos que ocuparon espacios formando las favelas. Esa pequeña diferencia no crea un gran abismo económico, pero produce una profunda diferenciación, por medio del cual un grupo estigmatiza el otro. Ya he visto un individuo de esta clase media de la periferia cuestionando programas como lo Bolsa Familia, porque había visto envases vacíos de yogur en la basura de la favela. Este individuo afirmaba que ni él consumía yogur con tanta frecuencia. ¿Cómo ellos se creían con derecho a consumir un producto que es un lujo, raro, pero sobre el cual él tiene cierta exclusividad?

La ayuda a los más pobres, en especial el programa Bolsa Familia, es un factor importante de estigmatización por parte de esos diferentes segmentos de la clase media, pero sobre todo por parte de esa clase media de la periferia. Estuve recientemente en una escuela pública próxima a una gran favela de São Paulo. Según los profesores, uno de los problemas del centro era que el 90% de los alumnos venían de la favela vecina. Y que esos alumnos estaban muy acomodados, pues vivían de ayudas y en la favela tenían todo muy fácil gracias a la gran cantidad de proyectos existentes allá. Incluso proyectos de música, resaltó un profesor. Es muy importante reflexionar sobre esto, porque esos profesores, si no viven en la favela, son vecinos de ella. Pero aun así se permiten marcar diferencias con los jóvenes por cuestiones muy pequeñas. Y son estos profesores los responsables por formar a esos chicos. ¿Con esta mirada, son capaces de luchar para que la escuela se haga un espacio de convivencia, afirmación y reconocimiento para los jóvenes?

P. ¿Cómo tú, que has vivido el día a día de las escuelas públicas en São Paulo, percibes la educación?

Para una parcela de la clase media de São Paulo, el Shopping Itaquera puede estar más distante del que París o Londres.”
R. Es necesario que pensemos en una educación para las diferencias, para que no caigamos más en la trampa de la intolerancia y de los análisis apresurados y prejuiciosos de sectores de las élites y de las clases medias al hablar de “subalternos”. Me acuerdo de un documental portugués que merece la pena ver sobre la historia de un arrastão que no existió. Se llama Era una vez un arrastão (asista aquí). En él se habla del día en que jóvenes caboverdianos o descendientes de caboverdianos decidideron frecuentar la noble playa de Carcavelos, en Portugal. La policía, al ver la concentración de jóvenes de origen africano, se asustó y decidió intervenir, provocando una gran estampida que fue considerada como un arrastão. Pero, en realidad, los jóvenes huían de la represión policial gratuita. Eso tal vez nos enseñe algo sobre los arrastões que estamos creando cada día, criminalizando jóvenes pobres.

Cuando investigaba en escuelas públicas de la periferia de São Paulo, era común oír de los profesores que, en aquel centro, los alumnos eran todos gamberros o marginales. El discurso de la criminalización es efectivo y poderoso y condena a mucha gente al fracaso escolar e incluso al crimen. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en un libro sobre educación y juventud, resalta la necesidad cada vez más urgente, en la actualidad, de desarrollar el arte de convivir con desconocidos y la diferencia. En especial en un mundo en el cual las migraciones tienden a aumentar cada vez más. En nuestro caso, no fue necesaria la llegada de extranjeros para expresar las más brutales formas de prejuicio, pues los extranjeros éramos nosotros, los brasileños. Pero brasileños que viven muy lejos, aunque son vecinos. Viven en Guaianazes, Capão Redondo, Grajaú, Cidade Ademar, Cidade Tiradentes, Vila Brasilândia...

P. ¿En qué medida, en su opinión, los rolezinhos se conectan con las manifestaciones de junio?

R. Creo que no hay una conexión directa. Pero, indirectamente, es posible percibir la reivindicación común del uso del espacio público y de quebrar las marcas de la segregación. Me acuerdo de que, antes de las manifestaciones de junio, para la prensa conservadora era un tabú ocupar la Avenida Paulista. Los movimientos sociales mostraron que no solo no era un tabú, sino que era un derecho, el derecho de ir a las calles y ocuparlas para protestar. Los rolezinhos no parecen tener una pauta tan clara, pero también están, aunque indirectamente, diciendo: “¿No dijeron que era bueno consumir? Pues bien, nosotros también queremos”.

P. Esa ocupación de espacios que supuestamente pertenecerían a “otros”, tanto en el caso de las manifestaciones como en el caso de los rolezinhos, parece marcar una novedad importante. ¿Qué está sucediendo?

R.  Creo que la novedad está ahí, pero es difícil decir lo que está sucediendo o lo que sucederá. Puede ser solo un hecho puntual -algo parecido a la revuelta de la vacuna como reacción a las propuestas políticas opresoras de la reforma sanitaria de Río de Janeiro [a principio del siglo XX], por ejemplo – o puede ser una nueva forma de pensar los espacios públicos y privados en las ciudades brasileñas. Sin embargo, es difícil prever. Los rolezinhos pueden haber acabado esta semana, por ejemplo. Y los movimientos como los de junio no se han repetido con tanta intensidad y repercusión. Pero lo que los movimientos como estos garantizan es la posibilidad de crear tensión en la ocupación de espacios urbanos, muy denegada hasta entonces.

P. ¿Por qué este nombre, rolezinho? ¿Y qué significados tiene?

R. Rolezinho es un término que está directamente conectado a la idea de ocio. De salir a divertirse y sacar fruto a la ciudad. Los pichadores, con quienes realicé la pesquisa en el máster, también usan la idea de rolê (dar una vuelta) para referirse a sus grafitis. Con eso están diciendo que pintar es dar vueltas para conocer y apropiarse de la ciudad. Parece que por este término, indirectamente, podemos entender una reivindicación del derecho de divertirse en la ciudad.

P. ¿Divertirse en la ciudad no sería un acto de insubordinación para jóvenes pobres y negros? ¿Tal vez hasta el mayor acto de insubordinación?

R. Sí, sobre todo en una sociedad en la que pobres y negros tienen que trabajar – y solo trabajar – sin reclamar. Recordemos que la policía, a finales del régimen militar, actuaba en las periferias abordando a los habitantes y pidiéndoles la identificación profesional como prueba de que eran trabajadores y no vagabundos. Dedicados, por tanto, al trabajo y no a la diversión. Eso sí, claro que estos jóvenes no están pensando exactamente en eso. Lo que quieren de verdad es divertirse.

P. ¿Cómo entender este fenómeno, que es, a la vez, una insubordinación y una adhesión al sistema?

R.  Creo que la mejor palabra es paradoja. El funk da ostentação en São Paulo es paradójico: no se le puede situar en un extremo o en otro dentro del modo tradicional de pensar la política. ¿Conservador o revolucionario? Ninguno de los dos, pero con la posibilidad de ser los dos a la vez.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentarista. Autora de los libros de no ficción A Vida Que Ninguém ve, O Olho da Rua y A Menina Quebrada y del romance Uma Dos. Email: elianebrum@uol.com.br . Twitter: @brumelianebrum