Los cascos históricos sufren constantes reformas injustificadas
Aparte de las obras, la privatización de su uso es una amenaza
Las terrazas y
otras instalaciones son una privatización del espacio público. / Samuel Sánchez
En los años
ochenta, la monumental plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela servía,
como tantas otras plazas históricas españolas, de aparcamiento. Cuando la
Unesco declaró la ciudad Patrimonio de la Humanidad, los coches fueron
desapareciendo y comenzó una lenta peatonalización no exenta de las protestas
de muchos de los comerciantes y viandantes que hoy la disfrutan. Tras la
desaparición de los coches de la mayoría de esos centros, los peligros son hoy
otros. Conseguir calles para quedarse en la calle es cada vez más difícil. Con
las arruinadas arcas de los consistorios, la tentación de sacar rédito al
espacio público con la excusa de crear empleo y riqueza se presenta tan poco imaginativa
como inevitable. Sin embargo, las consecuencias de devorar ese espacio
colectivo son nefastas para las ciudades y sus habitantes. Sin espacio para
compartir, ¿en qué se transforma una urbe?
Cuando la
arquitectura no ofrece una lección de civismo puede mostrar lo contrario, el
retrato de una sociedad capaz de vender su alma al diablo. Por eso el debate de
la progresiva privatización de las calles arde en una de las plazas más
emblemáticas de España, la Puerta del Sol de Madrid, el kilómetro cero del
país. ¿La razón? Su incesante hacerse y rehacerse. Son muchos los ciudadanos
que han puesto el grito en el cielo ante el anuncio de que el escenario de las
acampadas del 15-M va a cambiar de nuevo a pesar de que vivió su última
transformación hace apenas cuatro años.
Aquellas obras
sirvieron para ubicar en el subsuelo una nueva estación de tren. Con la reforma
recién estrenada, el Colegio de Arquitectos de Madrid ha anunciado un concurso
internacional para volver a rediseñarla. En dicho colegio esgrimen que buscan
el alma del lugar, “dotar de relato” esa clásica encrucijada de la ciudad. Para
ello han abierto una consulta ciudadana con un cuestionario que pregunta si
quieren sentarse en la plaza —que hoy no tiene bancos— pero que no plantea si
están interesados en cambiarla de nuevo. Tampoco puede el ciudadano preguntar
por qué no pensaron todo esto antes de concluir los trabajos anteriores. ¿Se
levantan con demasiada frecuencia los centros históricos españoles? ¿Para qué
conviene cambiarlos?
En un país sembrado
de aeropuertos y autopistas innecesarios, nadie se atreve a atribuir
públicamente a las comisiones la motivación que hay detrás de tanta reforma.
Sin embargo, no pocos hablan abiertamente de propaganda: “Es muy propio de este
país hacer obras en los sitios más visibles de las ciudades como estrategia
electoralista a cargo del erario público”, sostiene Vicente Patón, presidente
de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Este arquitecto explica que
“en el centro de Madrid se remodelan una y otra vez los mismos sitios, y lo más
triste es que no mejoran nada, todo lo contrario”. Patón considera que Sol
“empeoró en 2009”, pero argumenta que está nueva, y que Madrid no puede
permitirse más obras ni gastos innecesarios. Aunque el Colegio de Arquitectos
asegure que gran parte del desembolso económico provendría de dinero privado,
“estos inversores van a ser interesados y probablemente contrarios a los
intereses de los ciudadanos”, zanja.
Es una opinión extendida que a la célebre Puerta del Sol le basta con estar
limpia y despejada, tal como estuvo durante el siglo XIX y buena parte del XX.
Incluso Rafael Moneo, anunciado como jurado del concurso del que él mismo
recela —“no me negué por buena vecindad”— piensa que “en esa plaza se tiene que
hacer muy poco: allí se ve la fuerza de lo urbano y lo pequeño ya no importa”,
explica en alusión a la ausencia de bancos y árboles.
Con todo, la
presencia del Pritzker español en el jurado que decidirá sobre la futura plaza,
y la de otro destacado arquitecto nacional, Emilio Tuñón, autor del MUSAC de
León, legitima ese concurso en entredicho. Tuñón anima a “no estar tan
preocupado por relatos sobreimpuestos”. Para él, “la vida es transformación y
las ciudades siempre están expuestas a cambios. Es natural que los centros
históricos también se alteren”.
Itziar González
Virós, que dimitió como concejal del Centro Histórico de Barcelona tras
representar al PSC de 2007 a 2010, precisamente por discrepancias urbanísticas
con su partido, asegura desde su ciudad que le ofenden las inversiones en una
plaza que ahora es un espacio simbólico de las reivindicaciones de lo público.
“Me parece sospechoso que de repente sea necesario adecuar ese lugar
emblemático de la fuerza ciudadana”, sostiene. “Creo que es una manera de
ocupar, desde la privatización del poder, el lugar simbólico de nuestra
exigencia de calidad democrática”.
En esa línea,
el antropólogo Manuel Delgado opina que la anunciada transformación tiene que
ver con “convertir las ciudades en objeto de consumo”. “Los centros históricos
responden a la voluntad de generar espacios urbanos vendibles, atractivos para
el turista y el inversor”, opina. Para él, la nueva remodelación de Sol
responde “al retroceso de Madrid en el mercado de ciudades y a la necesidad de
reformular su presentación como objeto de consumo”.
Delgado advierte de los procesos de gentrificación sufridos en tantos
centros históricos —la expulsión de vecinos de clases populares y su
sustitución por inquilinos de clases medias o altas—, “así como el acoso contra
pobres, prostitutas o cualquier otro elemento que pudiera afear el producto buscado”.
¿Cuál es ese producto buscado? ¿Qué se quiere hacer con los centros? “Decorados
para prácticas sociales rentables”, contesta. El autor de El espacio público
como ideología asegura que es habitual el veto a los actos de protesta en los
centros. Por eso también a él le cuesta separar los planes de remodelación de
Sol de la identidad de ese espacio, en los últimos tiempos, como “escenario
activo de apropiaciones por parte de sectores en conflicto”. Habla del 15-M:
“Ni que decir tiene que después de la reforma Sol ya no volverá a servir para
que allí pasen cosas”, sostiene.
Hay muchas
maneras de que el espacio público deje de ser público sin que ese cambio de
titularidad se evidencie a ojos de todos los ciudadanos. La más sencilla es la
invasión: privatizarlo con pistas de patinaje, con puestos de feria, con
terrazas de cafeterías...
“Los
Ayuntamientos se están dando cuenta de que el espacio público es la caja de
resonancia de nuestras exigencias ciudadanas”, sostiene González Virós, una
urbanista especializada en procesos de participación ciudadana y en solución de
conflictos en el espacio público. Aunque admite que las plazas despejadas y
duras (pavimentadas) han tenido muchos inconvenientes, considera que ahora
tienen una función social. “Este no es el momento de empezar a plantar árboles
en las plazas grandes de los centros urbanos”, dice.
Por si hiciera
falta recordarlo, explica que hay otras urgencias, y reclama que los ciudadanos
necesitan un espacio donde poder manifestarse. Sabe de qué habla: “La adecuación
de los espacios públicos fue la bandera de la mayoría de los Ayuntamientos
democráticos y, en este momento, la privatización de los mismos es la bandera
de la reforma antidemocrática que estamos viviendo de mano de casi todos los
gobiernos actuales”, recuerda. “Del PP a Convergència i Unió pasando por el
PSOE”, matiza. “Todos hablan el mismo idioma en la calle. Esto es: callan ante
lo que deciden los inversores”.
Con la excusa
de dinamizar el comercio, la privatización del espacio público, o lo que es lo
mismo; la invasión de terrazas y puestos ambulantes, está devorando las
ciudades. Donde antes cualquiera podía sentarse en un banco, ahora solo puede
hacerlo quien tiene dinero para pagar una copa, un relajante café con leche o
una cena.
Rafael Moneo no
se muestra contrario a esas terrazas: “La gente necesita lugares públicos en
los que poder hablar y fumar juntos”, dice. Sin embargo, la exconcejala
barcelonesa recela de la nueva normativa de su ciudad para terrazas, que hace
perder cada vez más metros cuadrados a los ciudadanos: “Se quiere convertir el
espacio público en rentable y eso es antipúblico”.
González Virós
está convencida de que la única manera de recuperar la calle es contando con el
apoyo de la ciudadanía. Y pasando revista a sus propios errores, aconseja no
pedir opinión a los ciudadanos para asuntos que no les interesan: “Nunca
inicies un proceso de participación si no hay una necesidad expresa de la
ciudadanía”. En ese punto, en el principio más básico, en la razón de ser de
una obra, es donde fracasa el concurso convocado para mejorar la Puerta del
Sol. “Creo que evitan la posible respuesta sobre lo innecesario de la obra y
derivan hacia aspectos secundarios como los arbolitos o los bancos, que es
cierto que no existen pues fueron eliminados, pero que vendrán bien para
justificar la instalación de terrazas, es decir, de asientos de pago a
beneficio de algún empresario favorecido”, comparte Patón.
Como
alternativa, González Virós es radical. Defiende las acciones no mercantiles,
las iniciativas vecinales de recuperación de la calle para la vida comunitaria
que afloran en ciudades como Zaragoza o Sevilla en la estela de lo que
sucediera en urbes como Berlín. “El futuro de la ciudad está más en el
activismo que en la política territorial de las administraciones públicas. No
hace falta que hagan nada, pero por lo menos que no ocupen el suelo. Que dejen
los vacíos y la ciudadanía ya hará allí lugares de encuentro y demostrará cómo quiere
vivir”, propone.
La idea de
Patón para cuidar los centros es distinta. Consiste en salvar su verdadera
historia y la relación de esta con el ciudadano. “Estamos viendo hoy que la
ciudad no la hacen los ciudadanos, ni siquiera como electores, ni propiamente
los políticos con criterios que deberían ser democráticos, sino los oligarcas
que manejan cada vez más los hilos de todo el entramado social: los potentados
ponen el dinero con el que los políticos ganan elecciones y después exigen su
tributo como recalificaciones o planes urbanísticos adecuados a sus planes
financieros. En este sentido, los políticos son profundamente incultos y a
menudo sinvergüenzas, y el electorado se compone en un gran porcentaje de
personas de escasa formación y deformada información. Con estos mimbres es muy
difícil que una democracia pueda ser real”, resume.
Para ser
constructivos, merece la pena compararse con los vecinos, con las calles de
Oporto o París. Son muchos los centros históricos españoles —de Valencia a
Barcelona, Bilbao o Madrid— que, durante años, han ido perdiendo edificios y
comercios en aras de una modernidad que ha resultado ser una moda efímera. Y,
sin embargo, vivimos un resurgir de los falsos establecimientos de época. ¿Qué
está pasando? “Ahora que se viaja más, el público viene admirado de lo que ve
en Roma o Viena y eso incita a muchos comerciantes a reproducir un pasado
postizo”.
El resultado es
el parque temático de cartón piedra en que se están trasformando tantos centros
históricos: cómodos, seguros y decorados, “sin ninguno de los encantos de la
versión original, pero capaces de satisfacer a ese público turístico que vive
más en lo virtual que en lo real”, explica Patón.
Manuel Delgado
lo resume sin caridad: “Un centro histórico único es idéntico a otro centro
histórico único”. Y lo razona explicando que cuando un centro urbano es
intervenido y tematizado “lo que se produce es la expulsión de él de la
historia, es decir, de la vida real, con sus contradicciones, miserias y
conflictos”.
¿Qué hacer para
evitar esa broma pesada? “Cada centro histórico es peculiar e irrepetible —si
lo que se pretende es algo más que visitar sus tiendas de Prada y sus HM—”,
objeta Patón. Delgado lo ve de otra manera. Para él los centros históricos son
como “reservas naturales en las que la historia se preserva del conflicto, una
pura imagen estereotipada y falsa”. Explica que la mayoría de los centros que
conoce —de Quito a México DF pasando por Buenos Aires o Guayaquil— están
conociendo ese proceso de transformación en históricos, “es decir, en centros
que existen exiliando o manteniendo a raya la historia”, ironiza. “Todos
parecen cortados con idéntico patrón. Por eso se puede tener la ilusión de que
en cada uno te cruzas con los mismos viandantes con los que te cruzaste en el
último que visitaste”.
Muy buen post. Hoy en día no interesa crear espacios públicos donde la gente pueda socializarse, básicamente, y como muy bien reseñas en este post, porque no le interesa al elenco político de este país. Lo que interesa es sacarle partido a estas plazas a través de la venta del espacio de dominio público a los empresarios. Pero lo que me parece más triste de está historia, es que si viajas, lo que deseas es impregnarte del sentir de esa ciudad no sentirte como si estuvieras en la plaza de tu pueblo.
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