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martes, 7 de enero de 2014

Medellín, otra forma de luchar contra violencia



El País Semanal
REPORTAJE

Medellín: ciudad en metamorfosis

El narcotráfico convirtió a la capital de Antioquia en la ciudad más violenta del mundo. Conscientes de esa lacra, el equipo de políticos ‘outsiders’, con el matemático Sergio Fajardo al frente, inyectaron una cura radical de cultura y educación.




En mitad del valle, Medellín resulta un atribulado cauce donde apenas se distingue el agua debatiéndose entre dos laderas. De día lo encierran unas paredes de montañas verdes teñidas por el rojo de los ladrillos y las venas de asfalto que lo atraviesan hacia arriba sin respetar ni hacerse cargo de los serpenteos que suelen hacer más llevaderos los ascensos a las cumbres. De noche, parece que en cualquier momento va a ser deglutida por una lava de neón empeñada en guiñar intermitentemente sus diminutos resplandores de luciérnaga electrizante.
Esa colmena que acoge más de 3,5 millones de habitantes –la segunda de toda Colombia comprendiendo el área metropolitana– encierra sueños de supervivencia, un orgullo paisa que todo lo puede, pasados recientes casi única y exclusivamente teñidos de sangre, presentes de violencia latente y patente en pulso firme y activo con la civilización, inversiones tremendas en infraestructuras caídas del cielo para darle la vuelta al infierno comandado por el fantasma de Pablo Escobar, coches que desgastan a toda mecha sus embragues y sus pastillas de frenos por lo enconado de las cuestas, industria emergente, narcos dispersos, a expensas de alianzas cambiantes con los –por el momento– preponderantes paramilitares, gentes de bien, estudiantes con futuro, políticos de viejo y también de novísimo cuño, decididas y audaces apuestas culturales, activas ONG jamás dispuestas a comprar los discursos oficiales, sedes de grandes empresas nacionales e internacionales, pujanza y miedo en dosis similares, esperanza y resignación a partes milimétricamente parejas, lo emergente y el detritus, la vida en pugna, una batalla de décadas ya entre el bien y el mal… Quizá una metáfora de la presente América Latina.
“Bienvenidos a Medellín, la mejor ciudad del mundo!”… Resulta habitual esta actitud de hinchada entre sus vecinos. En un primer recorrido, desde el Poblado, zona rimbombante y acomodada con vecinos en su mayoría pertenecientes a los estratos 5 y 6 del país –clase alta y media alta–, a la Fiesta del Libro, que toma cada año el jardín botánico al aire libre, a primera vista el paisaje acompaña cualquier tono triunfalista por parte de sus habitantes: con buenos restaurantes, centros comerciales, edificios inteligentes y puentes colgantes. Pero, a medida que se va acercando a la ladera del río, donde deambulan los espectros de desheredados esparcidos en montículos al calor de una hoguera o a resguardo de los puentes, buscándose la vida y quizá la muerte al compás del caudal más o menos normalizado del Medellín, las visiones escamotean con su sombra bastante fuerza a los discursos más optimistas.
La ciudad ha cambiado. La región, también. Es un hecho. Aunque quizá haya que emplear para ser más rigurosos el gerundio. Está cambiando. No es fácil. Instaurar valores cívicos se impone como tarea de generaciones. Y eso en Medellín se ha convertido en una obsesión. Programada. Inapelable. Montar en el orgullo local que supone el metro o ya el metrocable –imponente teleférico con destino a los márgenes del lumpen, hacia los barrios más alejados– es adentrarse en un espacio sujeto a permanentes mensajes constructivos. Por las paredes y por los altavoces saltan las indicaciones de solidaridad, respeto, urbanidad, limpieza…
Resultaba y resulta necesario. Cuando, a principios de la década de los noventa, Medellín era sinónimo de cartel de la droga, territorio dominado por el narcotraficante más sanguinario de la historia de Colombia –hoy recuperado en una polémica narcotelenovela–; cuando todo estaba en manos de “ese señor que no vamos a nombrar”, como avisan los asesores de cualquier político local hoy, dejando más patente su alargada e inquietante sombra, se imponía la necesidad de una acción radical.
Y, quizá, desde la ahora atribulada España, el ministro de Educación y Cultura, Wert, el dueño de las cuentas Cristóbal Montoro y el propio Mariano Rajoy no lo crean, pero hubo un tiempo en el que recién liberados de la barbarie, cuando a duras penas algunos querían sacar a la vista el pescuezo, unos activistas locales salidos de la universidad, y metidos después a políticos, inyectaron a la ciudad que tenía la tasa de homicidios más elevada del mundo una terapia salvaje de educación y cultura como medio seguro de salvación. Hasta tal punto que hoy no ellos, sino otros, como el actual alcalde Aníbal Gaviria, han continuado con esa senda en el Ayuntamiento y dedican entre el 25% y el 30% del presupuesto municipal total a esos menesteres. En cosas serias, nada de recortes.
El pionero se llama Sergio Fajardo, antiguo alcalde, hoy gobernador de Antioquia, a quien muchos ven futuro presidente de la república. “Yo no me centro en pensar eso…”, regatea él. Pero quizá Colombia sí crea y se plantee que es posible. Fajardo explica su gestión de manera muy didáctica y cercana, embutido en su polo gris, tomándose un café en la terraza de un hotel, sin querer en ningún momento acuartelarse, de forma muy natural, con su transparente contundencia de matemático enmarañado ya sin remisión en la política activa después de haber recolocado a su ciudad en el mapa internacional como un ejemplo de superación y ruptura radical con la violencia.
“Comenzamos nuestra tarea como un proyecto político de transformación con un profundo sentido de lo que había acá…”, comenta Farjardo, hoy gobernador por el Partido Verde, en alianza coyuntural también con el alcalde Gaviria, aunque vigilándose de reojo con este, perteneciente al Partido Liberal.
Lo que había acá, según lo contado, lo cantado, lo narrado, era una decrépita catadura moral, infectada por años de podredumbre en los valores instaurada por el narcotráfico en connivencia con un ambiente bélico donde, por medio, campaban la guerrilla, los paramilitares y una estructura de poder político tolerante con el panorama. El Medellín que describen, entre otros, Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, donde narra el asesinato de su padre médico por los paramilitares, o, si cabe, con más ferocidad, el maestro Fernando Vallejo, que si ya en su día se vació sobre su ciudad natal con La virgen de los sicarios, sigue haciéndolo crónicamente en libros como Peroratas: “Hoy no solo están congestionadas las calles, las carreteras, los hospitales. Está congestionada la mismísima morgue, donde ya no caben los cadáveres”.
El dirigente antioqueño, con esos retratos que han traspasado fronteras en el cogote, se ha rebelado siempre contra ese destino y rememora su asalto al poder en aquel contexto, donde él y los universitarios de su movimiento, “similar en España a lo que podrían ser los indignados”, comenta Fajardo, “recorrimos los rincones, nos pusimos la ciudad en la piel, en el corazón y en la razón. La caminamos, la olimos y, por supuesto, la estudiamos”.
De ahí brotó una urgente apuesta por la dignidad, cuenta el político. “Una apuesta que salía del convencimiento de que nuestro problema más grave era la desigualdad, que, a su vez, generaba violencia y una cultura de la ilegalidad”. De ahí parió su famoso lema: “Medellín, la más educada”. El mismo que no ha tenido ahora más remedio que trasladar a toda la región: “Antioquia, la más educada”. Un lema acompañado del 50% de su presupuesto total como región en educación y cultura.
Y, con ello, una radical apuesta por ese vínculo en los barrios más violentos y marginales, donde instalaron infraestructuras de poderosa simbología: bibliotecas, centros culturales, y rompieron su aislamiento de salvaje urbanismo congénito y desmadrado proporcionando transporte urbano que llegara a todas las esquinas, como el metrocable.
Sus iniciativas fueron bastante celebradas. Respetadas, alentadas por sus sucesores y, lo que es más importante, bienvenidas por un vecindario que, rompiendo los esquemas de los gobernantes más obtusos, cuida lo que se le ha legado como si fueran templos. “Ningún edificio público ha sufrido el menor ataque”, resalta Fajardo.
Pero no da impresión el gobernador de haber colmado una tarea, ni una gestión. Cosa que tampoco hace Gaviria, el alcalde. El político liberal esgrime el discurso de la metamorfosis. Una línea que basa su argumentación en cifras independientes de las oficiales al municipio como las del Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia. Según estas, Medellín ha pasado de ser la ciudad con la tasa de homicidios más alta del mundo por cada 100.000 habitantes (380,6) en 1991 a la número 24 en 2013 (41,7 asesinatos), y con el objetivo de bajar este año del número 30 en el ranking. De ahí su línea: la metamorfosis. “Construir lo que queremos en cuatro años es muy complejo. Pero nos damos por satisfechos si logramos hacer crecer la semilla de la educación, la cultura y el civismo en la ciudad. Es nuestro eje principal”.
“el 50% del presupuesto de antioquia está dedicado a educación”, dice el gobernador Sergio Fajardo


No caben triunfalismos, pero sí confianza. No entran cegueras, pero sí un razonable orgullo paisa recuperado que puede degenerar en nacionalismo trasnochado si no controlan cierto sentido de superioridad creciente en la región, muy tendente a la rivalidad permanente con lo bogotano. Incluso en lo más bajo compiten, como comenta un conductor cuando trata de comparar las clases políticas: “Aquí roban de a poquito, con cariño, en Bogotá se la llevan toda, los nuestros se quedarán su tajadica, pero al menos acaban la obras…”.
Aunque restan retos. La violencia no se extirpa de un día para otro. Es cuestión de generaciones ganadas a la imposición de unos principios que se pasaban por el forro el valor de la vida. La derrota de Escobar fue el comienzo. Trajo la desarticulación de un reinado, aunque produjo una descontrolada dispersión de delincuencia organizada. Los estragos ahí quedaron. Por eso, lo más urgente para las autoridades fue articular un básico discurso de civismo que iba a tardar en cuajar si no llegaba acompañado de acciones visibles.
Una de ellas son los colegios del plan 20, que llaman. Experiencias piloto en la educación pública, con los mejores equipamientos técnicos y lúdicos, con ropa y alimentación aseguradas en los barrios de estratos más bajos para salir del hoyo. El número no es caprichoso. Se trata de que, en 2020, la mayoría de los colegios públicos presenten esas condiciones. Y si algo tiene ganado Medellín es que la mayoría de los centros –el 80%– son públicos en vez de privados, mientras que en otras ciudades como Cali ocurre justo al revés, como cuenta Horacio Arango, asesor de Fajardo en la Gobernación.
Si los dirigentes esgrimen frente al forastero el discurso de la educación, una ONG como Con-vivamos, en pleno frente callejero, coloca el foco en otros aspectos. Luis Mosquera hace caer en la cuenta de que la relativa pacificación surgida tras la desaparición de Escobar ha sido producto también de un despliegue de fuerzas –7.800 efectivos policiales–, algo que supone 3 agentes por cada 100 habitantes. “Estamos altamente militarizados”, afirma. “¿Y así, cómo es posible que continúen los homicidios?”.
No en el mismo cogollo de Medellín, pero sí en los alrededores… Y aumentando… Sobre todo en municipios como Bello, Copacabana, Girardota, Barbosa, Itagüí, La Estrella, Envigado y Sabaneta, admite Mosquera. “Los muertos aparecen en caños, autopistas…”, a muchos ni se les reclama. Todo es producto de un pacto, aseguran en Convivamos, organización surgida hace 40 años bajo la inspiración de la Teología de la Liberación, que contó en sus comienzos en Medellín con impulso importante.
Tras el desperdigamiento del grupo de Escobar, la ciudad ha pasado a manos de los paramilitares. “Hoy, los Urabeños predomi­­nan. Les quitaron el control a otros como Los Rastrojos y Los Paisas, sobre todo tras el enfrentamiento que tuvo lugar en la zona de Aures –donde hoy se puede visitar uno de los colegios punteros– a principios de 2011”. No solo se hicieron con los territorios de grupos similares a los suyos, sino que también le fueron ganando la partida a don Berna, el narco con mando en plaza, cabeza de la llamada Oficina de Envigado.
Aunque no es la única organización que controla el territorio. También los Triana, con sus, aproximadamente, 3.000 hombres, se hacen cargo de la venta de cocaína y marihuana, así como de controlar los comercios locales y cobrar sus extorsiones, que van desde 50.000 pesos a cada transportista por día hasta 20.000 o 100.000 a los comerciantes semanalmente. “Las iniciativas de Fajardo es cierto que han reducido en gran parte el problema, y que se han multiplicado las becas, las ayudas y el acceso a la universidad, pero no resultan suficientes para acabar con la violencia, ni con la tentación de vida fácil para los jóvenes que llevan a cabo las bandas cuando la tasa de desempleo es del 12%”, asegura Mosquera.
Una cierta desconfianza en el futuro, un cierto desencanto, se respira a veces también en barrios como Moravia. Alejado en su aspecto y su idiosincrasia de la región checa y centroeuropea, aquel lugar creció al compás de la basura. Hoy, un monte verde, transformado gracias al césped crecido sobre el detritus, abriga sus casas y sus riachuelos. Entre una cancha de baloncesto que mandó construir Escobar y las estrechas calles se puede pasear hoy sin temor. Más, si de la mano te lleva Gladys Rojas, una destacada activista del vecindario.
Cuando ella llegó a Medellín tenía tres años. “Veníamos desplazados de Uramita. Allí se libró una guerra entre liberales y godos (conservadores), pero un patrón salvó a mi papá, no lo dejó matar, y cuando llegó mi madre se hicieron un ranchito pegado al cementerio”. Entonces empezó el negocio del reciclado, algo de lo que ha vivido durante décadas la mayoría de la gente barrio. “Agarraban lo que la gente botaba de basura al río, y ahí empezó la lucha. A mí papá luego le iban a dar una casita, pero como bebía mucho no la conseguía, y como en todas partes hay un vivo, este le cedió una manzana con huerto para que se lo cultivara, mitad papa, mitad frijol. Así fue como seguimos viviendo acá, cerca del basurero”.
Todo valía. “Se llenó el barrio de desechos. Nos vestíamos con lo que caía de ahí, y comíamos de lo que quedaba en las grúas: de la Zenú sacábamos la carne; de la Noel, galleticas; de Inestra, polvito y jabón, y la de la placita nos daba para papita, cebolla y tomates…”. Resultaba una diaria y tremenda lucha por la supervivencia. “Éramos 11 hermanos. Fueron muriendo hasta quedar 4”. Algunos días tocaba premio. “Por aquí pasaba el tren, el de carga y el de lujo, que venía por Navidad. La alegría más grande para nosotros era que llegara. Nos tiraban paqueticos y ese día contábamos con ropa nueva”.
Otros trayectos resultaban más truculentos. “A veces, mi papá nos mandaba salir cuando escuchaba el pitido. Cogíamos unas bolsitas, buscábamos la sangre, primero; luego, lo más grande, el cadáver. Por recogerlo, a mi padre le daban algo con que comprar manteca”.
Así más o menos discurría la vida por Moravia, entre despojos y muertos con que ganarse la vida. Hasta que llegó el padre Vicente Mejía y trató de aportar algo de dignidad. Se trataba, dicen, de un guerrillero del M-19. “Le gustaban los pobres”. Llegaron revueltas apoyadas por universitarios. “Nos ayudaban a tirar piedras a la ley”. El negocio de la basura continuaba y crecía a medida que la ciudad se superpoblaba. Fue creciendo el cerro. La montaña, cubierta de césped hoy, era una cordillera labrada con caliza de periódicos, desechos, mierda, rodeada de lo que Gladys recuerda como un lago hermoso, “un agua en la que nos metíamos a por unos pescaditos que llamábamos liso-liso”. Basura va, basura viene, aun así, en la época del padre Mejía todo era muy especial, según Gladys. “Recogía platica desde junio, y en Navidad compraba un novillo que repartía entre el vecindario”. Ahora no. Ahora, pese a que ya no apesta el cerro, algunas plantas adornan el paso del agua, los chavales tienen canchas de fútbol y puedes reunirte en el centro cultural a recibir clases de música o a ver una película, a esta mujer le invade una tristeza difícil de alejar. No es solo que a su hijo lo matara la guerrilla, “es que la droga se apoderó de Moravia, los pelaos crecen, y la mayoría son viciosos. La ley viene, cobra su vacuna y sigue vendiendo. A uno le da mucha tristeza, pero estos señores nos tienen apabullados y así nos dejan morir”.
Quizá se animara algo más Gladys llegándose a la última Fiesta del Libro, celebrada este otoño, observando a los colegiales adentrarse en las actividades y los puestos de las editoriales o las librerías entre la ordenada maleza del jardín botánico que queda al lado de su barrio. Allí, Juan Diego Mejía, el perseverante y lúcido director de este evento, cree que la trayectoria del mismo ha sido una batalla ganada por la cultura a la calle y que así debe seguir.


Como lo son esos visibles símbolos de la cultura que reinan en los barrios y se hacen omnipresentes en ellos. Dentro de la Biblioteca España, en pleno Santo Domingo, uno de los antaño reductos más violentos de la ciudad, algún cartel espontáneo reza: “Un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido”. En el Medellín de hoy, donde se libra tensamente esa visible batalla del bien contra el mal, la frase no resulta ninguna exageración.

Privatización del uso del espacio público



Los cascos históricos sufren constantes reformas injustificadas
Aparte de las obras, la privatización de su uso es una amenaza

 
Las terrazas y otras instalaciones son una privatización del espacio público. / Samuel Sánchez


En los años ochenta, la monumental plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela servía, como tantas otras plazas históricas españolas, de aparcamiento. Cuando la Unesco declaró la ciudad Patrimonio de la Humanidad, los coches fueron desapareciendo y comenzó una lenta peatonalización no exenta de las protestas de muchos de los comerciantes y viandantes que hoy la disfrutan. Tras la desaparición de los coches de la mayoría de esos centros, los peligros son hoy otros. Conseguir calles para quedarse en la calle es cada vez más difícil. Con las arruinadas arcas de los consistorios, la tentación de sacar rédito al espacio público con la excusa de crear empleo y riqueza se presenta tan poco imaginativa como inevitable. Sin embargo, las consecuencias de devorar ese espacio colectivo son nefastas para las ciudades y sus habitantes. Sin espacio para compartir, ¿en qué se transforma una urbe?

Cuando la arquitectura no ofrece una lección de civismo puede mostrar lo contrario, el retrato de una sociedad capaz de vender su alma al diablo. Por eso el debate de la progresiva privatización de las calles arde en una de las plazas más emblemáticas de España, la Puerta del Sol de Madrid, el kilómetro cero del país. ¿La razón? Su incesante hacerse y rehacerse. Son muchos los ciudadanos que han puesto el grito en el cielo ante el anuncio de que el escenario de las acampadas del 15-M va a cambiar de nuevo a pesar de que vivió su última transformación hace apenas cuatro años.
Aquellas obras sirvieron para ubicar en el subsuelo una nueva estación de tren. Con la reforma recién estrenada, el Colegio de Arquitectos de Madrid ha anunciado un concurso internacional para volver a rediseñarla. En dicho colegio esgrimen que buscan el alma del lugar, “dotar de relato” esa clásica encrucijada de la ciudad. Para ello han abierto una consulta ciudadana con un cuestionario que pregunta si quieren sentarse en la plaza —que hoy no tiene bancos— pero que no plantea si están interesados en cambiarla de nuevo. Tampoco puede el ciudadano preguntar por qué no pensaron todo esto antes de concluir los trabajos anteriores. ¿Se levantan con demasiada frecuencia los centros históricos españoles? ¿Para qué conviene cambiarlos?

En un país sembrado de aeropuertos y autopistas innecesarios, nadie se atreve a atribuir públicamente a las comisiones la motivación que hay detrás de tanta reforma. Sin embargo, no pocos hablan abiertamente de propaganda: “Es muy propio de este país hacer obras en los sitios más visibles de las ciudades como estrategia electoralista a cargo del erario público”, sostiene Vicente Patón, presidente de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Este arquitecto explica que “en el centro de Madrid se remodelan una y otra vez los mismos sitios, y lo más triste es que no mejoran nada, todo lo contrario”. Patón considera que Sol “empeoró en 2009”, pero argumenta que está nueva, y que Madrid no puede permitirse más obras ni gastos innecesarios. Aunque el Colegio de Arquitectos asegure que gran parte del desembolso económico provendría de dinero privado, “estos inversores van a ser interesados y probablemente contrarios a los intereses de los ciudadanos”, zanja.

Es una opinión extendida que a la célebre Puerta del Sol le basta con estar limpia y despejada, tal como estuvo durante el siglo XIX y buena parte del XX. Incluso Rafael Moneo, anunciado como jurado del concurso del que él mismo recela —“no me negué por buena vecindad”— piensa que “en esa plaza se tiene que hacer muy poco: allí se ve la fuerza de lo urbano y lo pequeño ya no importa”, explica en alusión a la ausencia de bancos y árboles.
Con todo, la presencia del Pritzker español en el jurado que decidirá sobre la futura plaza, y la de otro destacado arquitecto nacional, Emilio Tuñón, autor del MUSAC de León, legitima ese concurso en entredicho. Tuñón anima a “no estar tan preocupado por relatos sobreimpuestos”. Para él, “la vida es transformación y las ciudades siempre están expuestas a cambios. Es natural que los centros históricos también se alteren”.
Itziar González Virós, que dimitió como concejal del Centro Histórico de Barcelona tras representar al PSC de 2007 a 2010, precisamente por discrepancias urbanísticas con su partido, asegura desde su ciudad que le ofenden las inversiones en una plaza que ahora es un espacio simbólico de las reivindicaciones de lo público. “Me parece sospechoso que de repente sea necesario adecuar ese lugar emblemático de la fuerza ciudadana”, sostiene. “Creo que es una manera de ocupar, desde la privatización del poder, el lugar simbólico de nuestra exigencia de calidad democrática”.

En esa línea, el antropólogo Manuel Delgado opina que la anunciada transformación tiene que ver con “convertir las ciudades en objeto de consumo”. “Los centros históricos responden a la voluntad de generar espacios urbanos vendibles, atractivos para el turista y el inversor”, opina. Para él, la nueva remodelación de Sol responde “al retroceso de Madrid en el mercado de ciudades y a la necesidad de reformular su presentación como objeto de consumo”.
Delgado advierte de los procesos de gentrificación sufridos en tantos centros históricos —la expulsión de vecinos de clases populares y su sustitución por inquilinos de clases medias o altas—, “así como el acoso contra pobres, prostitutas o cualquier otro elemento que pudiera afear el producto buscado”. ¿Cuál es ese producto buscado? ¿Qué se quiere hacer con los centros? “Decorados para prácticas sociales rentables”, contesta. El autor de El espacio público como ideología asegura que es habitual el veto a los actos de protesta en los centros. Por eso también a él le cuesta separar los planes de remodelación de Sol de la identidad de ese espacio, en los últimos tiempos, como “escenario activo de apropiaciones por parte de sectores en conflicto”. Habla del 15-M: “Ni que decir tiene que después de la reforma Sol ya no volverá a servir para que allí pasen cosas”, sostiene.

Hay muchas maneras de que el espacio público deje de ser público sin que ese cambio de titularidad se evidencie a ojos de todos los ciudadanos. La más sencilla es la invasión: privatizarlo con pistas de patinaje, con puestos de feria, con terrazas de cafeterías...
“Los Ayuntamientos se están dando cuenta de que el espacio público es la caja de resonancia de nuestras exigencias ciudadanas”, sostiene González Virós, una urbanista especializada en procesos de participación ciudadana y en solución de conflictos en el espacio público. Aunque admite que las plazas despejadas y duras (pavimentadas) han tenido muchos inconvenientes, considera que ahora tienen una función social. “Este no es el momento de empezar a plantar árboles en las plazas grandes de los centros urbanos”, dice.

Por si hiciera falta recordarlo, explica que hay otras urgencias, y reclama que los ciudadanos necesitan un espacio donde poder manifestarse. Sabe de qué habla: “La adecuación de los espacios públicos fue la bandera de la mayoría de los Ayuntamientos democráticos y, en este momento, la privatización de los mismos es la bandera de la reforma antidemocrática que estamos viviendo de mano de casi todos los gobiernos actuales”, recuerda. “Del PP a Convergència i Unió pasando por el PSOE”, matiza. “Todos hablan el mismo idioma en la calle. Esto es: callan ante lo que deciden los inversores”.

Con la excusa de dinamizar el comercio, la privatización del espacio público, o lo que es lo mismo; la invasión de terrazas y puestos ambulantes, está devorando las ciudades. Donde antes cualquiera podía sentarse en un banco, ahora solo puede hacerlo quien tiene dinero para pagar una copa, un relajante café con leche o una cena.
Rafael Moneo no se muestra contrario a esas terrazas: “La gente necesita lugares públicos en los que poder hablar y fumar juntos”, dice. Sin embargo, la exconcejala barcelonesa recela de la nueva normativa de su ciudad para terrazas, que hace perder cada vez más metros cuadrados a los ciudadanos: “Se quiere convertir el espacio público en rentable y eso es antipúblico”.

González Virós está convencida de que la única manera de recuperar la calle es contando con el apoyo de la ciudadanía. Y pasando revista a sus propios errores, aconseja no pedir opinión a los ciudadanos para asuntos que no les interesan: “Nunca inicies un proceso de participación si no hay una necesidad expresa de la ciudadanía”. En ese punto, en el principio más básico, en la razón de ser de una obra, es donde fracasa el concurso convocado para mejorar la Puerta del Sol. “Creo que evitan la posible respuesta sobre lo innecesario de la obra y derivan hacia aspectos secundarios como los arbolitos o los bancos, que es cierto que no existen pues fueron eliminados, pero que vendrán bien para justificar la instalación de terrazas, es decir, de asientos de pago a beneficio de algún empresario favorecido”, comparte Patón.

Como alternativa, González Virós es radical. Defiende las acciones no mercantiles, las iniciativas vecinales de recuperación de la calle para la vida comunitaria que afloran en ciudades como Zaragoza o Sevilla en la estela de lo que sucediera en urbes como Berlín. “El futuro de la ciudad está más en el activismo que en la política territorial de las administraciones públicas. No hace falta que hagan nada, pero por lo menos que no ocupen el suelo. Que dejen los vacíos y la ciudadanía ya hará allí lugares de encuentro y demostrará cómo quiere vivir”, propone.

La idea de Patón para cuidar los centros es distinta. Consiste en salvar su verdadera historia y la relación de esta con el ciudadano. “Estamos viendo hoy que la ciudad no la hacen los ciudadanos, ni siquiera como electores, ni propiamente los políticos con criterios que deberían ser democráticos, sino los oligarcas que manejan cada vez más los hilos de todo el entramado social: los potentados ponen el dinero con el que los políticos ganan elecciones y después exigen su tributo como recalificaciones o planes urbanísticos adecuados a sus planes financieros. En este sentido, los políticos son profundamente incultos y a menudo sinvergüenzas, y el electorado se compone en un gran porcentaje de personas de escasa formación y deformada información. Con estos mimbres es muy difícil que una democracia pueda ser real”, resume.

Para ser constructivos, merece la pena compararse con los vecinos, con las calles de Oporto o París. Son muchos los centros históricos españoles —de Valencia a Barcelona, Bilbao o Madrid— que, durante años, han ido perdiendo edificios y comercios en aras de una modernidad que ha resultado ser una moda efímera. Y, sin embargo, vivimos un resurgir de los falsos establecimientos de época. ¿Qué está pasando? “Ahora que se viaja más, el público viene admirado de lo que ve en Roma o Viena y eso incita a muchos comerciantes a reproducir un pasado postizo”.

El resultado es el parque temático de cartón piedra en que se están trasformando tantos centros históricos: cómodos, seguros y decorados, “sin ninguno de los encantos de la versión original, pero capaces de satisfacer a ese público turístico que vive más en lo virtual que en lo real”, explica Patón.
Manuel Delgado lo resume sin caridad: “Un centro histórico único es idéntico a otro centro histórico único”. Y lo razona explicando que cuando un centro urbano es intervenido y tematizado “lo que se produce es la expulsión de él de la historia, es decir, de la vida real, con sus contradicciones, miserias y conflictos”.

¿Qué hacer para evitar esa broma pesada? “Cada centro histórico es peculiar e irrepetible —si lo que se pretende es algo más que visitar sus tiendas de Prada y sus HM—”, objeta Patón. Delgado lo ve de otra manera. Para él los centros históricos son como “reservas naturales en las que la historia se preserva del conflicto, una pura imagen estereotipada y falsa”. Explica que la mayoría de los centros que conoce —de Quito a México DF pasando por Buenos Aires o Guayaquil— están conociendo ese proceso de transformación en históricos, “es decir, en centros que existen exiliando o manteniendo a raya la historia”, ironiza. “Todos parecen cortados con idéntico patrón. Por eso se puede tener la ilusión de que en cada uno te cruzas con los mismos viandantes con los que te cruzaste en el último que visitaste”.



sábado, 28 de diciembre de 2013

 Los nuevos ‘vándalos’ de Brasil
El 'rolezinho', la novedad de esta Navidad, muestra que, cuando la juventud pobre y negra de las periferias de São Paulo ocupa los centros comerciales anunciando que quiere formar parte de la fiesta del consumo, la respuesta es la de siempre: criminalización. Pero ¿qué es lo que le están "robando"estos jóvenes a la clase media brasileña?
ELIANE BRUM 23 DIC 2013 - 20:05 CET14

Las Navidades de 2013 serán recordadas como aquellas en las que Brasil trató como gamberros a chicos pobres, la mayoría de ellos negros, por haber osado divertirse en los centros comerciales donde la clase media hace las compras de fin de año. A través de las redes sociales, centenares, a veces miles de jóvenes, se ponían de acuerdo para lo que llaman "rolezinho” (un paseo) en centros comerciales próximos a sus comunidades, para “hacer jaleo, dar unos besos, flirtear, divertirse, sin robos”. El sábado, 14, decenas entraron en el Shopping Internacional de Guarulhos (Estado de São Paulo), cantando estribillos de funk da ostentação (un tipo de música que exalta la ostentación). No robaron, no destruyeron, no portaban drogas, pero aún así 23 de ellos fueron llevados a comisaría sin que nada justificara la detención. Este domingo, 22, en el Shopping Interlagos, varios fueron revisados a su llegada por un fuerte despliegue policial: según la prensa, una base móvil y cuatro furgones, cuatro unidades de la Polícia Militar, una del Grupo de Operaciones Especiales y cinco coches de seguridad particular para montar guardia. Varios jóvenes fueron “invitados” a retirarse del edificio por tener apariencia de funkeiros, como dos hermanos que empujaban al padre, amputado, en una silla de ruedas. De nuevo, no se registró ningún hurto. El sábado, 21, la policía -a la que llamó la administración del Shopping Campo Limpo- no constató ningún “tumulto”, pero varios vehículos y motos de la Policía Militar permanecieron en el aparcamiento para inhibir el rolezinho. Algunos policías entraron en el centro comercial con pistolas de balas de goma y bombas lacrimógenas.

Si no hay crimen, ¿por qué la juventud pobre y negra de las periferias del área de São Paulo está siendo criminalizada?

Primero, a causa de su entrada. Los centros comerciales fueron construidos para mantenerlos del lado de fuera y, de repente, osaron traspasar el límite. Y lo hicieron reivindicando algo transgresor para jóvenes negros y pobres en el imaginario nacional: divertirse fuera de los límites del gueto. Y desear objetos de consumo. No neveras y televisores de pantalla plana, símbolos de la llamada clase C o nueva clase media -la parcela de la población que ascendió con la ampliación de renta en el Gobierno Lula-, sino marcas de lujo internacionales, aquellas que se pretenden exclusivas para una élite, en general blanca.

Antes, el 7 de diciembre, cerca de 6.000 jóvenes habían ocupado el aparcamiento del Shopping Metrô Itaquera, y también fueron reprimidos. Varios rolezinhos se organizaron a través de las redes sociales en diferentes centros comerciales de la región metropolitana de São Paulo hasta el final de enero pero, por miedo a la represión, muchos han sido cancelados. Sus organizadores, jóvenes que a menudo trabajan como chicos de los recados, temen perder el empleo al ser detenidos por estar donde supuestamente no deberían estar – en una ley no escrita, pero siempre cumplida en Brasil-. Los agentes de seguridad de los centros comerciales recibieron orientación para monitorizar a cualquier joven “sospechoso” que esté delante de un escaparate, aunque sea solo, deseando gafas de Oakley o tenis Mizuno, dos de los iconos de los funkeiros da ostentação. En vísperas de Navidad, Brasil muestra la cara deformada de su racismo. Y necesita encararla, porque el racismo sí es un crimen.

“Eita porra, que cheiro de maconha” (algo así como "Joder, qué olor a marihuana") era el estribillo que cantaban los jóvenes al entrar en el Shopping Internacional de Guarulhos. El funk es de MC Daleste, que homenajea en su nombre artístico la región donde nació y se crió, la zona este, la más pobre de São Paulo, aquella que cada verano se inunda con las lluvias por obras que los sucesivos gobiernos siempre aplazan, aplastando sueños, enterrando casas, matando adultos y niños. Daleste murió en julio de un tiro en el pecho durante un show en Campinas (a unos 100 kilómetros de São Paulo). El asesinato es la primera causa de muerte en Brasil para los jóvenes negros y pobres, como los que ocuparon el Shopping Internacional de Guarulhos.

La policía reprimió, los comercios cerraron, la clientela corrió. Una testigo dijo la frase-símbolo a la reportera Laura Capriglione, de Folha de S. Paulo: “Tiene que prohibirles a este tipo de maloqueiro [término despectivo para habitantes de zonas pobres de las favelas] entrar en un lugar como este”. Los días siguientes, en diferentes webs de periódicos, los lectores definieron así a los rolezeiros (vea entrevista abajo): “maloqueiros”, “bandidos”, “prostitutas” y “negros”. Negros emerge aquí como palabra ofensiva.

As novelas ya vendían una vida de lujo hace muy tiempo, solo que en ellas los ricos eran los que pertenecían al mundo de riqueza. En los videoclipes de funk ostentação, son los pobres que aparecen en este mundo.”
El funk da ostentação, surgido en la Baixada Santista y la región metropolitana de São Paulo en los últimos años, evoca el consumo, el lujo, el dinero y el placer que todo eso otorga. En sus videoclips, los DJs aparecen con cadenas y anillos de oro, vestidos con ropas de marca, en coches caros, rodeados de mujeres con mucho culo y poca ropa. (Para conocer el funk de la ostentação, vea el documental aquí). Distinto del núcleo duro del hip hop paulista de los ochenta y noventa, que renegaba del sistema, y también del movimiento de literatura periférica y marginal que, al inicio de 2000, defendía que para consumir, se comprasen marcas producidas por la periferia para la periferia, el funk da ostentação coloca a los jóvenes -aunque para la mayoría solo en la imaginación- en escenarios hasta ahora reservados para la juventud blanca de las clases media y alta. Esa, tal vez, sea su transgresión. En sus vídeos, los DJs tienen vidas de ricos, con todos los símbolos de los ricos. Gracias al éxito de su funk en las comunidades, muchos DJs se enriquecieron de verdad y tuvieron acceso al mundo que celebraban.

Esta exaltación del lujo y del consumo, interpretada como adhesión al sistema, hizo el funk da ostentação incómodo para un sector de los intelectuales brasileños e incluso para parte de los líderes culturales de las periferias de São Paulo. Ahora, los rolezinhos – y la represión que les siguió– le añaden a esta vertiente del funk un componente de insurgencia, celebrado estos últimos días por voces de la izquierda. Al ocupar los centros comerciales, la juventud pobre y negra de las periferias no estaba solo apropiándose de los valores simbólicos, como ya hacía con las letras del funk da ostentação, pero también de los espacios físicos, lo que marca una diferencia. Y, para algunos sectores de la sociedad, agrega un contenido peligroso a aquello que era denominado [porque no hablaba de violencia, sino de ostentación] “funk do bem”.

La respuesta violenta de la administración de los centros comerciales, de las autoridades, de la clientela y de parte de los medios demuestra que esos actores leyeron la entrada de la juventud de las periferias en estos establecimientos como un acto violento. Pero la violencia era justamente el hecho de no estar allí para robar, el único acto en que se acostumbra a ver jóvenes negros y pobres. Entonces, ¿cómo encajarlos? ¿en qué lugar colocarlos? Prefirieron concluir que existía la intención de hurtar y destruir, algo más fácil de aceptar en lugar de admitir que solo querían divertirse en los mismos lugares que la clase media, deseando los mismo objetos de consumo que ella. Llevaron a parte de los rolezeiros a la comisaría. Aunque tuvieran que soltarlos luego, porque no había motivos para mantenerlos allí, el acto ya los ha estigmatizado y señalará sus vidas, como históricamente se ha hecho con los negros y pobres en Brasil.

Jefferson Luís, 20 años, organizador del rolezinho del Shopping Internacional de Guarulhos, fue detenido, es blanco de investigación policial, su madre lloró y él acabó cancelando otro rolezinho ya programado por miedo a sufrir más. Auxiliar en una empresa, ahorró un mes de salario para comprar la cadena dorada que lleva al cuello. Jefferson dijo al periódico O Globo: “No iba a ser una protesta, iba a ser una respuesta a la opresión. Uno no se puede quedar en casa encerrado”.

Por esta subversión no será perdonado. Los jóvenes negros y pobres de las periferias de São Paulo, en vez de contentarse con trabajar en la construcción civil y en servicios subalternos de las empresas de lunes a viernes y quedarse encerrados en casas sin servicios básicos el fin de semana, también quieren divertirse. Zoar, como dicen. La clase media acepta que quieran pan, que quieran nevera, se siente más incomodada cuando llenan los aeropuertos, pero ¿divertirse, y en centros comerciales? Otra frase de Jefferson Luiz: “Si yo tuviera un cuarto solo para mí ya sería una ostentación”. Divide una habitación en la periferia de Guarulhos con ocho personas.

Estas Navidades, los funkeiros da ostentação parecen haberse convertido en los nuevos “vándalos”, como son llamados todos los manifestantes que, en las protestas, no se comportan dentro de la etiqueta establecida por las autoridades y por parte de los medios. En las primeras noticias, el rolezinho del Shopping Internacional de Guarulhos fue tachado de “arrastão” (avalanchas humanas que crean confusión para robar). Pero no había arrastão. El antropólogo Alexandre Barbosa Pereira hace una provocación precisa: “Si fuese un grupo numeroso de jóvenes blancos de clase media, como sucedió varias veces, ¿sería interpretado como un flash mob?”.

A idea de la imaginación como una fuerza creativa se presenta fuertemente en el funk ostentação.”
¿Por qué los administradores de los centros comerciales, la policía, parte de los medios y los clientes solo consiguen encuadrar a un grupo de jóvenes negros y pobres dentro de un centro comercial en un arrastão? Hay varias respuestas posibles. Pereira propone una bastante aguda: “¿Será que la clase media entiende que los jóvenes están ‘robando’ su derecho exclusivo de consumir?”. ¿Este sería el “robo” imperdonable, el que colocó a las fuerzas de la represión en la puerta de los centros comerciales para impedir la entrada de chicos desarmados que querían zoar, dar unos besos y codiciar objetos de deseo en los escaparates?

Para ayudarnos a pensar en los significados del rolezinho y del funk da ostentação entrevisto a Alexandre Barbosa Pereira en esta columna. Profesor de la Universidade Federal de São Paulo (Unifesp), se dedica a investigar las manifestaciones culturales de las periferias paulistas. En su máster, recorrió el mundo de pichação, un estilo de grafiti característico de São Paulo. En el doctorado, buceó en las escuelas públicas para comprender lo que es zoar. Desde 2012 investiga el funk da ostentação. Aunque los rolezinhos, por la fuerza de la represión, concluyan estas Navdades, hay mucho que necesitamos comprender sobre lo que dicen sus protagonistas – y sobre lo que la reacción violenta en su contra dice de la sociedad brasileña-.

El rolezinho aparece conectado al funk da ostentação. ¿En qué medida existe, de hecho, esa conexión?

Alexandre Barbosa Pereira. El funk ostentação es una relectura paulista del funk carioca, hecha a partir de la Baixada Santista y de la región metropolitana de São Paulo, en la cual las letras pasan a tener la siguiente temática: dinero, marcas, coches, bebidas y mujeres. No se habla directamente de crimen, drogas o sexo. Los funkeiros de esa vertiente comenzaron a producir videoclips inspirados en la estética de los del gangsta rap estadunidense. Pero lo más curioso de ese movimiento es el giro que los jóvenes hacen para cambiar la pauta que, hasta entonces, era principalmente la criminalidad para el consumo. Las músicas dejan de hablar de crimen para hablar de productos que ellos quieren consumir. Así, en vez de cantar: “Roba motos, roba coches, un bandido no anda a pie” (Bonde Sinistro), los funkeiros de la vertiente de la ostentación cantan: “Vida es tener un Hyundai y una [moto] Hornet, diez mil para gastar, Rolex....” (MC Danado). De este modo, los DJs empezaron a tener más espacio para cantar en locales nocturnos y pasaron a producir videoclips cada vez más elaborados, con más de 20 millones de accesos en Youtube, lo que les llevó a un éxito al margen de los medios tradicionales. Algunos llegaron a alcanzar gran repercusión entre un segmento del público joven sin haber aparecido nunca en la televisión. Vi a niñas llorando por DJs en bailes incluso antes de que el funk ostentação alcanzara el protagonismo que consiguió en los grandes medios. Surgieron empresas especializadas en la producción de clipes en el estilo de la ostentación, como Kondzilla y Funk TV, claramente inspirados en el gangsta rap, en el que los jóvenes aparecen en coches y motos, exhibiéndose con ropas, dinero y mujeres. Una reflexión interesante para hacer es cómo los medios tradicionales, que antes execraban el llamado funk proibidão, que hablaba abiertamente de crimen, drogas y sexo, ahora comienza a elogiar el funk ostentação, denominándolo incluso “funk del bien” y resaltando la trayectoria económica y social ascendente de los DJs.

Pregunta. Haciendo un paréntesis aquí, antes de llegar al rolezinho: ¿cuál es el camino para que un joven pobre tenga acceso al consumo de lujo, según la mirada del funk da ostentação? Este giro que tú mencionabas...

Respuesta. Primero, que ese bien de lujo no es tan de lujo. Al final, una botella de whisky a 60 u 80 reales (de 25 a menos de 35 dólares) no es ningún absurdo. Siempre es posible comprar una copia de aquellas gafas de sol que cuestan más de mil reales. En las discotecas de funk que observé, este era el precio. Pensemos en un grupo de por lo menos cuatro amigos dividiendo el valor de la compraventa. No sale tan caro jugar a la ostentación. Eso sí, están los coches. Eso sí que está fuera del alcance de la mayoría de esos jóvenes. Pero ahí hay una explicación interesante, que Montanha, un productor y director de videoclips de Funk TV, sabiamente me dio. Me dijo que las novelas ya vendían una vida de lujo hace mucho tiempo, solo que en ellas los ricos eran los que pertenecían a ese mundo. En los videoclips de funk ostentação, son los pobres los que aparecen en un mundo de “riqueza” o de “lujo”, con coches, mansiones, ropas de marcas más caras. Los jóvenes ahora podrían, segundo Montanha, verse como parte de un mundo de prestigio, de ahí la gran identificación. El crimen puede ser un camino para acceder a ese mundo de lujo o lo que esos jóvenes entienden por un mundo de lujo, pero no es el único. Esta es la lección que muchos DJs de funk están intentando transmitir en sus letras. De cierta forma muestran otro camino, que, de hecho, siempre estuvo presente para esos jóvenes de la periferia: hacerse famoso por la música o por el fútbol. De hecho, esos son los caminos que aparecen como los más posibles para que jóvenes negros y pobres de las periferias del país imaginen un futuro de éxito. En un mundo en que hay una fuerte división entre trabajo intelectual y manual, con la extrema valorización del primero, el uso del cuerpo en formas lúdicas como medio de ganar dinero se muestra como opción para la transformación de la vida. “Crimen, fútbol, música, cojones, yo tampoco conseguí huir de eso ahí”, ese es el Negro Drama cantado por los Racionais MCs. Los DJs de funk ostentação están intentando decir que es posible construir una vida de éxito a través de la música. Y lo que era ficción (los videoclips con coches importados, prestados o alquilados, con dinero de mentira lanzado al aire) comienza a hacerse realidad. Muchos de ellos comienzan a ganar una cantidad razonable de dinero con los shows. Creo que la idea de la imaginación como una fuerza creativa se presenta con fuerza en el funk ostentação.

Será que la clase media entiende que los jóvenes están ‘robando’ el derecho exclusivo de ellos consuman? Direito que, por su parte, venía siendo robado de esos jóvenes pobres hace muy tiempo.”
Por otro lado, es preciso destacar que masculinidades marcadas por el deseo de poseer un automóvil o una motocicleta no fueron construidas por el funk ostentação. Ya existían hace tiempo. Para los niños de la periferia, poseer un buen coche, bonito y potente, es una de las metas principales de vida. La posesión del coche es, en el imaginario de esos jóvenes, pero también de la población en general, un indicativo de éxito económico y social, garantizando, como consecuencia, el éxito con las mujeres.

En este caldo cultural, el consumo es cada vez más exaltado como espacio de afirmación y de reconocimiento para los jóvenes. Es, inclusive, bastante compleja la forma de la relación entre criminalidad y consumo en el funk. En el giro que produjeron, parece que hay el mensaje de que esas dos acciones pueden ser dos lados de una misma moneda. Ellos no dejan de hablar del crimen. Acaban citándolo indirectamente, como en las músicas de MC Rodofilho, en las cuales él celebra: “Ay dios, qué bueno es ser vida loka”. Lo importante es entender cómo el crimen y el consumo son pautas constantes en las relaciones sociales de los jóvenes de la periferia. Los más pobres también quieren que iPads, iPhones y automóviles potentes formen parte de su mundo. Aún necesito observar y reflexionar más sobre ello, pero creo que tanto en el caso del crimen como en el del consumo tenemos que estar más atentos al modo en el que se dan las relaciones entre personas y cosas. Pienso que la búsqueda de la realización solo mediante el consumo implica sentimientos y posturas extremas de un egoísmo hedonista y de un profundo desprecio por otros seres humanos. Las mercancías, o las cosas anheladas, de cierta forma han conformado las subjetividades contemporáneas. Y en esas nuevas subjetividades, marcadas por lo instantáneo y la inestabilidad, parece no haber mucho espacio para la solidaridad. Hay una nueva tendencia en la discusión antropológica que afirma que no podemos entender las cosas solo como representación o resultado de lo social. Necesitamos pensar también en cómo las cosas hacen a las personas e incluso a lasociedad. Cómo las cosas o las mercancías más deseadas hoy motivan tanto un consumismo desenfreado, irracional y egoísta, como el ingreso de jóvenes en la criminalidad. Siempre me quedo espantado cuando veo las imágenes en otros países de personas corriendo desesperadas para comprar un nuevo lanzamiento de smartphone, videojuego, tableta... Pero no solo eso, estas cosas también motivan y determinan formas de estar, pensar, relacionarse y sentir en el mundo contemporáneo.

Penso mucho en eso cuando parte de la clase media critica el consumo de esos jóvenes, diciendo que solo ellos –la clase media que, supuestamente, paga los impuestos – tienen derecho a consumir, o a relacionarse con ciertos productos. ¿Será que la clase media entiende que los jóvenes están robando el derecho exclusivo de que ellos consuman o de relacionarse con esos objetos de prestigio? ¿Un derecho que, por otra parte, había sido robado de esos jóvenes pobres hace mucho tiempo?

Esa crítica puede venir inclusive de cierta clase media más intelectualizada e incluso con ideas políticas progresistas, que cree que sabe lo que es mejor para los pobres. Hacen la crítica desde sus iPads e iPhones a lo que entienden como un consumo irracional de los más pobres, que deberían ahorrar en vez de gastar en productos que no son para su nivel económico. Hay un juego de perder y ganar y también de búsqueda de satisfacciones individuales que rodea el robo del derecho de algunos al consumo, que es preciso profundizar para entender mejor esas dinámicas contemporáneas. ¿Todos tienen el derecho a consumir lo que quieran? ¿Y sería viable, hoy, que todos consuman a altos niveles? ¿Qué implicaciones mediombientales tendríamos? Y si no es sostenible o viable que todos consuman con tamaña intensidad, ¿por qué incentivamos así el consumismo? Con eso, lo que quiero decir es que no se puede pensar la relación entre crimen y consumo solo entre los pobres. Creo que también necesitamos mirar hacia las clases medias y altas y hacia los crímenes que, históricamente, han sido cometidos contra los más pobres y el medioambiente para proteger el consumo de los ricos.

P. ¿Es en este punto en el que los rolezinhos aparecen y crean una tensión reveladora en estas Navidades?

R. Los rolezinhos en los centros comerciales están conectados directamente a ese contexto. No sé  cómo surgieron, pero me parece que despuntarion por esas nuevas relaciones que las redes sociales permiten construir, de forma que una broma pueda volcar algo serio. De repente, una convocatoria hecha en Internet puede llevar a centenares de jóvenes a encontrarse en un centro comercial, un local donde pueden tener acceso a esos bienes a los que canta la música, aunque solo sea un acceso visual. Eso sí, es importante resaltar que no fueron los rolezinhos ni el funk ostentação los que crearon esa relación de fascinación con el consumo. Esta ya existía hace mucho. Os Racionais, hace más de diez años, ya cantaban sobre eso, con afirmaciones como: “Tú dijiste que era bueno y la favela lo escuchó. Allá también tiene whisky, Red Bull, tenis Nike y fusiles” o “La abundancia alegra al sufridor”

É importante percibir que los centros comerciales donde los rolezinhos ocurrieron están en regiones más periféricas. Ellos no han ido a los templos mayores del consumo de lujo en la ciudad.”
P. Algunos análisis relacionan los rolezinhos con una acción afirmativa de la juventud negra y pobre, a una denuncia de la opresión y a una reivindicación de participación, en este caso en el mundo del consumo. ¿Como analizarías tú este fenómeno tan nuevo?

R. No me arriesgaría a decir que hay un movimiento político muy claro. Puede indirectamente constituirse como una acción afirmativa de la juventud negra y pobre. Tal vez la tensión que se creó con la criminalización de esos jóvenes durante los rolezinhos pueda llevar a algún tipo de reflexión y acción política mayor, pero es difícil de prever. En un libro intitulado Cidadania Insurgente, [el antropólogo americano] James Holston analiza el surgimiento de las periferias urbanas en Brasil, particularmente en São Paulo, destacando la discriminación contra ciertas clases de ciudadanos en el país. Ese autor muestra como, históricamente, las formulaciones de ciudadanía elaboradas por los más pobres se dieron a partir de su ocupación de barrios en las periferias de las grandes ciudades. Nociones y prácticas propias de ciudadanía que se produjeron, a la vez, por medio de las experiencias de hacerse propietario, de participar de movimientos sociales por la mejoría de los barrios y de ingresar en el mercado del consumo. Primero se ocuparon los barrios, incluso sin estructura mínima. Después llegaron las reivindicaciones por la legalización de los terrenos ocupados. Y, finalmente vinieron las luchas por la llegada de la energía eléctrica, el saneamiento básico y el asfalto. Creo siempre muy interesante, en conversaciones con antiguos líderes de los barrios periféricos de São Paulo, observar que indican la llegada del asfalto como el gran marco de transformación del barrio y la integración de este al espacio urbano.

Percibo, por lo tanto, acciones como las de los rolezinhos, desde el punto de vista de esa “ciudadanía insurgente”, en referencia a las asociaciones de ciudadanos que reivindican un espacio para sí y así se contraponen al gran discurso hegemónico o, si no se disocian del discurso hegemónico, al menos provocan ruidos en él. Se trata de una reivindicación por la ciudadanía, la participación política y derechos que, históricamente, fue hecha por los más pobres, muchas veces en la frontera entre lo legal y lo ilegal, y que comenzó con la propia ocupación de los barrios en la periferia de la ciudad de São Paulo, como forma de habitar y sobrevivir en el mundo urbano. Esa ciudadanía no necesariamente se presenta como resistencia, pero puede también querer, en muchos casos, asociarse a la hegemonía produciendo disonancias.

¿Qué son el funk ostentação y los rolezinhos si no esa reivindicación de los jóvenes más pobres de una mayor participación en la vida social más amplia a través del consumo? Estas acciones culturales parecen situarse en esa lógica, que no necesariamente se contrapone a lo hegemónico, en la medida en que intenta afirmarse por el consumo, pero provoca una incomodidad, un ruido extremadamente irritante para aquellos que se guían por un discurso y una práctica de segregación de los que consideran como los “otros”.

P. ¿Cómo definir esa incomodidad? ¿Qué son los “otros” en este contexto? ¿Y qué papel desempeñan estos “otros”?

R. La incomodidad de ver pobres ocupando un lugar en el que no deberían estar, como consumidores de ciertos productos que deberían ser más exclusivos. Es un tipo de espanto que se pregunta: “¿Cómo ellos, que no tienen dinero, quieren consumir productos que no son para su posición social y económica?”. Estos “otros” son los considerados “subalternos”. Pueden ser funkeiros, pobres y mestizos de la periferia, pero pueden ser también las empleadas domésticas, los motoboys, los grafiteros, entre otros “otros”, que muchas veces son utilizados como chivo expiatorio de las frustraciones de un sector considerable de la clase media.

Há una tendencia de percibir los jóvenes pobres a partir de tres perspectivas: a de el gamberro, a de la víctima y a de el héroe.”
Los rolezinhos no son protestas contra el centro comercial o el consumo, sino afirmaciones de: “Queremos estar en el mundo del consumo, en los templos del consumo”. Sin embargo, por ser jóvenes pobres de barrios periféricos, negros y mestizos en su mayoría, y que escuchan un género musical considerado marginal, pasan a ser vistos y clasificados por la mayoría de la sociedad como gamberros o marginales. Pensemos que, en la propia concepción del centro comercial, no está prevista la presencia de ese público, aún menos en grupo y provocando confusión. Me pregunto: si fuera en un centro comercial más noble, con jóvenes blancos de clase media alta, vestidos como se espera de un joven de este estrato social, ¿la repercusión sería la misma? ¿la criminalización sería la misma?. Tal vez fuera considerado solo un flash mob. Hay una tendencia, de una parte considerable de la clase media, de los medios y del poder público, a percibir a los jóvenes pobres a partir de tres perspectivas, casi siempre exclusivistas: la del gamberro, la de la víctima y la del héroe.

P. ¿Cómo funcionan estas tres perspectivas, gamberro, víctima y héroe?

R.  Son más formas de etiquetar a esos jóvenes por parte aquellos que quieren tutelarlos que categorías asumidas por los propios jóvenes. Por eso, son contextuales. Dependiendo de la situación y de los actores sociales con quienes dialoga, el joven puede ser entendido a partir de una de esas categorías. El pichador (grafitero de pichaçao), por ejemplo, es un agente que puede movilizar todas esas clasificaciones, dependiendo del contexto y de los interlocutores: la policía, la Secretaría de Cultura, los investigadores académicos o la ONG que quiere salvar los jóvenes de la periferia de la violencia. En el caso del funk, por ejemplo, ya hay comentarios e incluso textos de personas más politizadas viendo los rolezinhos como una acción afirmativa o extremadamente contestataria. Para estos, los protagonistas de los rolezinhos son víctimas que se hicieron héroes. Otros, como la policía, la administración de los centros comerciales y la clientela, pero también sus vecinos, que viven allá en los barrios pobres de la periferia, ven en ellos principalmente a villanos y gamberros.

Jóvenes como estos que están en los rolezinhos no necesariamente aceptan entrar en esas etiquetas pero, en algunos casos, pueden también encajar en todas a la vez. No se puede simplificar un fenómeno como este. Sin embargo, si pensáramos en ese movimiento que surge principalmente con el hip hop de valorar la periferia como espacio político y de afirmación positiva, es posible ver, aunque en menor intensidad, una cierta acción política. De decir: “Somos de la periferia y estamos orgullosos”. Un movimiento de reversión del estigma en marca positiva.

P. Pero ¿hay, de hecho, una acción consciente, organizada, con un sentido político previo? ¿O el sentido está siendo construido a partir de los acontecimientos, lo que es igualmente legítimo?

R. Mira, sinceramente, es difícil decir si hay un sentido político, directo, consciente y/o explícito. Tal vez por parte de algunos, pero por lo que he visto en las redes sociales, no de la mayoría. Si el movimiento persiste o toma otras formas, puede ser que el sentido político tome más fuerza. De momento es difícil analizar ese punto. El antropólogo Arjun Appadurai analiza hace algún tiempo los cambios que se producen en el mundo a causa del avance de las tecnologías de comunicación y del transporte. Según este autor, las personas se desplazan cada vez más en el mundo actual, y no solo físicamente, sino también y tal vez principalmente en la imaginación, a causa de medios de comunicación como la televisión y, más recientemente, por Internet. Hoy es posible imaginarse en los más diferentes lugares del mundo, pero también en diferentes clases sociales. ¿Qué son los videoclips de funk de la ostentación sino imágenes/imaginaciones que los jóvenes tienen sobre lo que sería pertenecer a otra clase o poseer mejores condiciones económicas para el consumo?

O que son los videoclipes de funk ostentação que no imágenes que los jóvenes producen sobre lo que sería pertenecer la otra clase social?”
Esa imaginación, según ese autor, puede constituirse como un proyecto político compartido, pero puede también ser solo una fantasía, algo individualista y egoísta, sin gran potencial político. Me parece que el funk da ostentação en São Paulo y movimientos como lo de los rolezinhos en los centros comerciales tienen intensamente esos dos potenciales. Difícil saber si alguna de ellas va a prevalecer o volverse hegemónica.

P. ¿La elección de la música de MC Daleste, asesinado en un show en Campinas, para el rolezinho del Shopping Internacional de Guarulhos, puede tener algún otro significado?

R. La elección de la música de MC Daleste en la entrada de los jóvenes en el centro comercial de Guarulhos me pareció bastante significativa por varios motivos. Principalmente, porque su muerte en el escenario, cantando funk, de cierta forma construyó un marco para ese funk da ostentação. Su asesinato acabó por dar aún más visibilidad a esta vertiente del funk paulista. MC Daleste cantaba proibidão antes y, así, esa relación confusa entre crimen y consumo se manifiesta de modo bastante fuerte en lo que él representa. Hay en su propio nombre artístico esa afirmación de un cierto orgullo del lugar de donde viene, de ser de la periferia, que tanto el funk como el hip hop expresan. No es  casualidad que él sea “Da Leste”. Recordemos que Guarulhos también está al este de la región metropoliitana de São Paulo.

P. Hoy, una parte significativa de la generación que se crió en las periferias con movimientos contestatarios como el hip hop y la literatura periférica o marginal ha asumido, por el funk da ostentação, los valores de consumo de las clases medias y alta. ¿Como analizas este fenómeno en el contexto histórico actual de Brasil?

R. Lo que un evento como ese parece poner de manifiesto es, por un lado, ese anhelo por consumir y por afirmarse mediante el consumo que esos jóvenes vienen demostrando ya hace algún tiempo, por las letras de los funks, pero también en el hip hop. A pesar de las críticas de ciertos segmentos del hip hop, no sé si el funk ostentação rompe con el hip hop más politizado de los ochenta y noventa o si ofrece una de las muchas posibles continuidades a ese movimiento cultural. Me parece que el funk ostentação es una relectura paulista, muy influenciada por el hip hop, del funk carioca. Muchos MCs de funk eran MCs de hip hop. Muchos de ellos, además de funk, cantan también rap, y en los shows se escuchan músicas de los Racionais. Hay trozos de letras de canciones de los Racionais en las letras del funk. Ahora, el hecho es que el funk no está tan marcado por la cuestión política como el hip hop. O Montanha me dijo algo interesante una vez: que, en la verdad, el hip hop ofrecería un espacio de expresión política que les faltaba a los jóvenes, ya el funk es un espacio de ocio y de socialización. Me parece una reflexión interesante. No que el hip hop no pueda contener ocio y socialización, ni el funk protesta política, pero las dos vertientes tienden hacia uno de los polos. El funk, de hecho, ganó ese gran espacio junto a los jóvenes de las periferias de São Paulo porque, en esa articulación de un espacio de ocio, se configuró un espacio para las mujeres que, en el hip hop, era más difícil. Las mujeres son presencia fundamental en los bailes de funk. El protagonismo del baile siempre fue suyo. Incluso que los niños también bailen y las niñas participen cada vez más como MCs. El hip hop siempre fue mucho más masculino, del baile a la vestimenta.

P. Pero ¿cuál es la diferencia, en tu opinión, entre cómo hablan de consumo, por ejemplo, los Racionais y cómo lo hacen los MCs de la ostentación?

Devemos cuestionar no la acción de los niños, pero las relaciones sociales fomentadas en la contemporaneidade que se pautam cada vez más por la búsqueda del reconocimiento por el consumo, por la posesión de bienes.”
R. Hay dos perspectivas. Cuando digo que los Racionais ya lo cantaban, quiero decir que ellos ya identificaban esa necesidad de consumir de la juventud. Y de consumir lo que ellos creían que era bueno, nada de consumo consciente. Por eso digo que los Racionais ya hacían, hace más de diez años, una lectura de ese anhelo por consumir de la juventud pobre. Por otro lado, hay esa dimensión de movimientos como el de los escritores de la periferia, promoviendo productos de la periferia, por la periferia. El funk ostentação comienza sin preocuparse con esa cuestión directamente. No le duele la conciencia por cantar al consumo y adherirse al sistema. Indirectamente, sin embargo, acaba llegando a un otro punto, en la medida en que una parcela considerable de jóvenes de la periferia pasa a poseer algún tipo de renta con la producción del funk. Ya sean los chicos que graban los videoclips, los propios MCs, pero también los empresarios, productores, técnicos e incluso algunos MCs que se hacen emprendedores y crean sus propios negocios. Como MC Nego Blue, que observando de cerca el éxito de las ropas de marca entre los jóvenes, creó Black Blue, una tienda de ropa cuyo símbolo es una carpa colorida. Hoy, además de poseer establecimientos propios, vende en tiendas multimarca, al lado de camisas de Lacoste o de otras marcas famosas que los chicos buscan, y por un precio muy parecido. Una de las empresas que programa shows de funk en Cidade Tiradentes se llama justamente “Nosotros por nosotro”.

Los rolezinhos parecen decir: no solo queremos consumir, queremos ocupar en masa y divertirnos en los centros comerciales, en los suyos o en los nuestros. Es importante percibir también que los centros comerciales donde los eventos ocurrieron están en regiones más periféricas, probablemente próximos a la residencia de los jóvenes. De momento no han ido a los templos mayores del consumo de lujo en la ciudad, en Jardins, Faria Lima, Marginal Pinheiros... Puede haber también un componente de un término que descubrí en la pesquisa que hice en escuelas de bachillerato, en mi doctorado, que es la idea de “zoar”. Ellos quieren zoar, que es llamar la atención y divertirse, flirtear, jugar y, si fuera preciso, pelear.

P. ¿Por qué, en este momento, el ocio se impone como una reivindicación de esta generación, por encima de cuestiones como salud, educación y transporte de calidad?

R. Creo que no hay una reivindicación política bien formulada como sucedía con el hip hop: queremos más salud, educación y ocio. Ellos simplemente quieren estar en los centros comerciales para zoar, y van. No existe esa reflexión más elaborada que el hip hop produce, es más espontáneo. Ese tal vez pueda ser un punto de distinción. Y el propio funk es, por sí solo, ocio y diversión, un dispositivo poderosísimo para bailar y flirtear. El zoar puede ser leído como un acto político, pero no me parece intencional. Creo que crea una tensión que es política, que es de disputa de poder por los espacios de la ciudad, pero no hay un manifiesto por la zoeira o por los rolezinhos, como hubo, por ejemplo, en el caso del manifiesto del arte periférico de los escritores.

P. ¿Hay también un movimiento para salir de los guetos y ocupar los guetos de la clase media? ¿De forma masiva, y no individualmente, como cuando un grupo de rap aparecía en la televisión (aunque fuera MTV) o un escritor del movimiento literario marginal o periférico publicaba en una gran editorial? ¿Es esta una novedad importante?

R. Creo que se abre hacia fuera del gueto, del barrio donde se vive, pero no hasta muy lejos. Al fin y al cabo, los centros comerciales a los que van están al lado de sus casas. En este sentido, creo que el hip hop, a pesar de hablar más del gueto, se abre mucho más hacia fuera en la medida en que conquista un espacio importante en las políticas públicas de cultura, por ejemplo.

É como si la sociedad dijera: ‘Vosotros, pobres, pueden consumir, pero ir al centro comercial en grandes grupos, solo para zoar y cantar funk, ahí ya es vandalismo’.”
Claro que ese espacio de ocio es problemático y conflitivo incluso dentro de los barrios de las periferias donde viven esos jóvenes. Si entrevistáramos a sus vecinos, seguramente la mayoría se posicionaría totalmente a favor de prohibir las fiestas callejeras que ellos organizan, con música alta que muchas veces dura toda la madrugada. Por eso creo importante no tomar el funk ni como un movimiento libertador, ni como el gran villano o el gran movimiento corruptor de la juventud contemporánea, como sectores más moralistas, a la izquierda y a la derecha, tienden a hacer.

La cuestión del consumo también me parece problemática. El deseo de consumir siempre ha existido. Antes del Gobierno Lula, el proceso de urbanización ya induce a ese apego mayor al consumo. Sin embargo, no se puede negar que, en los últimos años, hubo también una mejora económica para segmentos que antes estaban bastante alejados del mercado. Sin embargo, creo que reducir el éxito del funk da ostentação a eso es simplificar demasiado el movimiento y olvidar que han existido y existen movimientos juveniles parecidos en otras partes del mundo, como el propio gangsta rap, en Estados Unidos, en el que se inspiran los videoclips.

Debemos cuestionar no la acción de los chicos, sino las relaciones sociales fomentadas en la contemporaneidad. Es preciso conceder a los jóvenes, y no solo a los pobres, sino también a los de clase media y alta, otros espacios de reconocimiento y de establecimiento de relaciones sociales que no estén guiados por la afirmación por medio de la posesión y del consumo de bienes. Porque, como dicen los Racionais, otra vez: “¿Quién no quiere brillar, quién no? Muestra quién. Nadie quiere ser secundario de nadie”. Para algunos tener un tenis caro, un smartphone de última generación o ir al centro comercial para zoar puede ser una forma de intentar brillar.

P. Al ocupar los centros comerciales, los adeptos del funk da ostentação estarían promoviendo su primera actitud de insurgencia contra el sistema, en el sentido de: “Voy a ocupar el espacio que me es denegado o donde no me quieren”. ¿Es eso? ¿O las propias letras de las músicas, interpretadas, en general, como adhesión al sistema, ya serían una insurgencia, en la medida en la que se apropian simbólicamente de los valores de la élite y de la clase media y, ahora, con los rolezinhos, también de sus espacios físicos?

R. Sí, creo que esa es la mayor irritación de la clase media con esos movimientos. Basta ver los comentarios a los videoclips en el Youtube, irritados con los chicos que ostentan y se exhiben con productos más caros. Esta es la principal rebelión que provocan. La clase media, de forma general, más pobre o más rica, más o menos intelectualizada, se irrita bastante cuando los subalternos compran bienes caros, incluso antes de ellos. Ya he oído comentarios indignados, del tipo: “Mi empleada ha comprado una televisión de última generación mejor que la mía”. Eso tiene antecedentes históricos que parecen llegar hasta hoy. James Holston, en el libro sobre ciudadanía insurgente que cité anteriormente, pone como ejemplo la legislación colonial portuguesa, que prohibía a los negros el uso de joyas y artículos considerados finos...

P. Parece que los rolezeiros de los centros comerciales están ocupando el mismo lugar simbólico de los vândalos en las manifestaciones, en la narrativa hecha por parte de los medios de masas y por las autoridades. ¿Como interpretas esa reacción?

Os comentarios en webs y redes sociales revelan ese profundo racismo entrañado en parcela considerable de la población brasileña.”
R. Lo que me asustó de verdad en esta historia fueron las reacciones de medios y policía, condenando y ordenando detenciones, incluso en casos en que dijeron que no hubo robos, sino estampidas. Me pregunto quién provocó la estampida: ¿los jóvenes o la acción de los guardas jurados y de la policía? Eventos como estos revelan también una faceta complicada y extremadamente prejuiciosa de la clase media brasileña. Concedí una entrevista corta para la web de un gran grupo de comunicación y me asusté al leer los comentarios de los lectores, de un odio terrible contras los jóvenes que fueron a los centros comerciales, contra los pobres, contra mí, que resalté la forma prejuiciosa en la que se trataba el tema. Al hablar de lo sucedido, algunas palabras utilizadas como acusación contra los jóvenes fueron bastante reveladoras del prejuicio, e incluso del racismo, de este segmento social: “favelados”, “maloqueiros”, “gamberros”, “prostitutas” y “negros”. En ese último caso es evidente el racismo de muchos comentarios de esa noticia, pero también en las comunidades de rolezinhos que los jóvenes crearon en las redes sociales. Uno de los comentarios pide los jóvenes vuelvan a África. Eso es muy grave. Revela ese profundo racismo enraizado en una parte considerable de la población. Como si esta sociedad dijera, por medio de los administradores de los centros comerciales, de los medios y de la policía, jugando un poco con la cuestión de las manifestaciones de junio: “Ustedes, pobres, pueden consumir, pero ir al centro comercial en grandes grupos, solo para zoar y cantar funk... eso ya es vandalismo”.

P. ¿La clase media es racista?

R. Lo que llamamos clase media no es uno todo homogéneo. Es posible segmentarla en diferentes niveles y a partir de diferentes contextos, es posible pensar en una clase media intelectualizada o no intelectualizada. Pero me parece que la división más importante para pensar la clase media en São Paulo es la que se da por criterios socioeconómicos y espaciales. Existe la clase media que está concentrada principalmente en el entorno del eje céntrico, que va del Centro a Pinheiros, pasando por la Avenida Paulista y barrios próximos. Esta, en su mayoría, vive en una burbuja y tiene poco contacto con otras clases, con la excepción de los trabajadores subalternos: conserjes, empleadas domésticas, etc. Para esta, en gran medida, el Shopping Itaquera puede estar más distante que París o Londres.

Sin embargo, hay también determinada clase media baja que vive en la periferia. Citando nuevamente a Holston, él habla de una diferenciación que se produjo en las periferias de São Paulo entre aquellos que compraron sus terrenos, incluso que por medio de contratos opacos, y aquellos que ocuparon espacios formando las favelas. Esa pequeña diferencia no crea un gran abismo económico, pero produce una profunda diferenciación, por medio del cual un grupo estigmatiza el otro. Ya he visto un individuo de esta clase media de la periferia cuestionando programas como lo Bolsa Familia, porque había visto envases vacíos de yogur en la basura de la favela. Este individuo afirmaba que ni él consumía yogur con tanta frecuencia. ¿Cómo ellos se creían con derecho a consumir un producto que es un lujo, raro, pero sobre el cual él tiene cierta exclusividad?

La ayuda a los más pobres, en especial el programa Bolsa Familia, es un factor importante de estigmatización por parte de esos diferentes segmentos de la clase media, pero sobre todo por parte de esa clase media de la periferia. Estuve recientemente en una escuela pública próxima a una gran favela de São Paulo. Según los profesores, uno de los problemas del centro era que el 90% de los alumnos venían de la favela vecina. Y que esos alumnos estaban muy acomodados, pues vivían de ayudas y en la favela tenían todo muy fácil gracias a la gran cantidad de proyectos existentes allá. Incluso proyectos de música, resaltó un profesor. Es muy importante reflexionar sobre esto, porque esos profesores, si no viven en la favela, son vecinos de ella. Pero aun así se permiten marcar diferencias con los jóvenes por cuestiones muy pequeñas. Y son estos profesores los responsables por formar a esos chicos. ¿Con esta mirada, son capaces de luchar para que la escuela se haga un espacio de convivencia, afirmación y reconocimiento para los jóvenes?

P. ¿Cómo tú, que has vivido el día a día de las escuelas públicas en São Paulo, percibes la educación?

Para una parcela de la clase media de São Paulo, el Shopping Itaquera puede estar más distante del que París o Londres.”
R. Es necesario que pensemos en una educación para las diferencias, para que no caigamos más en la trampa de la intolerancia y de los análisis apresurados y prejuiciosos de sectores de las élites y de las clases medias al hablar de “subalternos”. Me acuerdo de un documental portugués que merece la pena ver sobre la historia de un arrastão que no existió. Se llama Era una vez un arrastão (asista aquí). En él se habla del día en que jóvenes caboverdianos o descendientes de caboverdianos decidideron frecuentar la noble playa de Carcavelos, en Portugal. La policía, al ver la concentración de jóvenes de origen africano, se asustó y decidió intervenir, provocando una gran estampida que fue considerada como un arrastão. Pero, en realidad, los jóvenes huían de la represión policial gratuita. Eso tal vez nos enseñe algo sobre los arrastões que estamos creando cada día, criminalizando jóvenes pobres.

Cuando investigaba en escuelas públicas de la periferia de São Paulo, era común oír de los profesores que, en aquel centro, los alumnos eran todos gamberros o marginales. El discurso de la criminalización es efectivo y poderoso y condena a mucha gente al fracaso escolar e incluso al crimen. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en un libro sobre educación y juventud, resalta la necesidad cada vez más urgente, en la actualidad, de desarrollar el arte de convivir con desconocidos y la diferencia. En especial en un mundo en el cual las migraciones tienden a aumentar cada vez más. En nuestro caso, no fue necesaria la llegada de extranjeros para expresar las más brutales formas de prejuicio, pues los extranjeros éramos nosotros, los brasileños. Pero brasileños que viven muy lejos, aunque son vecinos. Viven en Guaianazes, Capão Redondo, Grajaú, Cidade Ademar, Cidade Tiradentes, Vila Brasilândia...

P. ¿En qué medida, en su opinión, los rolezinhos se conectan con las manifestaciones de junio?

R. Creo que no hay una conexión directa. Pero, indirectamente, es posible percibir la reivindicación común del uso del espacio público y de quebrar las marcas de la segregación. Me acuerdo de que, antes de las manifestaciones de junio, para la prensa conservadora era un tabú ocupar la Avenida Paulista. Los movimientos sociales mostraron que no solo no era un tabú, sino que era un derecho, el derecho de ir a las calles y ocuparlas para protestar. Los rolezinhos no parecen tener una pauta tan clara, pero también están, aunque indirectamente, diciendo: “¿No dijeron que era bueno consumir? Pues bien, nosotros también queremos”.

P. Esa ocupación de espacios que supuestamente pertenecerían a “otros”, tanto en el caso de las manifestaciones como en el caso de los rolezinhos, parece marcar una novedad importante. ¿Qué está sucediendo?

R.  Creo que la novedad está ahí, pero es difícil decir lo que está sucediendo o lo que sucederá. Puede ser solo un hecho puntual -algo parecido a la revuelta de la vacuna como reacción a las propuestas políticas opresoras de la reforma sanitaria de Río de Janeiro [a principio del siglo XX], por ejemplo – o puede ser una nueva forma de pensar los espacios públicos y privados en las ciudades brasileñas. Sin embargo, es difícil prever. Los rolezinhos pueden haber acabado esta semana, por ejemplo. Y los movimientos como los de junio no se han repetido con tanta intensidad y repercusión. Pero lo que los movimientos como estos garantizan es la posibilidad de crear tensión en la ocupación de espacios urbanos, muy denegada hasta entonces.

P. ¿Por qué este nombre, rolezinho? ¿Y qué significados tiene?

R. Rolezinho es un término que está directamente conectado a la idea de ocio. De salir a divertirse y sacar fruto a la ciudad. Los pichadores, con quienes realicé la pesquisa en el máster, también usan la idea de rolê (dar una vuelta) para referirse a sus grafitis. Con eso están diciendo que pintar es dar vueltas para conocer y apropiarse de la ciudad. Parece que por este término, indirectamente, podemos entender una reivindicación del derecho de divertirse en la ciudad.

P. ¿Divertirse en la ciudad no sería un acto de insubordinación para jóvenes pobres y negros? ¿Tal vez hasta el mayor acto de insubordinación?

R. Sí, sobre todo en una sociedad en la que pobres y negros tienen que trabajar – y solo trabajar – sin reclamar. Recordemos que la policía, a finales del régimen militar, actuaba en las periferias abordando a los habitantes y pidiéndoles la identificación profesional como prueba de que eran trabajadores y no vagabundos. Dedicados, por tanto, al trabajo y no a la diversión. Eso sí, claro que estos jóvenes no están pensando exactamente en eso. Lo que quieren de verdad es divertirse.

P. ¿Cómo entender este fenómeno, que es, a la vez, una insubordinación y una adhesión al sistema?

R.  Creo que la mejor palabra es paradoja. El funk da ostentação en São Paulo es paradójico: no se le puede situar en un extremo o en otro dentro del modo tradicional de pensar la política. ¿Conservador o revolucionario? Ninguno de los dos, pero con la posibilidad de ser los dos a la vez.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentarista. Autora de los libros de no ficción A Vida Que Ninguém ve, O Olho da Rua y A Menina Quebrada y del romance Uma Dos. Email: elianebrum@uol.com.br . Twitter: @brumelianebrum